La consigna de los Estados Unidos de Europa

Balance de Lenin sobre la revolución rusa

En el número 40 de Sotsial-Demokrat, hemos informado de que la conferencia de las secciones de nuestro Partido en el extranjero ha acordado aplazar la cuestión de la consigna de los «Estados Unidos de Europa» hasta que se discuta en la prensa el aspecto económico del problema.

Los debates en torno a esta cuestión tomaron en nuestra conferencia un carácter político unilateral. Quizás ello se debiera, en parte, al hecho de que en el manifiesto del Comité Central dicha consigna estaba formulada directamente como consigna política («la consigna política inmediata. . .», se dice en él), además, no sólo se proponían los Estados Unidos republicanos de Europa, sino que se subraya especialmente que «si no se derroca por vía revolucionaria las monarquías alemana, austríaca y rusa», esta consigna es absurda y falsa.

Es absolutamente erróneo oponerse a semejante forma de plantear el problema dentro de los límites de la apreciación política de dicha consigna, por ejemplo, desde el punto de vista de que eclipsa o debilita, etc., la consigna de la revolución socialista. Las transformaciones políticas realizadas en un sentido auténticamente democrático, y tanto más las revoluciones políticas, no pueden nunca, en ningún caso, y sean cuales sean las circunstancias, eclipsar ni debilitar la consigna de la revolución socialista. Por el contrario, siempre contribuyen a acercar esta revolución, amplían su base e incorporan a la lucha socialista a nuevas capas de la pequeña burguesía y de las masas semiproletarias. Por otra parte, las revoluciones políticas son inevitables en el proceso de la revolución socialista, que no debe considerarse como un acto único, sino como una época de violentas conmociones políticas y económicas, de lucha de clases más enconada, de guerra civil, de revoluciones y contrarrevoluciones.

Pero si la consigna de los Estados Unidos republicanos de Europa, que se liga al derrocamiento revolucionario de las tres monarquías más reaccionarias de Europa, encabezadas por la rusa, es absolutamente invulnerable como consigna política, queda aún la importantísima cuestión del contenido y la significación económicos de esta consigna. Desde el punto de vista de las condiciones económicas del imperialismo, es decir, de la exportación de capitales y del reparto del mundo por las potencias coloniales «avanzadas» y «civilizadas», los Estados Unidos de Europa, bajo el capitalismo son imposibles o son reaccionarios.

El capital se ha hecho internacional y monopolista. El mundo está ya repartido entre un puñado de grandes potencias, es decir, de potencias que prosperan en el gran saqueo y opresion de las naciones. Cuatro grandes potencias de Europa — Inglaterra, Francia, Rusia y Alemania –, con una población de 250 a 300 millones de habitantes y con un territorio de unos 7 millones de kilómetros cuadrados, tienen colonias con una población de casi quinientos millones de habitantes (494,5 millones) y con un territorio de 64,6 millones de kilómetros cuadrados, es decir, casi la mitad de la superficie del globo (133 millones de kilómetros cuadrados sin contar la zona polar). A ello hay que añadir tres Estados asiáticos — China, Turquía y Persia –, que en la actualidad están siendo despedazados por los saqueadores que hacen una guerra de «liberación», a saber, por el Japón, Rusia, Inglaterra y Francia. Estos tres Estados asiáticos, que pueden denominarse semicolonias (en realidad, ahora son colonias en sus nueve décimas partes), cuentan con una población de 360 millones de habitantes y una superficie de 14,5 millones de kilómetros cuadrados (es decir, casi el 50% más que la superficie total de Europa).

Además, Inglaterra, Francia y Alemania han invertido en el extranjero un capital de no menos de 70 mil millones de rublos. Para obtener una rentita «legítima» de esta agradable cantidad — una rentita de más de tres mil millones de rublos anuales –, sirven los comités nacionales de millonarios, llamados gobiernos, provistos de ejércitos y de marinas de guerra, que «colocan» en las colonias y semicolonias a los hijitos y hermanitos del «señor Billón» en calidad de virreyes, de cónsules, de embajadores, de funcionarios de todo género, de curas y demás sanguijuelas.

Así está organizado, en la época del más alto desarrollo del capitalismo, el saqueo de cerca de mil millones de habitantes de la Tierra por un puñado de grandes potencias. Y bajo el capitalismo, toda otra organización es imposible. ¿Renunciar a las colonias, a las «esferas de influencia», a la exportación de capitales? Pensar en ello significa reducirse al nivel de un curita que predica cada domingo a los ricos la grandeza del cristianismo y les aconseja regalar a los pobres. . . , bueno, si no unos cuantos miles de millones, unos cuantos centenares de rublos al año. Los Estados Unidos de Europa, bajo el capitalismo, equivalen a un acuerdo sobre el reparto de las colonias. Pero bajo el capitalismo no puede haber otra base ni otro principio de reparto que la fuerza. El multimillonario no puede repartir con alguien la «renta nacional» de un país capitalista sino en proporción «al capital» (añadiendo, además, que el capital más considerable ha de recibir más de lo que le corresponde). El capitalismo es la propiedad privada de los medios de producción y la anarquía de la producción. Predicar una distribución «justa» de la renta sobre semejante base es proudhonismo, necedad de pequeño burgués y de filisteo. No puede haber más reparto que en proporción «a la fuerza». Y la fuerza cambia en el curso del desarrollo económico. Después de 1871, Alemania se ha fortalecido tres o cuatro veces más rápidamente que Inglaterra y Francia. El Japón, unas diez veces más rápidamente que Rusia. No hay ni puede haber otro medio que la guerra para comprobar la verdadera potencia de un Estado capitalista. La guerra no está en contradicción con los fundamentos de la propiedad privada, sino que es el desarrollo directo e inevitable de tales fundamentos. Bajo el capitalismo es imposible el crecimiento económico parejo de cada empresa y de cada Estado. Bajo el capitalismo, para restablecer de cuando en cuando el equilibrio roto, no hay otro medio posible más que las crisis en la industria y las guerras en la política.

Desde luego, son posibles acuerdos temporales entre los capitalistas y entre las potencias. En este sentido son también posibles los Estados Unidos de Europa, como un acuer do de los capitalistas europeos . . . ¿sobre qué? Sólo sobre el modo de aplastar en común el socialismo en Europa, de de fender juntos las colonias robadas contra el Japón y Norteamérica, cuyos intereses están muy lesionados por el actual reparto de las colonias, y que durante los últimos cincuenta años se han fortalecido de un modo inconmensurablemente más rápido que la Europa atrasada, monárquica, que ha empezado a pudrirse de vieja. En comparación con los Estados Unidos de América, Europa, en conjunto, representa un estancamiento económico. Sobre la actual base económica, es decir, con el capitalismo, los Estados Unidos de Europa significarían la organización de la reacción para detener el desarrollo más rápido de Norteamérica. Los tiempos en que la causa de la democracia y del socialismo estaba ligada sólo a Europa, han pasado para no volver.

Los Estados Unidos del mundo (y no de Europa) constituyen la forma estatal de unificación y libertad de las naciones, forma que nosotros relacionamos con el socialismo, mientras la victoria completa del comunismo no conduzca a la desaparición definitiva de todo Estado, incluido el Estado democrático. Sin embargo, como consigna independiente, la de los Estados Unidos del mundo dudosamente sería justa, en primer lugar, porque se funde con el socialismo y, en segundo lugar, porque podría dar pie a interpretaciones erróneas sobre la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo país y sobre las relaciones de este país con los demás.

La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país en forma aislada.

El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar dentro de él la producción socialista, se alzaría contra el resto del mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados. La forma política de la sociedad en que triunfe el proletariado, derrocando a la burguesía, será la república democrática, que centralizará cada vez más las fuerzas del proletariado de dicha nación o de dichas naciones en la lucha contra los Estados que aún no hayan pasado al socialismo. Es imposible suprimir las clases sin una dictadura de la clase oprimida, del proletariado. La libre unión de las naciones en el socialismo es imposible sin una lucha tenaz, más o menos prolongada, de las repúblicas socialistas contra los Estados atrasados.

Estas son las consideraciones que, tras repetidas discusiones del problema en la conferencia de las secciones del POSDR en el extranjero y después de ella, han llevado a la Redacción del Organo Central a la conclusión de que la consigna de los Estados Unidos de Europa es errónea.

Texto escrito por Lenin en agosto de 1915 y publicado en el nº 40 de Sotsial-Demokrat, periódico clandestino y órgano central del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Fuente: Marxists.org

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