Hegemonía es un término utilizado constantemente en las discusiones políticas y en el ámbito de la teoría política. Pero en estas discusiones no siempre se precisa bien el concepto al que se hace referencia con la palabra, ni cuando se dice que tal partido o clase social aspira a la hegemonía, ni cuando se critica a los que dicen aspirar a ella.
En principio, la palabra tiene una connotación militar. La hegemonía alude al predominio y liderazgo del hegemon, del conductor o guía militar, del que va a la cabeza. Y, por extensión, se suele identificar la hegemonía con el primado de un estado sobre otros en las relaciones internacionales o con la dominación de una clase o grupo social sobre otros en el interior de las naciones. Así, se habla habitualmente de la hegemonía militar de una nación en tal o cual período histórico, de la hegemonía (en sentido amplio) de los Estados Unidos de Norteamérica en el actual concierto de las naciones, de la hegemonía de la burguesía en el capitalismo o de la hegemonía de tal o cual partido político a tenor de los resultados electorales en las democracias representativas. Todos estos usos de la palabra hegemonía connotan la idea de superioridad material sobre otros, primacía, primado, preeminencia o dominio. Y en los estados modernos y contemporáneos está idea conlleva la idea de coerción por la fuerza, en última instancia militar, aunque no siempre y necesariamente militar.
En la tradición socialista que cuaja en el siglo XX la palabra hegemonía se ha seguido usando en la misma acepción. La mayoría de los teóricos social-comunistas del siglo XX ha empleado la palabra para referirse a la inversión del tipo de dominación existente bajo el capitalismo, al cambio de signo social y político del poder. Así se ha podido decir que las revoluciones del siglo XX han cambiado (o han aspirado a cambiar) el signo de la hegemonía social anteriormente existente. La mayoría de los teóricos social-comunistas ha mantenido que el proletariado aspira a la hegemonía, entendiendo por ello que pretende ocupar el lugar social, económico y político que anteriormente ocupaba la burguesía. Y ha pensado, por tanto, que la hegemonía sólo cambia de signo cuando la nueva clase, la clase subalterna, ha tomado el poder y puede ejercer la dominación sobre las otras clases sociales. Hegemonía sigue implicando, según esto, coerción estatal en el orden nuevo, sólo que con el signo social invertido: donde antes mandaba el capital mandará el trabajo; donde mandaban los capitalistas mandarán los obreros. Hegemonizar es mandar; y el mandar, con lo que tiene de coerción, es algo necesario mientras la sociedad esté dividida en clases sociales.
Este imperativo del hegemonizar como mandar continúa dándose incluso después de la revolución y de la toma del poder por la clase (o las clases) subalterna(s). Por una razón muy sencilla, a saber: porque una clase social subalterna puede conquistar el poder político y no tener todavía el poder económico, el cual, como se sabe, suele ser un prerrequisito básico del poder militar. Como existe evidencia histórica suficiente de que no hay clase social dominante que renuncie a sus privilegios sin resistencia, incluso después de haber sido derrotada por la revolución o en las urnas, es razonable pensar que la hegemonía así entendida, como mandar (incluida la hegemonía militar), continúa siendo un asunto clave todavía después de que la hegemonía social y política haya cambiado de signo, en lo que se suele llamar período de transición. Esta es la base, argumentalmente razonable, de lo que Marx primero y Lenin después llamaron dictadura del proletariado (o dictadura “democrática” del proletariado).
Con las expresiones “dictadura del proletariado” y “dictadura democrática del proletariado” se pretende subrayar el vínculo necesario entre la idea de hegemonía como supremacía y la idea de coerción en una sociedad todavía dividida. Durante muchas décadas los teóricos social-comunistas han preferido estas otras expresiones al concepto mismo de hegemonía para llamar la atención sobre tres cosas: 1ª Que, independientemente de la forma política del mandar, lo que realmente existía en las sociedades capitalistas era una dictadura de clase; 2º Que lo que vendría, en una sociedad que hubiera cambiado el signo social del mandar, sería todavía una dictadura porque en ella habría estado y el estado implica siempre coerción social y política; y 3º Que esta dictadura alternativa tendría una forma sociopolítica más democrática que todas las democracias realmente existentes por el hecho elemental de que representaría el interés de la inmensa mayoría de la población (la suma de los de abajo, de los proletarios y campesinos de entonces).
De hecho, la mayoría de los teóricos social-comunistas estuvieron convencidos, por lo menos hasta los años cincuenta del siglo XX, de que aquello que ellos llamaban dictadura (o dictadura democrática) iba a ser una ampliación de la democracia representativa hasta entonces conocida (en Suiza, en Inglaterra, en EE.UU. de Norteamérica, etc.). Para entender esto en su contexto histórico hay que tener en cuenta que hasta 1919 el sufragio estuvo limitado en la mayoría de los países europeos y que, hablando con propiedad, lo que hoy llamamos reglas básicas de la democracia o eran desconocidas o no regían entonces. Basta con recordar a este respecto que antes de que la primera constitución soviética reconociera en Rusia el derecho de voto a las mujeres sólo siete países en el mundo lo habían hecho; y que estos siete países (Nueva Zelanda, Australia, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia y Holanda) contaban poco en el concierto imperialista de la época.
Hay, sin embargo, una excepción interesantísima en el uso del concepto de hegemonía en la tradición social-comunista. Esa excepción es Antonio Gramsci. En los Cuadernos de la cárcel el concepto gramsciano de hegemonía se opone a la idea de dominio. Gramsci distingue entre dirigir y dominar, entre una clase que dirige a otras persuadiendo y una clase que basa el mandar en la coerción y la dominación. De esta manera amplía el concepto de hegemonía más allá del ámbito militar, económico y político.
El concepto gramsciano de hegemonía incluye el primado o preeminencia cultural e intelectual en la formación económico-social o bloque histórico de que se trate. La hegemonía no se reduce, por tanto, al ordeno y mando, a la fuerza (económica y militar), sino que presupone el consenso social y, en consecuencia, la capacidad que una clase o grupo tiene para dirigir intelectualmente, y de forma sostenida, al conjunto de la sociedad. Esto quiere decir que la hegemonía efectiva, en el sentido de Gramsci, complementa fuerza y consenso y que la dirección a la que se aspira en la sociedad no es sólo político-económica sino también cultural, moral-intelectual. El papel de los intelectuales, de la subjetividad y de la conciencia se convierte así en un elemento clave para la conformación de la hegemonía. La lucha cultural, la batalla de las ideas, la organización de los intelectuales y la conformación colectiva de la propia concepción del mundo, de las creencias y de las ideologías, cobran así una relevancia que no tenían en otros teóricos contemporáneos de la hegemonía.
Este concepto gramsciano de hegemonía vale sobre todo para sociedades complejas, en las cuales el papel de las instituciones de la sociedad civil mediatiza y limita la coerción del estado en que finalmente cristaliza el dominio de una clase social. Fue pensado, obviamente, para diferenciar la situación existente en la Rusia prerrevolucionaria (donde el estado lo era todo) de la situación de los países de la Europa occidental (donde hay muchas casamatas en las que se combate durante décadas en términos culturales e ideológicos para conquistar el primado intelectual). Hegemonía es, antes que nada, primado moral y civil derivado de una reforma moral e intelectual en la que jugarán un papel sustancial los intelectuales que, como educadores y persuasores, contribuyen a crear una nueva tradición, la socialista. La supremacía social, o sea, la hegemonía en el sentido tradicional, dependerá de hasta qué punto haya calado en la sociedad este otro primado moral e intelectual.