Israel en el abismo

Israel en el abismo
Eduardo Luque y Bashar Barazi

Israel vive la peor crisis interna desde 1948. Los gobiernos se suceden precipitadamente desde hace años. Israel vive inmerso en una crisis permanente. Tras cinco elecciones generales, los israelitas entronizaron la coalición liderada nuevamente por Benyamin Netanyahu. Pocos meses más tarde la población exige desde las calles la dimisión del gobierno. El 29 de diciembre Netanyahu formó un nuevo gabinete, el más derechista de la historia. Su objetivo fundamental es, como explicó en su primer discurso, expandir los asentamientos expulsando a la población palestina. Recupera el sueño acariciado por Ariel Sharon. Para cumplirlo, Netanyahu quiso introducir profundas modificaciones legales que empujan al país hacia la dictadura.

La respuesta social al nuevo ejecutivo fue en aumento. En un primer momento fueron las fuerzas de izquierda. Se sumaron después sectores del “centro” e incluso de la derecha. El riesgo de una confrontación civil, que se otea en el horizonte, ha galvanizado a fuerzas políticas muy dispares. Amplios sectores ven con estupor cómo las propuestas legislativas de Netanyahu conducen al país al enfrentamiento social en una sociedad cada vez más fragmentada. Los choques entre las fuerzas políticas en el Parlamento se están extendiendo a la sociedad civil. El diputado Yair Golan, ex jefe adjunto del estado mayor del ejército israelí, llama a la desobediencia civil “contra un gobierno malicioso y malvado”.

Los nexos que mantenían cohesionada a la sociedad israelita se debilitan. Hace pocos días grupos de reservistas del ejército se negaban a incorporarse a los cuarteles. Las tropas de élite, oficiales de la aviación y la marina se negaban a cumplir las órdenes. A tal extremo ha llegado la situación que el día 24 los pilotos militares que debían transportar al presidente al Reino Unido se negaron a pilotar el avión presidencial y Netanyahu tuvo que suspender el viaje. Israel es un hervidero de manifestaciones que duran muchas semanas de forma ininterrumpida y que quieren impedir (posiblemente sea demasiado tarde) que Israel se convierta “En un Estado racista y violento que no podrá ‎sobrevivir”. Lo dijo el ex director del Mossad.

La causa

Benyamin Netanyahu es la misma imagen del político felón. Bajo su presidencia, acuciado por las investigaciones judiciales, firmó con la justicia ‎israelí un acuerdo que no pensaba respetar. Eso podría motivar que el Tribunal Supremo lo declarase ‎incapaz de gobernar. Netanyahu reaccionó y quiso introducir una propuesta que enmendara Leyes Fundamentales (Israel no tiene constitución). La reforma impulsada por Netanyahu limitaría la autoridad de los jueces y los asesores jurídicos. Una mayoría simple parlamentaria le permitiría anular una sentencia del Tribunal Supremo que implique derogar una ley o una decisión del gabinete. Pero hay más reformas, la mayoría diseñadas para contentar a grupos específicos de la sociedad israelí: retirar los bonos alimenticios a las familias pobres priorizando a las familias de los ultraortodoxos (que no pagan impuestos ni están obligados a hacer el servicio militar), permitir que partidos abiertamente racistas se presenten a las elecciones, etc… son algunas de ellas. A pesar de la respuesta en la calle, con una movilización social sin precedentes en Israel, la ley fue aprobada por la mínima.

La rabia popular se ha exacerbado. Decenas de miles de manifestantes han llenado las calles de Tel Aviv y otras ciudades. El elemento más peligroso es el creciente malestar en el seno del ejército (el gran nexo de unión de la sociedad israelí); cientos de soldados y oficiales israelíes de las unidades cibernéticas y de operaciones especiales renuncian a presentarse al servicio militar en protesta contra la reforma judicial. En paralelo se hizo pública una carta que afirma: “No tenemos contrato con un dictador”. La carta fue firmada por 450 reservistas de las fuerzas especiales de la inteligencia militar y otros 200 de sus unidades cibernéticas, incluidos el Shin Bet y el Mossad. Por su parte más de 400 pilotos de guerra decidieron no presentarse durante dos semanas al servicio militar. Los reservistas de la armada decidieron bloquear la zona por vía marítima.

La vuelta al poder de Netanyahu al frente de una variopinta coalición de grupos, cada uno más extremista que el anterior, ha provocado un auténtico revulsivo social. Netanyahu busca desesperadamente librarse del peso de la justicia. Su gobierno es débil y está sometido al albur de los partidos más extremistas. Las voces que se alzan en el seno de su propio partido para paralizar la reforma sólo han conseguido un aplazamiento hasta el mes de mayo. Los grupos más extremistas del ejecutivo pretenden, lo proclaman abiertamente, no sólo un cambio constitucional sino un trampolín para un cambio demográfico fundamental: el proyecto pretende transferir el grueso de la población palestina de Cisjordania al este del río Jordán (la actual Jordania) en una nueva diáspora de alcance bíblico.

El núcleo del problema, por tanto, va más allá de la mera reforma legislativa. Es un enfrentamiento social en bloques cada vez más antagónicos. Por una parte, los representantes de la antigua clase dirigente profesional (mayoritariamente asquenazíes), por la otra los colonos judíos más radicalizados (los mizrajíes). Los ministros de Netanyahu ven Oriente Próximo como una lucha entre el bien y el mal, en la que la paz no puede existir hasta alcanzar la victoria final. Los manifestantes, por el contrario, apoyan la continuación del statu quo (la ocupación, aunque de forma más liberal).

En las últimas elecciones fueron los colonos más extremistas los que acabaron ganando las elecciones. Llevaban décadas esperando este momento y no piensan retroceder. Es el sueño de Ariel Sharon hecho realidad. Mientras una parte de la sociedad aguanta la represión policial que va en aumento, otro sector se está radicalizando, como demuestra el ataque a la ciudad palestina de Hawara. El ministro de finanzas del gobierno Netanyahu declaraba: “El pueblo de Hawara tiene que ser aniquilado…”

El declive económico

Inestabilidad política, cambio continuo de gobierno, deterioro de la situación de seguridad, a pesar de la represión los atentados se suceden. El discurso de la ultraseguridad es ya un sueño. Tel Aviv tuvo que ceder frente a Hezbola y llegar a un acuerdo con el Líbano para explotar conjuntamente los depósitos de gas en la zona. La posición dominante de Israel se deteriora.

Esto influye en el declive económico de Israel. A la fuga de capitales hacia otros mercados más “tranquilos” se le une la necesidad estadounidense de repatriar capitales, incluso a costa de sus aliados. Diarios israelitas como Maariv (el segundo con más difusión en Israel) señalaba que solo en el mes de enero habían salido del país más de 1.000 millones de dólares. Las consecuencias de la guerra en Ucrania también influyen; la reducción de la tasa de interés en Israel contrasta con el aumento de precio del dinero en EEUU; la falta de seguridad interna y la permanente crisis gubernamental hacen el resto. Otros problemas añadidos son el aumento del paro y la huida a otros países de parte de la población más joven; según estadísticas oficiales cerca del 33% de los jóvenes quieren salir del país.

La situación social se complica.

Las voces más lúcidas alertan de la dramática situación que vive el país. El exjefe del servicio de inteligencia del Mossad, Tamir Pardo, nombrado en su momento por el propio Netanyahu y ahora coordinador de las movilizaciones, señalaba el peligro de enfrentamiento civil: “La reforma propuesta cambiará la estructura gubernamental en ‎Israel, ya que el poder ejecutivo –encabezado por el primer ministro– tendrá un poder ilimitado…” El presidente del país, Issac Herzog, afirmaba hace pocos días: “Estamos al borde de un colapso social y constitucional” añadiendo que  las movilizaciones populares contra las reformas legislativas presagian un “enfrentamiento violento”. Llegó a pedir la retirada de la ley o bien el retraso de la tramitación, cosa que no se produjo. ‎Netanyahu rechazó la mediación del presidente. Quería ganar la votación, como así fue.

Los otros actores

La mediación china en Oriente Medio, consiguiendo que Irán y Arabia Saudita vuelvan a intercambiar embajadores, asusta en Israel. Las relaciones de poder en la zona cambian. Irán, el gran rival de Israel, se afianza como potencia regional y más tras cerrar el acuerdo con Iraq para controlar a los grupos kurdos. La solución a la guerra en Yemen, en la que había intervenido Tel Aviv apoyando a Riad, modificará la correlación de fuerzas en la zona. Turquía se desliza hacia una postura cada vez más proclive a Rusia. Israel ve con pavor que los grandes vencedores en la zona son los iraníes. El portavoz de Exteriores iraní, Naser Kanani, hablaba del posible colapso del país hebreo en pocos meses. La propia inteligencia del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) coincide en esos análisis, al igual que el Secretario General de Hezbola.

Para Biden la situación actual en Israel es un quebradero de cabeza. EEUU está descontento con Netanyahu, éste a su vez ha prohibido a sus ministros que visiten Washington.

Israel vive un momento de tensa espera; las reformas legislativas se han aplazado para el mes de mayo. Cada grupo vela las armas en un choque que parece inaplazable. Aunque las clases medias salen muy perjudicadas en esta nueva relación de poder, es difícil que actúen por la vía violenta, cosa que sí desean los colonos (de ahí el ataque a la ciudad palestina). Israel vive las consecuencias de una opción que pretende cambiar la estructura social y demográfica del país. Es un proceso que ha estado gestándose durante los últimos 23 años, desde que Ariel Sharon encendió la mecha de los movimientos nacionalistas más radicales. En estas dos décadas la sociedad israelita ha virado aún más hacia la derecha tanto política como culturalmente. Hoy es posible oír en Israel declaraciones como las pronunciadas por el ministro de transporte, Bezael Yoel Smotrich, quien afirmaba con orgullo: «Soy fascista y homófobo, pero [no] lapidaré a los gays (al menos por ahora)».

Ahora los sectores y las facciones religiosas más extremistas han llegado a la cima de su poder y no piensan abandonarlo.

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