
Está siendo clamoroso el silencio durante la campaña en torno a temas de gran importancia: la UEES (Unión Europea de Explotadores Salvajes); el euro como régimen carcelario para los pueblos del Sur; la viabilidad no ensoñadora de una Europa unida, democrática y solidaria; el cambio climático acelerado; las alocadas apuestas atómicas militares; la energía nuclear y sus residuos; la contaminación (química, sonora, estética) asesina; la subordinación servil al Imperio y a sus estrategias de acoso y derribo; las enormes y abyectas desigualdades sociales, jamás alcanzadas hasta el momento; la prioridad de la justicia social sobre la eficacia (y no a la inversa o equiparadas); la opción republicana democrática; el infierno que representa para millones de trabajadores, sobre todo trabajadoras, los trabajos realmente existentes y despóticamente ordenados y organizados; los asesinatos de mujeres por violencia machista; las migraciones y la total cosificación de los seres humanos; los recortes-hachazos contra los sectores más desfavorecidos y vulnerables, etc. También la necesidad de honradez argumentativa cuando se interviene en el ágora pública. Algunos discursos de candidatos de la izquierda, algunas definiciones ideológicas, podían haber sido mucho mejores.
Pero cambio de tercio con una sugerencia para el 26J. Una historia de calabozos fascistas, torturas y poemas arañados en paredes. Para situarnos: Facultad de Económicas -entonces aún no de Economía y Empresa- de la Universidad de Barcelona; curso 1981-82; asignatura de 5º curso, “Metodología de las Ciencias sociales”. Profesor (no era aún titular, no había sido nombrado catedrático extraordinario, lo sería en 1984, un año antes de su fallecimiento): Manuel Sacristán, el filósofo que eligió, en un aleccionador y más que significativo toque de modestia (¡qué cunda y se extienda el ejemplo!, ¡que nazcan mil flores similares!) para la publicación de una parte de su obra, el título de “Panfletos y Materiales”.
Manuel Sacristán nos habló del ejemplo más conocido de anticientificismo, de romanticismo, de regresismo en materia científica si queríamos llamarlo así, era el del Frankenstein de Mary Shelley. Era, además, “una de las primeras manifestaciones de este sentimiento de rechazo, incluso epistemológico de la ciencia, en función de temidas consecuencias prácticas”. Suponía que nosotros, los asistentes, habíamos leído la novela o habíamos visto alguna de las varias películas que se habían hecho sobre la novela. “Todo el mundo sabe de qué trata Frankenstein. La novela cuenta la historia de un médico y fisiólogo… ¿perdón? Sí, sí, la novela de Mary Shelley, Frankenstein. Las películas no son más que versiones de la novela. Pocas veces a la altura de la novela, por lo menos las versiones que yo conozco. No sé si alguien conoce algún Frankenstein mejor”. La novela estaba escrita en 1818. Es decir, la reacción de temor ante la ciencia moderna, ante la tecnociencia contemporánea, había empezado bastante pronto, “como se puede apreciar: 1818 es una fecha relativamente temprana”.
La complejidad del cuadro cultural, intelectual, filosófico, en que se enmarcaba esa reacción, señaló el estudioso de Heine y Goethe, estaba muy bien ilustrada por la personalidad de Mary Shelley y por la novela. Mary S. era la mujer de Shelley, el poeta, “y se puede estar seguro de que Shelley estaba de acuerdo con la novela. Entre otras cosas porque Mary Shelley la ha escrito en Roma, en una de esas convivencias en que estaban los Shelley, los Keats, esa primera división de la poesía inglesa de la época, que solían estar mucho más en Roma que en Inglaterra”. Era inverosímil que no estuvieran todos ellos más o menos de acuerdo con lo que estaba allí escribiendo la autora. Pues bien, este libro que leído por una persona muy progresista y sin reservas de la segunda mitad del siglo XX, “parecería fruto de una mentalidad sumamente tradicionalista o reaccionaria, más que conservadora”, el ambiente del que provenía, el ambiente de los Shelley, era, prácticamente, “el de la extrema izquierda intelectual inglesa de la época”.
Shelley, el compañero de Mary, señaló Sacristán, era el poeta seguramente más de izquierda de la tradición romántica inglesa, hasta extremos conmovedores… ¿Hasta extremos conmovedores?
Una vez, recordó, al bajar a uno de los calabozos de la Jefatura Superior de Policía en Barcelona, probablemente fuera en 1966, al ser detenido tras el encierro de Capuchinos, cuando se fundó el SDEUB, el Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona (él, como se recuerda, es el autor del “Manifiesto por una Universidad democrática”), al cabo de un rato de estar encerrado y de estar sentado allí, se dio cuenta “que en una de las paredes algún preso había arañado, con las uñas, unos versos de Shelley precisamente, y en inglés”. No sé que raro preso sería éste, comentó, “pero el hecho es que allí estaba”.
Era un poema que, él mismo tradujo sobre la marcha, decía:
La luz del día,
después de un estallido,
penetrará
al fin
en esta oscuridad
No sé si con la democracia, comentó, “lo habrán quitado, cuando habría habido que ponerle un marco”. El autor de “Panfletos y Materiales” cambió de tema y volvió de nuevo al hilo central de su reflexión.
Hasta aquí el relato. No hay marco, no hay recuerdo por supuesto, no hay ni siquiera una sucinta indicación en la que fuera la terrible Jefatura Superior de Policía de lo que fue, de que durante décadas fue un centro de detención, maltrato, tortura y, en ocasiones, no exagero en absoluto, de muerte. El comisario Creix, que sí que hablaba catalán en la intimidad, fue uno de sus grandes responsables. Ocultamiento, silencio, no hay palabras, revisión por tanto. Como si nada hubiera pasado, nada de nada. Continuidad. Nada ha pasado donde todo pasó.
Pensarán, pueden pensar: no es central, no es esencial, no tiene importancia a estas alturas. La tiene. Detrás de ese detalle, hay miles de sufrimientos, vidas rotas y destrozadas, lucha antifascista, lucha comunista democrática ahora que muchos ocultan esa condición o la usan como espantapájaros o insulto. ¿Vamos a seguir permitiendo esta enorme indignidad, esta infamia, que habite el olvido donde nunca debería haber habitado, dónde debe habitar nuestro respeto y reconocimiento? No, claro que no.
Pues ya saben: cuando el domingo vayan a depositar su voto (¡tenemos que votar!), piensen también en eso, en la forma en que podemos lograr llamar horror al horror, tortura a la tortura, y muerte a la muerte. Por dignidad, porque la verdad acostumbra a ser revolucionaria o cuanto menos radical-reformista-allendista.
Y, sobre todo, porque la gratitud y el recuerdo son también manifestaciones de la solidaridad, ternura y fraternidad de los pueblos, de las clases trabajadoras.