
Según se comenta por ahí, parece que en la antigua Galia, que es como debería llamarse eso que hoy llaman Francia, andan los currantes y los estudiantes bastante revueltos por culpa de una ley laboral que permitirá que los que ganan cada vez más paguen cada vez menos a los que trabajan para ellos.
Lo curioso del asunto es que la Galia no es precisamente el país donde los currantes están más puteados. Parece que en Hispania, y no digamos ya en mi querida Hélade, lo de trabajar (suponiendo que te ofrezcan un puesto para ello) se parece cada vez más a lo que hacían aquellos tipos de mi juventud a los que llamaban siervos o esclavos. Y no es que en la Hélade no haya habido resistencia a la progresiva transformación de la pobreza en miseria, pero se ve que no ha sido suficiente (y, encima, el gobierno que dijo que iba a imponer un giro de 180º a esa tendencia se ha pasado de rosca y el giro ha sido de 360º: o sea que siguen en la misma dirección y sentido).
En cuanto a Hispania, parece que ni siquiera llegan a eso. Y mira que hace cinco años se liaron la manta a la cabeza en pleno mes de mayo y amenazaron con mandar a paseo a toda la tropa gobernante. Pero lo cierto es que desde entonces no han parado de deshincharse y la cosa recuerda cada vez más aquella anécdota escolar en que el profesor pregunta: “¿Cuáles son las cinco partes del mundo?”, y el alumno responde, con seguridad decreciente: “Las cuatro partes del mundo son tres: Europa y Asia”. Hay quien lo justifica diciendo que los que iniciaron la protesta son como un organismo que tiene un ”gen mutante” (inquietante metáfora, si uno piensa en el cáncer). Otros dicen que se trata de “reculer pour mieux sauter” (recular para saltar mejor); pero me da que los franceses, que son quienes inventaron esa frase, nunca se la han tomado en serio y ahora están practicando el “avancer pour mieux avancer”.
Hay quien dice que ese temperamento aguerrido les viene directamente de sus ancestros acaudillados por Vercingetórix. O, como mínimo, de Astérix y Obélix. Lo que sí es cierto es que siguen conservando la fórmula de la “poción mágica” y, cuando se les hinchan las narices, vuelve Panorámix con su marmita y la lían parda.
Otra interpretación, salida de la pluma de una prestigiosa novelista, dice que la diferencia entre la pugnacidad gala y la docilidad hispana (muerto ―a traición, claro― y enterrado Viriato hace más de dos mil años) estriba en que la guillotina se inventó al norte y no al sur de los Pirineos. O sea que allá arriba ha habido una mayor selección de cabezas (por ejemplo, fueron suprimidas las cabezas coronadas).
Cierto que los franceses son muy suyos y sufren ataques esporádicos de “grandeur”. Pero también hicieron la primera revolución moderna en Europa (y la segunda, la tercera y la cuarta), expulsaron a los dioses de la vida pública (a pesar de haber sido el único país, fuera de Italia, que ha albergado al Papa), fueron los primeros en tomarse en serio los derechos humanos y del ciudadano, crearon la función pública moderna y la escuela pública obligatoria, cantaron por vez primera “La Internacional”, constituyeron en 1934 el primer Frente Popular y, last but not least, inventaron el cinematógrafo.
Por eso hay tantos que miran a Francia a la hora de buscar un modelo de cambio a la situación presente. Y el tiempo de las cerezas parece especialmente propicio para ese tipo de inspiraciones.
Al fin y al cabo, si los galos (perdón, los franceses) protestan pese a estar mejor que otros, lo que hay que preguntarse es si no estarán mejor que otros precisamente por haber protestado a tiempo. En la antigua Hélade tampoco se andaba la gente (el demos) con chiquitas: a la mínima de cambio, se rebelaba y los oligarcas se echaban a temblar (claro que entonces no tenían el recurso de esconder sus dracmas en Panamá). Y lo que tenía que mutar no eran los genes, sino las leyes. Y vaya si mutaban.
Durante mucho tiempo, en toda Europa y América, el son de la Marsellesa fue símbolo de progreso o de lucha por imponerlo (con excepción de la patrioterada rusa de Tchaikovsky y su dichosa obertura “1812”). Lástima que un ligón derechoso con gafas (¡qué mal de la vista deben de estar las francesas!) sea quien ocupa hoy el Elíseo (grave afrenta, por cierto, desvirtuar así el paraíso de los virtuosos según las tradiciones mitológicas de mi cultura). Y más lástima todavía que un catalán expatriado, cuya familia no tuvo paciencia para esperar el glorioso advenimiento de la República Catalana y prefirió (“más vale pájaro en mano…”) acogerse al manto protector de la República Francesa, se esté ciscando ahora en la fraternidad y la igualdad en nombre (como es costumbre) de la libertad… de empresa.
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