Europa en la encrucijada

EUROPA EN LA ENCRUCIJADA: DEL SUEÑO DE LA PAZ AL CALLEJÓN DEL MILITARISMO

Europa, tras siglos de guerras devastadoras, parece haber olvidado las lecciones de su historia. Desde la Segunda Guerra Mundial, el continente había logrado evitar conflictos internos a gran escala. Ese sueño de paz del que tanto presumían las élites europeas resultó ser una ilusión. El miedo al poderío de la extinta URSS fue lo que impuso la estabilidad continental. La caída del gobierno soviético en la década de los 90 hizo que el militarismo Occidental volviera sobre sus fueros. La disgregación de Yugoslavia fue el preludio de las tensiones actuales. Ahora, la guerra en Ucrania, la más grave desde 1945, ha sumido a Europa en un ciclo de decisiones erráticas y una militarización creciente que amenaza con redefinir su futuro.

La narrativa de la Unión Europea como bastión de paz y cooperación ha sido reemplazada por un modelo que prioriza la confrontación. Mientras la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fantasea con ser la líder de una gran potencia, la realidad es otra: Europa hace tiempo que dejó de ser el centro del mundo. Lejos de liderar el orden global, el continente parece atrapado en un laberinto de decisiones políticas que lo alejan de su supuesto propósito fundacional. Hoy la clase política europea vive en una realidad paralela, esperando órdenes y directrices de Washington.

La guerra en Ucrania: el espejo de la desconexión europea.

La guerra en Ucrania ha revelado el desajuste entre la retórica y la realidad política. El conflicto, que en Occidente se vendió como una respuesta a la invasión rusa, se ha transformado en una prueba de fuego para la Unión Europea. En julio de 2024, el Parlamento Europeo aprobó una resolución que exige una «guerra total» contra Rusia. Esta postura, vista en perspectiva, refleja más una obsesión por demostrar fuerza que una estrategia basada en resultados tangibles. Son los ladridos de un perrichón que se cree mastín alsaciano. Desgraciadamente la resolución no es una broma sino que tiene contenido. No solo plantea un apoyo militar incondicional a Ucrania, sino que exige que los Estados miembros de la UE y la OTAN destinen, como mínimo, el 0,25% de su PIB a fines militares europeos. Esta cifra equivale a 127.000 millones de euros anuales, el doble del presupuesto oficial del ejército alemán y que supera con creces el apoyo brindado hasta ahora a Ucrania. A pesar de estos compromisos financieros, la situación en el terreno muestra que Ucrania, aún con el apoyo de fuerzas terrestres de la OTAN, no está en condiciones de ganar esta guerra. En su obcecación la resolución declara la adhesión de Ucrania a la OTAN como «irreversible», una postura que incrementa las tensiones con Rusia y dificulta cualquier intento de negociación que permitiera a la UE salvar la cara en un futuro inmediato. También incluye medidas como la creación de un tribunal especial para crímenes de guerra rusos y la confiscación de los activos financieros congelados, propuestas que parecen más simbólicas que prácticas dada la falta de influencia real de la UE en el conflicto.

El régimen de Zelensky y la crisis ucraniana

La resolución del Parlamento Europeo también refleja el temor de la UE a una derrota del régimen de Zelensky, lo que implicaría una pérdida estratégica para Europa y un debilitamiento significativo de su posición internacional. Sin embargo, el ejército ucraniano se desintegra, la despoblación, el aumento de desertores y la falta de tropas entrenadas han reducido significativamente su capacidad operativa, dejando al país en una situación de agotamiento total. La nueva normativa de reclutamiento que obliga a la incorporación de enfermos con SIDA, tuberculosis, enfermedades mentales graves e incluso con amputaciones revela la postración de las fuerzas armadas ucranianas cuya edad media supera los 43 años.

A pesar de la movilización de recursos financieros y humanos por parte de Europa, Ucrania sigue sin el elemento esencial en cualquier guerra: soldados. Ni los miles de millones de euros destinados a apoyo militar ni las armas sofisticadas proporcionadas por la OTAN pueden suplir esta carencia. Mientras tanto, la fatiga y el hastío por la guerra se extienden tanto en Ucrania, han tenido que minar las fronteras para evitar la huida de los hombres en edad militar, como en Europa, donde la opinión pública comienza a inclinarse hacia soluciones negociadas.

El desvío de recursos y la crisis económica en Europa

El impacto de la guerra no se limita al frente militar. En Europa, el desvío masivo de recursos económicos hacia el conflicto en Ucrania ha exacerbado una crisis económica que ya golpeaba a las principales economías del continente. La inflación, el encarecimiento de la energía y la reducción de presupuestos destinados a servicios públicos esenciales está aumentando, y lo harán más a corto plazo las tensiones sociales.

Este sacrificio económico, destinado a sostener una guerra cada vez más impopular, está alienando a amplios sectores de la población. Mientras tanto, la percepción de que la UE prioriza los intereses de los grandes oligopolios, con el respaldo de una clase política desconectada de las necesidades reales de sus ciudadanos, está alimentando un profundo descontento. Es inevitable que este escenario dé lugar a movimientos sociales masivos en toda Europa, con protestas que cuestionen abiertamente la legitimidad de una Unión que parece haberse olvidado de su propia gente. Son las fuerzas de extrema derecha las que parecen capitalizar la situación dada la inexistencia de una alternativa progresista. Debería haber sido la izquierda la que ocupara ese espacio político. La deriva de la izquierda hacia el populismo de una “izquierda Woke” ha acabado por desmantelar y desorientar a las fuerzas alternativas, aunque paradójicamente está capitalizando, a falta de una izquierda coherente y alternativa, por los populismos de extrema derecha.

La UE y su dependencia de Washington

En este contexto, la dependencia de Europa respecto a Estados Unidos es un factor crucial. La UE carece de los recursos financieros, militares y políticos para sostener una guerra prolongada contra Rusia sin el respaldo de Washington. Sin embargo, la situación en Estados Unidos también está cambiando. Con Donald Trump en el poder, la estrategia estadounidense podría dar un giro radical. Trump es perfectamente capaz, conocido como está por su enfoque pragmático y su desdén por compromisos prolongados, de negociar directamente con Putin, dejando a Europa al margen y obligándola a asumir los costos del conflicto.

Incluso en la situación actual, el apoyo de Washington no es ilimitado. Las prioridades estratégicas de Estados Unidos, incluidas sus tensiones con China, llevaron, incluso en la administración saliente, a una reducción del respaldo a Ucrania. Esto dejaría a Europa en una posición vulnerable, atrapada entre su retórica belicista y su incapacidad para sostener el conflicto por sí sola.

El papel de Kaja Kallas: un liderazgo polarizante

En junio de 2024, el Consejo Europeo nombró a Kaja Kallas como Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Este nombramiento refuerza la línea militarista de la UE, dado el historial de Kallas como una líder abiertamente antirrusa. Sus declaraciones, incluyendo la idea de dividir Rusia en pequeños estados, reflejan una postura extrema que dificulta cualquier intento de diálogo o desescalada. Kallas, hija del antiguo Secretario general del Partido Comunista Estonio, ahora será la encargada de promover los objetivos delineados en la resolución del Parlamento Europeo, Las posturas de la encargada de la política exterior de la UE priorizan la confrontación sobre la diplomacia. Su liderazgo intensificará las tensiones internas y externas de la propia UE, alejando y arrinconando a Europa en la solución de los conflictos que se libran en suelo europeo. Pero no es sólo este personaje el que habla, el que pretende ser nuevo canciller alemán, Friederich Merz y líder de la CDU (conservadores alemanes), amenazó a Putin con un ultimátum.

El desgaste interno de la UE

Internamente, la UE enfrenta una serie de desafíos que complican su respuesta al conflicto. Líderes clave como Emmanuel Macron y Olaf Scholz afrontan crisis de popularidad que limitan su capacidad de liderazgo. Macron, con niveles de aceptación por debajo del 25%, y Scholz, enfrentando elecciones cruciales que muy posiblemente pierda, carecen de la legitimidad necesaria para liderar un frente común.

Además, la opinión pública europea comienza a mostrar signos de cansancio. En varios países, la ciudadanía se opone a más entregas de armas y exige soluciones diplomáticas. El auge de partidos anti guerra refleja un cambio en la percepción de los europeos, quienes cuestionan cada vez más la eficacia y los costos de la política belicista de la UE.

El aislamiento internacional de Europa

En el escenario global, la posición de Europa es cada vez más precaria. Los países BRICS+, que representan una parte significativa de la economía y la población mundial, critican la expansión de la OTAN y promueven soluciones negociadas al conflicto. La reciente cumbre en Kazán destacó la desconexión entre la visión occidental y la realidad global: mientras Occidente intenta aislar a Rusia, el resto del mundo busca alternativas que incluyan a todas las partes. Nuevamente la reunión del G- 20 en Brasil ha reforzado esa idea.

Esta dinámica deja a Europa en una posición de aislamiento creciente. Su política exterior, dominada por la militarización y la dependencia de Estados Unidos, ha reducido su capacidad de influencia en un mundo que avanza hacia un orden multipolar.

La paradoja europea: militarización y declive

La militarización de la UE, lejos de fortalecerla, ha exacerbado sus problemas internos y externos. En lugar de liderar un esfuerzo diplomático, Europa ha optado por una estrategia de confrontación que pone en riesgo no solo su estabilidad, sino también su existencia como proyecto político. Las tensiones económicas derivadas del desvío de recursos hacia la guerra, sumadas al descontento social, amenazan con desencadenar una crisis política sin precedentes en el continente. Se plantea otra paradoja que deja al descubierto las nuevas realidades económicas, mientras las guerras mundiales (especialmente la primera) fueron causadas por el choque entre las burguesías nacionales, hoy ha desaparecido esa realidad o al menos ha perdido impulso. Quien decide hoy en día la geopolítica es una nueva clase burguesa transnacional (BlackRock, Vanguard, Soros….) que influye de forma poderosa en las decisiones que adoptan los ejecutivos. Sólo así se explica la inacción de los políticos europeos frente a las imposiciones económicas, incluida la voladura del Gulf Stream, que ha impuesto Washington; los políticos europeos son vasallos de esta burguesía transcontinental y por tanto incapaces de defender los intereses de sus propios países.

Conclusión: el riesgo de desintegración

Si Europa no cambia de rumbo, el costo será enorme. El proyecto europeo, alguna vez una esperanza para la estabilidad global, corre el riesgo de desintegrarse bajo el peso de sus propias contradicciones. Su insistencia en una política militarista, combinada con su dependencia de Estados Unidos y la falta de liderazgo interno, pone en peligro no solo su relevancia internacional, sino también la cohesión de sus Estados miembros. En un mundo que demanda soluciones innovadoras y pacíficas, la UE parece incapaz de responder. Su enfoque actual no solo es insostenible, sino que podría marcar el final del proyecto. Las crecientes protestas sociales, alimentadas por la desconexión entre las élites y los ciudadanos, podrían ser el catalizador de un cambio radical, aunque para entonces, quizás sea demasiado tarde para salvar lo que se dijo que era el sueño europeo y que cada día más se asemeja a una pesadilla.

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