La crisis ucraniana en curso funciona como un indicador del balance actual de la historia de Rusia (y de Ucrania, por supuesto). Arroja plena luz sobre la índole de las oligarquías que se han adueñado de los poderes establecidos, el lugar de la nomenklatura de los países de la ex Unión Soviética y sobre sus salvajes opciones capitalistas (que Alexandre Buzgalin califica como «capitalismo de Jurassik Park»). Revela sus ambiciones y las limitaciones de lo que dichas opciones pudieran hacer en ese sentido, su aceptado sometimiento al estatus de correa de transmisión de la dominación mundializada del capital financiero del imperialismo colectivo de la tríada, pero también –en lo que respecta a Rusia– la posibilidad que ellas tienen de emprender otra vía acercándose a países emergentes (Rusia pertenece al grupo de los BRICS). La crisis ucraniana, por tanto, revela que las condiciones necesarias para garantizar su eventual éxito en esta vía están lejos de reunirse. Pero también revela –como es obvio– las verdaderas ambiciones de los poderes dominantes de la tríada imperialista, tales como los medios poco escrupulosos que emplean para lograr sus objetivos, que van desde la manipulación de pueblos ociosos hasta la práctica del terror a cargo de milicias fascistas. El conflicto ucraniano, por consiguiente, se inscribe en el marco más amplio de ese que opone, por un lado, la estrategia desplegada por Washington y sus aliados europeos subalternos y, por otro, las aspiraciones –aunque confusas– de los pueblos, de las naciones, y con certeza de los Estados de las periferias contemporáneas –Rusia y los demás países de la ex Unión Soviética, al igual que todos esos países de Asia, de África y de la América Latina. En mis conclusiones volveré a tocar esta apertura mundializada de las interrogantes planteadas por las crisis actuales en Rusia y en Ucrania.
Es un hecho que los Estados Unidos y Europa organizaron en Kiev, en marzo de 2014, un verdadero putsch «euro-nazi». La retórica del coro mediático occidental que se regodea con promesas de democracia es pura y simplemente una falsedad. Las potencias de la tríada no han promovido la democracia en ninguna parte. Por el contrario, han apoyado siempre a los adversarios más encarnizados de la democracia, fascistas incluidos, rebautizados como «nacionalistas». En la ex Yugoslavia, los europeos han apoyado a los nostálgicos del fascismo croata, reexpedidos de su exilio canadiense; en Kosovo dieron el poder a las mafias de la droga y de la prostitución; en los países árabes siguen apoyando el Islam político más reaccionario, financiado este por las nuevas repúblicas democráticas en que se habrían convertido la Arabia Saudita y Qatar, si se cree en las falacias de los medios de comunicación occidentales. La intervención militar en Irak y en Libia ha destruido estos países, sin promover en ellos la menor promesa de democracia. En Siria, el apoyo militar de las potencias de la tríada a los «islamistas», directamente o por intermedio de la Arabia Saudita y Qatar, no promete nada mejor.
El poder autoproclamado de Kiev tomó la precaución de darse una apariencia de legitimidad por medio de elecciones. Los candidatos a esas elecciones incluso tomaron la precaución de no asumir los nombres de las milicias fascistas que les llevaron al poder. Ello permitió a los medios de comunicación occidentales presentarlos como ¡«nacionalistas demócratas»! De hecho se trataba de una farsa electoral, aquí como en otras partes (en el mundo árabe, por ejemplo). La represión brutal de todas las resistencias al proyecto de la junta –prohibición de los partidos calificados de «pro-rusos», control sobre los medios de comunicación, masacre de los opositores, como en Odesa (¡la justicia controlada por las milicias absteniéndose de perseguir a los criminales para ensañarse con las familias de las víctimas!)– no ha sido objeto de ningún comentario por el coro mediático de la tríada. Estos medios de comunicación atribuyen la responsabilidad del drama ucraniano solo a las desmesuradas ambiciones expansionistas de Putin, acusado de haber violado la independencia de las naciones (mediante la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas del Estado ucraniano). Curiosa acusación proveniente de los que han violado sin titubear la independencia de Serbia, de Irak, de Siria y persisten en extender ese intento a otros.
El obstáculo con que choca el poder de Kiev no es solo de una naturaleza «étnica» que opondría a los rusoparlantes y a los de habla ucraniana. Ciertamente las fronteras de las repúblicas de la ex URSS habían sido voluntariamente diseñadas por el poder soviético, dando la mejor parte a los nacionalistas no rusos en un espíritu de ruptura con el chovinismo de la Gran Rusia. El ejemplo de Crimea, que nunca había sido ucraniana, es prueba de ello. Donetsk y Odesa tampoco habían sido nunca «étnicamente» ucranianas. Al igual que las fronteras de las repúblicas yugoslavas, estas jamás fueron diseñadas para convertirse en las fronteras de Estados secesionistas. Putin no es probablemente un héroe de las causas democráticas, pero aquí no hace más que apoyar a todos los que rechazan en Ucrania la colonización euro-alemana que Bruselas quiere imponer tal como lo ha hecho en Europa oriental, en Grecia y en Chipre. Y no son solo los «rusoparlantes» de Ucrania quienes podrían rechazar el proyecto de los europeos, a pesar de que los poderes despóticos ejercidos por la junta de Kiev no permitan expresar esta oposición al proyecto euro-alemán.
Rusia está en busca de un lugar en el sistema mundial de nuestros días y del mañana. Rusia está ya cercada por las fuerzas de la OTAN. La amenaza no es un resultado de las alucinaciones de Putin. Es real y ha surgido a causa de la violación por los Estados Unidos y Europa de su compromiso de no integrar en la OTAN a la Europa oriental, en particular a los Estados bálticos. En la actualidad la amenaza consiste en integrar a su vez a Ucrania en esta organización bélica. ¡No obstante, debería saberse que las promesas no cumplidas constituyen el pan diario de las políticas del imperialismo (desde 1492)! Era preciso, pues, ser muy ingenuo para creer en la palabra de Washington y de Bruselas. Esta ingenuidad se manifestó de nuevo cuando Rusia y China se abstuvieron de utilizar su derecho al veto en el Consejo de Seguridad para quitar toda legitimidad a la agresión contra Libia. Pero parece que Moscú y Beijing por fin han aprendido la lección de sus meteduras de pata. En respuesta al proyecto expansionista de los Estados Unidos y de la Europa alemana, Putin parece haber apoyado el proyecto de construcción de una vasta alianza de los pueblos de la ex URSS.
Este proyecto es ya conocido con el nombre de alianza de los pueblos «euroasiáticos». No se trata de un invento artificial reciente. En el capítulo primero de este libro yo señalaba que esta idea respondía, desde hace siglos, a la búsqueda por Rusia de la definición de su lugar en el mundo. Y no veo por qué se le negaría ese derecho a los rusos y a los demás pueblos de la ex URSS.
El combate emprendido por Moscú contra el orden imperialista, en Ucrania y en otras partes, solo podrá triunfar si cuenta con el firme apoyo de los pueblos involucrados. Este apoyo solo será posible si Rusia se libera del yugo neoliberal que, aquí, como en otras partes, está en el origen del desastre social. Putin lleva a cabo hasta ahora el peligroso ejercicio de abrise de piernas, asociando, por un lado, la continuación de su desastrosa política interna y, por otro, la defensa de los legítimos intereses de una Rusia independiente.
Abandonar el neoliberalismo y salir de la mundialización financiera son en adelante necesarios y posibles. Esta exigencia no se refiere solo a la Rusia de hoy, es también válida para los BRICS y para todos los países del gran Sur, tal como diré en mis conclusiones. Sin embargo, actualmente hay segmentos de la clase política que gobierna a Moscú que están dispuestos a adherirse a un capitalismo de Estado, capaz, a su vez, de abrir la vía para un eventual avance hacia la socialización democrática de su gestión.
Pero si la fracción compradore de las clases dirigentes rusas –beneficiarias exclusivas del neoliberalismo– es la que prevalece, entonces las «sanciones» con que Europa amenaza a Rusia podrían dar sus frutos; los compradore están siempre dispuestos a capitular para preservar su parte en el producto del saqueo de sus países. Rusia no podría entonces rechazar su colonización por el imperialismo de la tríada. Y perderá, mientras espera, la batalla en Ucrania.