
El guardagujas o persona encargada de accionar el mecanismo que permite el cambio de raíl, tiene en sus manos la responsabilidad de evitar catástrofes ferroviarias o de provocarlas si yerra en su cometido. Los datos del día a día, las declaraciones, las amenazas y la escalada en la tensión entre el Gobierno de la Generalitat (expresión institucional máxima del independentismo) y el Gobierno de Rajoy (expresión, también máxima, de la ceguera y falta de visión de futuro), traen la imagen de un irremediable choque de locomotoras de imprevisibles resultados.
Sin embargo, intuyo que al fin y a la postre, surgirá un guardagujas que evite algo que ni es lógico ni tampoco homologable con la historia de la burguesía catalana y el pacto constitucional mantenido durante décadas entre los Gobiernos de España y los partidos políticos del sedicente catalanismo.
Hoy como hace más de un siglo, el bloque del catalanismo tiene en su seno corrientes de pensamiento y fuerzas políticas que ligan el independentismo a profundos cambios sociales. Y en esa línea está una parte de la ingente multitud de manifestantes por la independencia que, desde cierta amnesia, pretenden combatir así las políticas sociales, tan coincidentes, de Madrid y Barcelona. Desde hace tiempo, personas y desde personalidades del PP (Herrero de Miñón entre otros) se viene reconociendo la necesidad de asumir que España es plurinacional.
Las reiteradas críticas al café para todos de Suárez van en esa dirección. En cada minuto que transcurre y fuera del alcance de los medios de comunicación, la maquinaria trabaja tejiendo un cambio constitucional ad hoc que servirá para eludir la colisión y de paso para mantener el status quo entre el capital central y el periférico.
El montaje de la hagiografía oficial de Juan Carlos I como salvador de la democracia tras el 23-F, podría repetirse en la persona del Felipe VI como supremo valedor de la unidad pactada y negociada de las Españas.
Artículo publicado originalmente en El Economista