Muchos escritores, pero sobre todo James Hillman en su libro A Terrible Love of War, intentan abordar nuestra adicción a la guerra; tan terrible, pero que proporciona una furia parecida a la de Marte cuando une a los hombres en la batalla: “Me sentí como un dios”. Una frase, en una escena, de una película, General Patton, resume lo que Hillman intenta explicar: el general camina por el campo después de una batalla. Tierra removida, tanques quemados, hombres muertos. Coge en brazos a un oficial moribundo, le besa, observa el caos y dice: «Me encanta. Que Dios me ayude, me encanta. Lo amo más que a mi vida».
En pocas palabras, con frecuencia las sociedades han encontrado –y siguen encontrando– el sentido de la vida a través de la guerra.
Esto es pertinente hoy en día. Se oyen voces que dicen que Estados Unidos necesita una guerra para cohesionar su polarizada sociedad. Sin embargo, hoy una sociedad diferente –con sus propias fracturas, toxicidades y deficiencias– manifiesta públicamente cómo su condición de mosaico nunca se abordó seriamente, sino que se decoró y se dejó fermentar.
¿Es la guerra la única forma de dar sentido a «Israel» hoy en día, en medio de su confusión constitucional y política?
Un trío de los principales enviados estadounidenses (Blinken, Sullivan y Burns) hablaron seriamente con el primer ministro Netanyahu el mes pasado. Llegaron con una lista de exigencias preparadas de antemano, que se presentaban como «un acuerdo». Washington parece carecer de habilidades diplomáticas en estos días, por lo que el «acuerdo» era un «maquillaje» de hace veinte años. Recuerdo muy bien el mismo libro de jugadas (ya manchado entonces) de cuando participé en el equipo presidencial del senador George Mitchell, intentando reconducir la Segunda Intifada por unos raíles rectores. No funcionó; su informe (https://ecf.org.il/issues/issue/191) quedó rápidamente encasillado y cubierto de polvo.
El veterano periodista israelí Nahum Barnea lo resumió sucintamente la semana pasada (https://www.ynet.co.il/news/article/sk7pfzq2s) en Yediot Ahronoth:
«Dicho de forma cruda y simplista, éste es el trato: a cambio de la cooperación estadounidense en relación con Irán y Arabia Saudí, Netanyahu no tendrá que cumplir sus compromisos y las promesas electorales de sus socios, rebajará la tensión, mantendrá el statu quo en el Monte del Templo, reforzará la Autoridad Palestina y frenará los asentamientos. En cada una de estas exigencias, el gobierno israelí se atendría a las líneas rojas fijadas por la administración estadounidense».
Por otra parte, Blinken dio instrucciones al presidente Abbas para que aplicara otro plan de seguridad estadounidense: la AP debe proporcionar a «Israel» su seguridad. Debe coordinarse con «Israel» para suprimir la resistencia palestina, esta vez con un nuevo escuadrón especial entrenado por Estados Unidos para sofocar los nuevos brotes de una nueva intifada que ya se hace patente en Yenín y Nablús.
El mensaje a Netanyahu era muy claro: «Te sugerimos que te centres en la cuestión iraní: puedes conseguir un logro histórico: una ceremonia de normalización con Arabia Saudí en el jardín de la Casa Blanca» (condicionada a la aquiescencia de Mohammad bin Salmán). «Por otro lado, tú [Netanyahu] puedes dar pasos de anexión en Cisjordania, chocar en el Monte del Templo, llevar a cabo un golpe judicial que ensombrezca la percepción de ‘Israel’ como Estado liberal y democrático y proyectar inestabilidad crónica al mundo. Decide quién eres y qué quieres».
Dicho sin rodeos: el equipo de Biden insiste en que deben tener a «Israel» «fuera de las primeras páginas» en EE.UU., mientras se centran en Ucrania, Rusia y China.
¿Puede funcionar este «acuerdo»? ¿Es realista pensar que Netanyahu puede traicionar a sus socios de coalición de la derecha dura, que le tienen como rehén ante la amenaza de la cárcel si incumple las promesas que les ha hecho? No.
¿Tiene Abbas autoridad o credibilidad para librar una guerra contra su propio pueblo por la seguridad de «Israel»? No.
¿Es probable que Mohammad bin Salmán abrace a «Israel»? ¿Es probable que Irán acepte dócilmente el desgaste producido por «Israel» sin respuesta? No.
Ninguno de los actores está dispuesto a aceptar estas exigencias. Y en el caso de Netanyahu, él cree arrogantemente que tiene más influencia en el Capitolio que Biden. Tal vez.
Entonces, ¿es probable que la guerra con Irán se convierta en el camino de Netanyahu para salir de su dilema, atrapado como está por todos lados?
Bueno, aquí también hay limitaciones: existe una brecha fundamental entre las posturas israelí y estadounidense sobre Irán, a pesar de todo el lenguaje consensuado y de «leer la misma página».
EE.UU. puede aceptar –aunque de forma incómoda– el estatus de umbral nuclear de Irán, siempre que no pase al modo armamentístico (de lo que no hay indicios). Así pues, Netanyahu recibe «luz verde» para perseguir conjuntamente el desgaste contra las dimensiones no nucleares de la actividad iraní (incluidas las denominadas «dimensiones iraníes» en Siria, Líbano, Irak, Yemen y Gaza).
Una vez más, el mensaje es contundente: el Equipo Biden «comprende» las actuales «necesidades» israelíes, pero elude ser visto como cómplice en la ejecución de su «guerra» encubierta con Irán.
¿Será suficiente para Netanyahu esta «congelación» de la cuestión iraní, que puede convenir a los intereses estadounidenses? «Israel» está en metamorfosis: los fundamentos del Estado oscurecidos por años de enmascaramiento y negación están en juego con una venganza. Como dice un antiguo diplomático israelí de alto rango:
«Israel se ha convertido en un salvaje mosaico de Leyes Básicas, gobernanza y gobernabilidad, [hasta el punto de que estas contradicciones] convergieron para tensar fuertemente la ya fracturada democracia israelí y su sociedad tribal. La confluencia de la democracia, la separación de poderes, el Tribunal Supremo y la ocupación se ven agravadas por la toxicidad y los odios políticos, por lo que es natural temer que la democracia israelí se desmorone bajo esa carga».
Así que volvamos al «amor a la guerra» de Hillman, no en nombre de la paz, como la retórica engañosa declara tan a menudo, sino más bien por la propia guerra: para comprender la locura y la «belleza» de su furia. ¿Es ésta la salida de Netanyahu del estrangulamiento interno de las «toxicidades y odios agravados»?
Por supuesto, la búsqueda del significado de cualquier sociedad a través de la guerra refleja naciones que no están, por así decirlo, inherentemente «en sí mismas». Están «fuera» de sí mismas, chocando violentamente contra el grano de Maat (esa antigua comprensión de un orden y una armonía implícitos en el mundo, si no se impide su dinámica, sino que solo se refresca).
La guerra no puede evitarse, a menos que asimilemos esta idea primordial: cuando las cuatro paredes se cierran –literalmente– algunos estados e individuos buscarán un significado trascendente a través de la experiencia vinculante de entregarse a la «hermosa furia colectiva que todo lo consume»: la Guerra.
Hoy en día, oímos por todas partes el lenguaje del estrés psíquico, de la inquietud básica que emana de sociedades que claramente no están «en sí mismas». La gestión de la escalada militar en un contexto tan desquiciado probablemente sea inevitable: debe tener en cuenta y tratar de aplacar a este dios volátil antes de que se convierta en una fuerza implacable.