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Entre noticias que invitan a la esperanza y las que evidencian la magnitud e impacto de la pandemia que vivimos en la actualidad, diariamente aparecen artículos que especulan cómo habrá cambiado el mundo una vez podamos volver a poner pie en él. Aquellos que nos encontramos confinados en nuestros hogares, miramos por la ventana desconociendo si lo que vemos afuera volverá a ser el mundo de ayer o una nueva realidad, y en este acto es un momento propicio para que la película “Good Bye Lenin” vuelva a la mente.
Estrenada en 2004, trece años después de la caída del Muro de Berlín, esta película alemana presenta el escenario de una maestra de escuela que entra en un coma tras sufrir un infarto, justo antes del desmoronamiento del Muro y durante los meses en los cuales la Berlín oriental de la República Democrática (RDA) se transforma radicalmente y transiciona con extrema rapidez hacia una cultura capitalista y de consumo. Cuando se despierta esta profesora, una idealista y defensora de la vida en la RDA, corre el riesgo de sufrir un nuevo infarto con cualquier estrés. A raíz de su pronóstico médico, su hijo decide reconstruir el piso que habitan, y progresivamente el mundo que les rodea, para recrear una realidad que ya es del pasado y evitar un trauma emocional a su madre, pretendiendo que la RDA sigue existiendo como antes.
Durante estas semanas de confinamiento, es fácil sentirse como la protagonista de “Good Bye Lenin” y preguntarse hasta qué punto el mundo que vemos por la ventana es una recreación del pasado y cuál es la realidad auténtica que se esconde tras el conocido decorado. Mientras políticos y dirigentes hablan de una futura vuelta a la “normalidad” como si fuera un ansiado retorno, otros ensayistas y pensadores apuntan la imposibilidad de esta regresión y auguran un abanico de posibles transformaciones fundamentales que redibujarán una realidad sociopolítica que dábamos por consolidada y calcificada no hará más de dos meses.
Por ejemplo, tras la respuesta de la Unión Europea a la pandemia y el trato público dispensado a varios países, su desintegración se presenta como un escenario factible contra el que voces tan dispares como las de Donald Tusk, Pedro Sánchez o Gabriel Rufián se alzan para evitar. Noticias y porcentajes sobre el aumento del euroescepticismo en los países del sur de Europa aparecen casi diariamente, volviéndose relevante que incluso alguien como Rufián, quien anela transformar la realidad política nacional, promueva una conservadora defensa de la UE al declarar (El País (04/04/20)) que “cada vez que se la necesita, Europa no está. Vuelve a decepcionar. Pero es UE o barbarie.” En otro extremo del espectro, voces como la de Slavoj Zizek regresan para presentar un nuevo libro a raíz de la pandemia, donde señala las carencias de la globalización y afirma que “el dilema es barbarie o un comunismo reinventado” (ver su libro “Pandemic!” y El Mundo 01/04/20). Ai Weiwei sentenció hace pocos días que uno de los efectos de este nuevo coronavirus es que “el capitalismo ha llegado a su fin” (El País 05/04/20). El resurgimiento del estado nación combinado con un capitalismo centralizado o desregularizado, con un socialismo estatal o basado en la solidaridad individual y de colectivos son otras de las posibles mutaciones de la realidad sociopolítica. Globalización, capitalismo, neoliberalismo, mecanismos de solidaridad, estados nación, fronteras e uniones vuelven a la mesa de diseño.
En “Good Bye Lenin”, el hijo de la maestra se esmera por reconstruir el mundo pasado aunque, ocasionalmente, atisbos de la nueva realidad se cuelan en el espejismo. Un anuncio de Coca-Cola, coches de la Alemania Occidental circulando por la calle o una imagen de la desaparición de la estatua del propio Lenin son inevitables e injustificables en base al antiguo orden, con lo que el hijo se compromete en su apuesta y convierte su recreación del mundo de ayer en una creación del mundo de hoy. Con la ayuda de un compañero de trabajo, elabora noticiarios y compone el desarrollo de acontecimientos, orquesta cambios y políticas, transformando su recuerdo de la Alemania del Este en una versión idealizada, en la realidad que a él le hubiera gustado vivir.
Si la amable “Good Bye Lenin” era hasta el momento un acto de nostalgia, la película da un paso más, un movimiento que se puede entender como descorazonador. El protagonista construye una utopía, real para su madre pero ficticia para él y los demás. Su consciencia de esta ficcionalidad cobra una especial emoción cuando se encuentra con Sigmund Jähn, el primer cosmonauta alemán en ir al espacio e ídolo del protagonista cuando era pequeño, reconvertido en taxista con la caída del Muro. El hijo de la maestra lo eleva a un cargo dirigente, lo cubre de medallas y le pone delante de una cámara. En su discurso, el astronauta Jähn reflexiona que, si hubiéramos visto el mundo desde el cosmos, nos preguntaríamos qué objetivos hemos alcanzado como sociedad y, en consecuencia, redefine el socialismo estatal y la política alemana en base a una ideología adquirida por su perspectiva única.
Con el mundo que construye, al protagonista de “Good Bye Lenin” se le presenta una oportunidad excepcional de moldear la transformación de su realidad, no de forma descontrolada como él siente que propició la caída del Muro, sino con un idealismo que podría haber tenido cabida en la realidad. Su tragedia es que la realidad ya se transformó y el mundo que ha creado no es más que una ficción.
En España, en los debates sobre la situación actual, se aprecia un similar ejercicio de nostalgia no con respecto al neoliberalismo reciente sino con un Estado del Bienestar desmantelado por desregularizaciones y privatizaciones. Volver a él puede ser una quimera desenfocada por la melancolía y, en términos del flujo del tiempo, una imposibilidad. Sin embargo, a diferencia del protagonista de “Good Bye Lenin”, nos encontramos en el momento de la caída del Muro, en la encrucijada donde podemos reconstruir el mundo pasado y volver a la “normalidad” o, cómo el protagonista del filme, idear un nuevo presente basado en principios no regidos por la dictadura de la economía de mercado o cualquier otra estructura de ayer. Por fortuna, nuestra situación es inversa a la suya y el día de mañana aún no ha sucedido.
“Good Bye Lenin” (2003) se puede ver en filmin, entre otras plataformas digitales.
Ficha técnica:
Director: Wolfgang Becker.
Intérpretes: Daniel Brühl, Katrin Saß, Chulpan Khamatova y Maria Simon.
Año: 2003.
Duración: 121 min.
Idioma original: Alemán.
Trailer: