La constitución de la Crida Nacional per la República, impulsada por Carles Puigdemont, está concebida como una OPA hostil a los exconvergentes del PDECat, para erosionar a la base electoral de ERC y devenir la fuerza hegemónica del independentismo.
La fecha de la presentación por parte del expresident de la Generalitat Carles Puigdemont de la nueva formación política Crida Nacional per la República (CNR), con el aval del president Quim Torra y Jordi Sánchez, líder de la ANC en prisión, ha sido cuidadosamente elegida. Poco después de la decisión del tribunal de Schleswing-Holstein, que descartó la entrega de Puigdemont por el delito de rebelión, sentida como una gran victoria por el movimiento independentista, y días antes del congreso de los postconvergentes del PDECat.
La propuesta esencial de la nueva formación es crear un movimiento transversal, superador de la dinámica de los partidos políticos, para implementar la República catalana y materializar el supuesto mandato popular del 1 de octubre. Se trata de una fórmula inscrita en el núcleo ideológico duro del nacionalismo catalán, de la Lliga Regionalista, de Enric Prat de la Riba a l’Assemblea de Catalunya durante la transición, de la Crida a la Solidaritat en la década de 1980 al reciente Junts per Catalunya que agrupó a Convergència y ERC bajo la presión de la ANC y Òmnium Cultural. Un planteamiento que busca la comunión interclasista y transideológica de todos los auténticos catalanes en lucha contra el Estado español para reivindicar en su momento la autonomía y ahora la independencia. Además, los dos partidos históricos del catalanismo conservador –la Lliga Regionalista y Convergència Democràtica de Catalunya– se postularon no como un partido político más, sino como la expresión de un movimiento para la (re)construcción nacional del país –“una nación en marcha”– que no tenía más remedio que aceptar la forma partido para concurrir en las contiendas electorales y tener representación en las instituciones políticas españolas y de autogobierno catalanas.
Ahora bien, el actual formato de CNR aporta como novedad un sesgo decididamente nacionalpopulista, más próximo al derechismo identitario del nacionalismo flamenco que a los postulados socialdemócratas del SNP escocés.
Independentismo de aluvión
La investidura de Pedro Sánchez, tras la moción de censura que derribó a Mariano Rajoy con el apoyo de los partidos independentistas catalanes, ha modificado sustancialmente el panorama político. Frente a la negativa del gobierno del PP a cualquier concesión a los independentistas, ahora el ejecutivo del PSOE multiplica los gestos de conciliación y diálogo con el Govern de la Generalitat. Este cambio en la escena política ha profundizado las diferencias entre los sectores posibilistas del movimiento secesionista (un sector del PDECat, ERC y Òmnium Cultural), frente a los sectores maximalistas (el círculo de Puigdemont y Torra, CUP y ANC).
La constitución de CNR está concebida, en primer término, como una OPA hostil hacia el PDECat, días antes de su Congreso, al abocarlos a la disyuntiva de negarse a formar parte del movimiento transversal inscrito en el ADN del catalanismo y aparecer como “traidores” frente a los planteamientos maximalistas y legitimistas de Puigdemont. Pero, también, como un intento de erosionar los apoyos electorales y sociales de ERC, un sector de cuyas bases, como pudo apreciarse en su última Conferencia Nacional, apuestan por mantener el choque con el Estado y la vía unilateral. De hecho, en las pasadas elecciones al Parlament de Catalunya, del 21 de diciembre del 2017, celebradas con el artículo 155 de la Constitución en vigor, un sector importante de sus votantes apostaron por la candidatura Junts per Catalunya de Puigdemont, otorgándole inesperadamente la victoria dentro del bloque independentista.
ERC, ante el anunció de la formación del CNR, se ha desmarcando del proyecto argumentando que se trata de un movimiento de recomposición del centro-derecha independentista. Por el contrario, el PDECat, contra el que en realidad va dirigida la nueva formación, no ha descartado nada, a la espera del resultado del cónclave que se celebrará este fin semana. No obstante, a nadie se le escapa que, una eventual integración de la antigua Convergència en el movimiento auspiciado por Puigdemont, significaría el fin de los intentos de estos sectores del centro-derecha catalanista/independentista de (re)construir un espacio propio y autónomo del círculo legitimista de Puigdemont que busca perpetuar el choque con el Estado.
La composición del movimiento independentista catalán se basa en las clases medias catalanohablantes, formateadas ideológicamente en los años del pujolismo. Sin embargo, desde el punto de vista político, debe diferenciarse entre un núcleo duro que mantendrá la reivindicación del Estado propio, sea cuales fueren las propuestas emanadas desde Madrid, y un independentismo de aluvión que se apuntó al carro del proceso soberanista por un conjunto complejo de factores; entre ellos, los efectos de la crisis económica sobre las clases medias, el rechazo al neocentralismo del PP o la fuerte presión social para sumarse al movimiento vehiculada por los medios de comunicación de la Generalitat y así no ser excluidos de la nueva catalanidad. Aquí debe apuntarse que la integración en la comunidad imaginaria que constituye la nación catalana ha ido restringiéndose. Al final de la dictadura, se difundió la fórmula de Jordi Pujol, según la cual, catalán era quien vivía y trabajaba en Catalunya y tenía voluntad de serlo. En los años de hegemonía autonómica convergente, la definición de verdadera catalanidad se redujo a quienes hablaban en lengua catalana. Ahora, el auténtico catalán es quien defiende la independencia de Catalunya.
El relativo cambio de ciclo económico, el fracaso de la vía unilateral y las ofertas de diálogo de Pedro Sánchez podrían provocar que este independentismo de aluvión se desmarcase de las posturas maximalistas y legitimistas y apoyase tantear las vías de acuerdo con el Estado auspiciadas por Pedro Sánchez.
En este contexto deben interpretarse los movimientos del ejecutivo del PSOE para debilitar los apoyos sociales y electorales del bloque independentista; aunque estos movimientos tienen fecha de caducidad si acaba imponiéndose el sector maximalista ahora articulado en torno al CNR. También en esta línea debe leerse la propuesta de Puigdemont que pretende aglutinar a los sectores legitimistas del movimiento independentista y minimizar en la medida de lo posible las eventuales fugas hacia posiciones posibilistas. De ahí también su interés por destruir políticamente al PDECat como el hipotético espacio organizativo desde donde podrían reconstruirse políticamente aquellos sectores del movimiento nacionalista dispuestos a escuchar las ofertas del gobierno español.
En este sentido, el resultado del Congreso del PDECat será una importante referencia para pulsar la correlación de fuerzas en el interior del movimiento independentista que está preparando un mes de septiembre y octubre de movilizaciones con la celebración de la Diada Nacional y el primer aniversario del 1 de octubre.