-Por Héctor Illueca y Manolo Monereo
Introducción
Verdaderamente, aquella era una sociedad enferma y repleta de contradicciones. Incapaz de adecuar su estructura constitucional a los profundos cambios experimentados en la vida social, política y cultural. Un país atravesado por diferentes cuestiones nacionales que amenazaban con desmembrar la comunidad política. Una sociedad clasista y patriarcal en la que los trabajadores realizaban interminables jornadas de trabajo y la retribución de las mujeres era sensiblemente inferior a la de los hombres. En la que el acceso a la vivienda se había convertido en un drama cotidiano para miles de familias que se veían obligadas a compartir sus hogares. Las clases populares habían irrumpido con ímpetu en el tablero político, pero sus bisoñas organizaciones tardarían todavía algún tiempo en consolidar una alternativa de poder. Una sociedad hedonista y cosmopolita. Pero, sobre todo, una sociedad inconsciente de las transformaciones en marcha y de la gravedad de la crisis que se avecinaba.
“Las apariencias engañan”, dice el viejo refrán. No estamos hablando de la España de 2017, sino del Imperio austrohúngaro en sus últimos años. En particular, nos referimos a su capital, Viena, que ilustra como ninguna otra el clima político y cultural de una época marcada por una crisis terminal. En efecto, la Viena finisecular descrita por Janik y Toulmin se había convertido en el centro de la cultura mundial, acogiendo en su seno a un ramillete realmente extraordinario de intelectuales y artistas: psicólogos como Sigmund Freud; juristas como Hans Kelsen; escritores como Karl Kraus o Stefan Zweig; compositores como Gustav Mahler y Richard Strauss; arquitectos como Adolf Loos; pensadores como Ludwig Wittgenstein… Todos ellos figuras emblemáticas de la civilización europea que compartieron un mismo tiempo y espacio: la “Ciudad de Ensueños”, como la llamó Robert Musil, durante la decadencia y caída de Austria-Hungría. Paradójicamente, la crisis de la Monarquía Dual ofreció a los vieneses la oportunidad de imaginar un mundo nuevo, liberando energías colosales en la esfera política, cultural y artística.
Las grandes crisis históricas son también tiempos de construcción de una sociedad nueva. No es en absoluto casual que intelectuales de la talla de Karl Polanyi, Friedrich Von Hayek o Hermann Heller desarrollaran su pensamiento en aquel clima cultural, que condicionó toda su formación y contribuyó a delinear el perfil de sus preocupaciones. Y no puede sorprender que la obra de estos autores, sus preocupaciones e inquietudes, proyecten una mirada iluminadora sobre nuestra época, precisamente caracterizada por la eclosión de una crisis gigantesca de dimensiones históricas. El final de la primera globalización, los orígenes del neoliberalismo, la idea de Estado social de Derecho… El lector encontrará en estas páginas una confrontación productiva con las principales ideas de estos grandes pensadores, formados en un contexto político y social asombrosamente similar al nuestro. Su legado constituye una base teórica insustituible para comprender la naturaleza de la crisis a la que nos enfrentamos y las posibles alternativas.
Para comprobarlo, invitamos al lector a acompañarnos en un viaje que irá de lo general a lo particular. El marco general, analizado en el capítulo I, está determinado por el declive de EE. UU. como potencia hegemónica y el inicio de una nueva era geopolítica cuyos principales rasgos se otean ya en el horizonte. Lo fundamental, sin duda, es el anudamiento de cuatro procesos estrechamente unidos que suponen una ruptura con el pasado: la crisis del capitalismo financiarizado; la crisis ecológico-social planetaria; la crisis de la hegemonía norteamericana y la crisis del denominado “occidentalismo”. De fondo, lo que nosotros hemos llamado el “momento Polanyi”: la reacción de las sociedades frente al delirante experimento en que se ha acabado convirtiendo la segunda globalización capitalista. En nuestra opinión, cualquier proyecto de liberación ha de tener muy presente este marco geopolítico, que implica un cambio de época y que influirá duraderamente en el devenir histórico de todas las regiones del planeta, incluyendo la nuestra.
La nuestra es Europa. Un espacio económico en el que conviven un centro exportador e industrializado y una periferia dependiente y subalterna de las potencias centrales. La integración europea responde y se ajusta a esta jerarquía de Estados, configurando un marco político que resulta funcional a los intereses de Alemania como potencia exportadora dominante en Europa. La primacía del Derecho comunitario, la constitucionalización del neoliberalismo y la implantación de un sistema de gobernanza correctivo e intrusivo son una parte fundamental del proceso. Como mecanismo de cierre, la independencia del Banco Central Europeo y la prohibición de financiar los déficits públicos nacionales, que otorga a los mercados financieros un efectivo poder de coerción sobre las políticas económicas de los Estados. La contraofensiva –planificada y sistemáticamente organizada– del capital contra los derechos de los trabajadores, contra las libertades públicas y la soberanía popular, tiene su principal instrumento en la Unión Europea. Dedicamos el capítulo II a examinar las políticas, las formas de organizar el poder y el modelo social que está imponiendo este singular tipo de integración supranacional.
Partiendo de esta base, defenderemos una idea que tal vez pueda parecer polémica, incluso provocadora, pero que resulta plenamente explicativa de la disyuntiva histórica en la que nos encontramos: nuestro país, ese que algunos seguimos llamando España, se enfrenta a un problema de liberación nacional que sitúa a las fuerzas democráticas en una posición muy similar a la de la resistencia antifascista durante la Segunda Guerra Mundial. La Europa neoliberal nos aboca a transitar lentamente hacia el subdesarrollo bajo la mirada vigilante de unas clases dirigentes que carecen de cualquier proyecto de país. En este contexto, el objetivo debe ser recuperar la soberanía y reconstruir el Estado sobre bases democráticas, y eso solo puede hacerse combinando dos aspectos diferentes y complementarios: la defensa de un Estado federal basado en la unión libre y voluntaria de todas las naciones que lo integran; y la apuesta por una Europa confederal que respete la soberanía de los Estados y fomente la paz y la cooperación entre los pueblos, alejándose de EE. UU. Es decir, un Estado federal en una Europa confederal, tal y como se detalla en el capítulo III.
Un Estado federal que, esto es clave, sea capaz de refundar el constitucionalismo democrático e ir más allá del Estado social tradicional, estableciendo mecanismos adecuados y eficaces para garantizar los derechos sociales. El proceso constituyente, que parece cada día más cercano, debe unir en un mismo plano la cuestión social y la cuestión nacional, propiciando una nueva síntesis política que responda a las expectativas y necesidades de las grandes mayorías sociales, y específicamente de las generaciones más jóvenes. En el capítulo IV esbozamos algunas ideas que podrían contribuir a blindar constitucionalmente los derechos sociales, empezando por su tipificación como derechos fundamentales. Lo fundamental, insistimos, es unir la cuestión social y la cuestión nacional en la construcción de un nuevo Estado que defienda los derechos sociales y garantice una democracia real, efectiva y con poder. No entender esto es incapacitarse para comprender nuestra realidad y, sobre todo, impedir que se creen las condiciones para la reconstrucción de un proyecto democrático nacional-popular a la altura de los tiempos.
Fuente: Extracto de la introducción de España, un proyecto de liberación, de Manolo Monereo y Héctor Illueca
Imagenes: obra del artista visual cubano Alejandro Gómez
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