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Mark Aguirre y A. Santamaría
Las organizaciones humanitarias han alertado de que el norte de Etiopía se encamina al desastre humanitario a consecuencia de la guerra.[1] Han sido ya reportados los primeros muertos por hambre, los hospitales carecen de las medicinas y los médicos necesarios, y cientos de miles de personas siguen desplazadas. La situación esta más en consonancia con una guerra de odio, como ocurre con los genocidios, que con una guerra para “hacer cumplir la ley”, y “llevar a la justicia a su infractores”, las razones que dio Abiy Ahmed cuando ordenó al ejercito federal etíope ocupar Tigray a principios de noviembre.
A más de tres meses de iniciarse la guerra todavía las autoridades impiden el acceso a las zonas rurales a periodistas o agencias humanitarias, pero lo que cuentan testigos, lo que se ve en fotos de satélites y lo que se lee en informes es devastador. Organizaciones humanitarias hablan de que la población civil está sufriendo desproporcionada y abusivamente. Se han reportado ejecuciones extrajudiciales, bombardeos indiscriminados a civiles, violaciones hechas por soldados en grupo, saqueos de fábricas y hospitales, robos, bloqueo de alimentos a civiles, quema de cosechas, destrucción de propiedades de civiles; acciones militares que no concuerdan con una operación para detener y llevar a juicio a unos políticos rebeldes.
El gobierno niega los ataques a civiles, Aby Ahmed llegó a decir que ni un solo civil había muerto, pero paradójicamente impide la llegada de periodistas o defensores de los derechos humanos que podrían ayudar a saber lo que está ocurriendo. Jan England, el director del Consejo Noruego para los Refugiados, con gran experiencia en el trabajo humanitario, declaró que rara vez había visto una situación en que se pusieran tantos obstáculos a una asistencia humanitaria como la que había impuesto el ejército federal en Tigray.
Abere Adamu el jefe de la policía de Amhara, ha confirmado que fuerzas especiales amharas, una provincia limítrofe con Tigray, estaban participando en la guerra junto al ejército federal. La presencia de milicias amharas era algo conocido, pero Abere Adamu ha reconocido que sus milicias prepararon junto a Abiy Ahmed el ataque. Lo que se suponía era una guerra por la legalidad constitucional se contaminaba de resentimiento étnico.
Las consecuencias son graves porque los nacionalistas amharas están aprovechando la oportunidad abierta por la guerra para recuperar un territorio en Tigray que los amharas reclaman como suyo. Se trata principalmente de los distritos de Welkait, Humera, Tsegede y Tselemete en el oeste y noroeste de Trigray, aunque también hay otra área disputada al sur, en Raya-Akobo. El problema es que la mayoría de la población de estos distritos habla tigriño y solo una minoría amhariña. Refugiados de la guerra de la zona que han llegado a los campos de Sudán han denunciado que milicias nacionalistas amharas, conocidas como FANA, llegaron con el ejército y amenazaron con matarles si no salían de sus casas. La mayoría de los 61.000 refugiados en los campos de Sudán vienen de estas zonas del oeste y noroeste en disputa y tienen miedo de regresar. Hay informes de que las fuerzas especiales amharas controlan la zona, y han nombrado alcaldes y administradores reemplazando las banderas del TPLF por la bandera imperial amhara. Es difícil verificarlo por las restricciones de acceso. Pero ha sido precisamente en esta zona donde han ocurrido las mayores masacres. En la más conocida, la de Mai Kadra, todavía bajo investigación, al menos 600 personas fueron asesinadas por pertenecer a una u otra etnia.
El problema de la tierra ha sido asociado también con enfrentamientos entre milicias amharas y el ejercito sudanés los días de la ofensiva contra Tigray. A mitad de noviembre varios soldados sudaneses murieron en una emboscada en al-Fashaga, conocido por ser uno de esos puntos calientes fronterizos. Se cree que las milicias fueron ayudadas por el ejército. El área esta bajo soberanía de Sudán pero campesinos etíopes empezaron a sembrar sésamo y algodón en la zona aprovechando que la frontera no estaba claramente marcada. Un movimiento que empezó con la explosión demográfica que conoció Etiopía en las últimas décadas del siglo XX y se aceleró durante las dos últimas. Entonces Sudán no quería conflictos con Etiopía, quien formalmente reconocía el territorio como de Sudán, permitiendo a milicias amharas conocidas como Shiftas controlar el área mientras los campesinos amharas pagaban impuestos a Etiopía.
El statu quo cambió cuando el nuevo gobierno sudanés nacido de la revolución, menos dependiente de Etiopía para su estabilidad, aprovechó la guerra de Tigray para mover al ejército hasta la frontera y poner el área de al-Fashaga bajo su control. Los shiftas parecen no aceptarlo y los problemas han continuado. En enero milicias amharas mataron a ocho civiles sudaneses en Wad A’arood y al-Liya y han sido reportados recientemente incidentes en otros pueblos fronterizos.
Esto ocurre cuando las diferencias entre Sudán y Etiopía por el control del agua del Nilo se profundizan. En medio de la guerra de Tigray el agua (derechos de uso) se empezó a cotizar en la bolsa de futuros en Wall Street, echando más pólvora al conflicto. El altiplano del Cuerno de África es una de las zonas con más agua dulce del mundo y las proyecciones hechas para las próximas décadas dicen que va a continuar así a pesar del cambio climático. Sudán ha advertido a Etiopía que este año no será igual que el 2020, cuando Addis Abeba empezó a llenar su gran presa en el Nilo unilateralmente. Yaser Abasel, ministro sudanés a cargo del agua, ha advertido de problemas si Addis Abeba vuelve hacer lo mismo el próximo julio. La presa está siendo construida en Benishangul-Gumuz, a menos de 40 kilómetros de la frontera de Sudán.
El 23 de diciembre en Metekel, una zona en Benishangul-Gumuz, alrededor de 200 campesinos amharas fueron masacrados, algunos quemados vivos en sus casas cuando dormían y otros huyeron a campos de desplazados en Amhara. En Metekel viven unos 20 mil campesinos amharas sembrando teff y cacahuete, que llegaron a través de políticas de reasentamientos que se remontan a la época del Derg (1975-1991). Según cuentan testigos, gumuz armados con rifles, puñales y arcos, fueron los perpetradores de la masacre. Los gumuz son la población original forzada a abandonar sus tierras ancestrales por los reasentamientos; han pasado años pero siguen reclamando el territorio como suyo. La masacre ocurrió un día después de que Abiy Ahmed visitara Metekel. El premier había respaldado la creación de una milicia propuesta por Asrat Denero, el lugarteniente general a cargo de la seguridad en la zona. Los gumuz ven la nueva milicia como amhara. La masacre étnica de Metekel era un capítulo más de un conflicto por la tierra. Una violencia que en los últimos meses ha ido creciendo. Organizaciones de derechos humanos dan el número de 262 gomuzs asesinados desde 2019 en la zona de Metekel y cifran en 34.000 los gomuzs escondidos en el bosque.
La semana pasada el diario Los Angeles Times contó la historia de una mujer tigriña de 27 años que había sobrevivido en enero a una violación grupal de soldados eritreos. Tigray es frontera con Eritrea. La periodista se reunió con la víctima en un hospital de Mekele donde era tratada de fracturas de la espina dorsal y la pelvis que posiblemente la lleven a una silla de ruedas. Los soldados violadores eran parte del ejercito eritreo que ocupa el norte de Tigray para ayudar a Abiy Ahmed en su guerra contra el TPLF. La mujer contó en la entrevista que la violación, según dijeron los mismos soldados, era una revancha por la guerra de 1998-2000 que pelearon etiopes y eritreos cuando el TPLF gobernaba Etiopía.
Abiy Ahmed ha negado la presencia de soldados eritreos pero cada día que pasa hay más evidencia de que ocupan el norte de Tigray. Testigos en Hitsats, un campo de refugiados eritreos que huyeron del servicio militar de su país, han contado que soldados eritreos saquearon los bienes de ayuda humanitaria en el campo, robaron vehículos y quemaron campos cultivados y bosques usados para recolectar leña. En otros lugares testigos cuentan que refrigeradores y televisores saqueados en casas y tiendas en Tigray son vendidos en Asmara, la capital de Eritrea. La fábrica de vidrio de Eda Hamus fue desmantelada y metida en camiones y llevada a Eritrea. Campesinos han denunciado robo de ganado y grano por soldados eritreos. Libros antiguos de los monasterios de Merhawi Kristos, Zana y Adeit han sido robados y llevados a Asmara.
La guerra de Tigray ha ascendido hasta el peor escenario posible, el de un conflicto étnico por recursos amenazando extenderse a otras áreas de Etiopía. El odio étnico es el caldo de cultivo para los genocidios. Los mismos que otorgaron y aplaudieron el premio Nobel de la Paz a Abiy Ahmed deben exigirle ahora que cumpla con sus responsabilidades de buscar una salida negociada a la crisis.