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A finales de junio Hachaluu Hundessa, un popular cantante oromo, fue asesinado. El crimen desató una ola de devastación, violencia y caos que asustó al país. En una semana al menos 240 personas murieron asesinadas, 9.000 fueron detenidas y casas y negocios fueron quemados. La violencia pasó semidesapercibida para las empresas de comunicación internacional pero el conflicto no está solucionado. En agosto volvió haber incidentes violentos en Oromia, la región que circunda Addis Abeba.
Etiopía es el país en el mundo con más desplazados por violencia étnica. El Cuerno de África es una de las últimas fronteras de la globalización y ningún actor quiere mostrar unas cartas que pueden incluir el uso de diferencias étnicas para alcanzar fines políticos o económicos, como muestra la historia del colonialismo en África.
A mitad de agosto otras 10 personas murieron por heridas de bala en protestas no relacionadas con el asesinato del cantante. Los asesinatos ocurrieron cuando jóvenes de Woleyta, una nacionalidad en el sur que quiere establecerse como provincia federal autónoma, se enfrentaron en manifestaciones a fuerzas de seguridad. Etiopía tiene 10 provincia federales pero 80 grupos étnicos, muchos de ellos en el sur agrupados en una sola provincia: Región de Pueblos, Nacionalidades y Naciones del Sur (SNNPR).
Por si esto no fuera suficiente en uno de los países más pobre y poblados de África, un litigio entre la provincia federal de Tigrai y el gobierno central a causa de las elecciones tiene todos los ingredientes para convertirse en una peligrosa tormenta política. El Frente de Liberación Popular de Tigrai quiere seguir con las elecciones previstas para septiembre mientras el gobierno de Aby Ahmed no quiere que se celebren.
Aby ha declarado el estado de alarma y cancelado las elecciones federales –estaban previstas para el 29 de agosto– por el coronavirus. Gobierna sin ganar ninguna elección. Fue elegido por el parlamento como primer ministro hace dos años. Al posponer las elecciones la oposición le acusa de aprovechar la epidemia para incrementar su poder personal.
El conflicto puede desestabilizar al país porque Aby sacó del poder, en una lucha interna partidista, al Frente de Liberación Popular de Tigrai, que conserva gran influencia en el ejército y la seguridad del Estado. Esta organización política había sido el alma del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo de Etiopía (EPRDF), la espina dorsal del régimen federal instaurado en 1991 hasta la llegada de Aby Ahmed al poder. Ahora el nuevo hombre fuerte ha establecido su propio partido, el Partido Prosperidad, que aboga por más centralismo y al que se opone el TPLF, que defiende sus derechos federales.
La situación es preocupante porque Aby Ahmed fue visto como una esperanza por la mayoría de los etíopes para salir de la crisis en que se encontraba el país. Etiopía llevaba tres años enfrentando una rebelión de jóvenes oromos conocidos como qarrooss que no pudo ser aplastada a pesar de varios estados de alarma, más de mil muertos y decenas de miles de prisioneros. Pero dos años después el optimismo ha empezado a evaporarse. Empieza a haber la sensación de que Aby está revirtiendo como el cangrejo las ganancias democráticas ganadas durante los dos últimos años, para convertirse en una especie de Bonaparte étnico.
El crimen del cantante Hachaluu Hundessa, un héroe para los qarrooss, conmocionó a la comunidad oroma. El cantante había recibido amenazas de muerte después de decir que la estatua del rey Menelik II en el centro de la ciudad de Addis Abeba debía ser derribada. Hachaluu, en un programa en la televisión ONM, acusó a Menelik de haber cometido un genocidio contra los oromos cuando conquistó y ocupó el sur de Etiopía a finales del siglo XIX, incorporándolo al Imperio.
En Addis Abeba casas y negocios fueron quemados en un toma y daca entre nacionalistas radicales oromos y nacionalistas radicales amharas cuando se supo del asesinato. En Oromia, donde las carreteras fueron cortadas,10.000 personas salieron de sus casas huyendo de la violencia, la mayoría no oromos En Adama, la capital oroma, hubo 117 muertos algunos de ellos quemados dentro de sus casa y otros asesinados a varazos y disparos. En Shashamane, a 90 Km al suroeste de la capital, la violencia se convirtió en un huracán de destrucción contra los no oromos. En algunos casos fue tal que organismos de derechos humanos hicieron sonar la alarma de la “limpieza étnica”. En Arsi y Bale, al sur de Addis Abeba, también hubo violencia, esta vez entre musulmanes y cristianos. Cuarenta personas murieron, la mayoría cristianos.
La policía detuvo a Jawar Mohammed, el líder radical más importante de los qarrooss, quien había ayudado a Aby a llegar al poder. Su empresa de comunicación OMN, establecida en Minesota con ayuda de Al Jazeera hace 7 años y que operaba en Etiopía desde que Aby llegó al poder, fue cerrada tras los incidentes. Había sido un símbolo de la nueva libertad de expresión. El gobierno le acusa ahora de instigar conflictos étnicos y religiosos con mensajes incendiarios y de odio. Pero las detenciones de líderes oromos, la etnia más numerosa junto a los amharas, no se ha detenido en líderes radicales. Lema Mergessa, un líder reformista aliado de Aby, hasta hace poco ministro de defensa, está bajo arresto domiciliario. La misma suerte ha seguido Dawid Ibsa, el líder del Frente de Liberación Oromo (OLF), quien regresó desde Eritrea en 2018 como aliado de Aby creando más incertidumbre sobre el futuro. Nuevas movilizaciones contra las detenciones pueden surgir. Guerrillas oromas proindependencia están activas en el oeste del país y muchos temen que ganen fuerza con las detenciones de líderes oromos.
Las detenciones han hecho saltar las alarmas en organismos de derechos humanos que hasta ahora identificaban a Aby Ahmed con la primavera política etíope. Internet estuvo cortado durante tres semanas después del asesinato del cantante. Amnistía Internacional ha denunciado detenciones masivas y arbitrarias y abusos del gobierno contra los derechos humanos. Este año Aby fue galardonado con el premio Nobel de la paz y la UNESCO había dado un premio al gobierno por su política de libertad hacia los medios de comunicación.
Es verdad que la represión había continuado, pero había sido vista como una tendencia del pasado de la que Aby se estaba deshaciendo. Desde que está en el poder había habido al menos cuatro crímenes políticos de alto nivel entre ellos, en junio del 2019, el de Seare Mekonnen, jefe de staff del ejército, un tigriño, y Ambachew Mekonnen, un alto militar afiliado al nacionalismo radical amhara. Ninguno de los crímenes ha sido resuelto. Había intentado detener sin éxito –la justicia lo busca– a Getachew Assefa, un tigriño cabeza de la inteligencia nacional y miembro del buró político del TPLF. Pero a pesar de acciones puntuales represivas habían sido liberados miles de prisioneros y el país había vivido una atmósfera de libertad. Ahora la perspectiva estaba cambiando, después de ver cómo Aby multiplicaba los arrestos de altos líderes políticos y retomaba las detenciones arbitrarias de gente ordinaria, como ocurría durante el anterior gobierno autoritario.
Hay temores de que la nueva espiral de violencia étnica que está conociendo Etiopía implique un giro en la situación del país, acabando una etapa de apertura política. La vieja política centralista y autoritaria del estado etíope puede reaparecer abriendo la posibilidad de caos y violencia, acabando con un ciclo político de estabilidad.
Hasta ahora poco se ha avanzado para esclarecer el asesinato de Haacaluu, el cantante y activista oromo asesinado en Addis Abeba. El gobierno acusa del crimen a oromos independentistas para hacer descarrilar la agenda de Aby. Ellos lo niegan. Otros han puesto su mira en el TPLF o incluso en nacionalistas amharas, indignados por los ataques del cantante contra Menelik. Asusta no solamente que el crimen político siga siendo un método ordinario para deshacerse de enemigos políticos, sino sobre todo que se use para desatar una espiral de violencia étnica que nadie sabe cómo puede terminar, tal como ha ocurrido otras veces en el Cuerno de África. Jugar con el enfrentamiento étnico para fines políticos o económicos es despertar a los demonios. A veces no se pueden controlar, como hemos visto en los Balcanes o Ruanda…