Escenas para después de una batalla

Para Álvaro García Linera en los momentos difíciles

La historia cuenta y mucho. Cuando los cambios democráticos se frustran, las sociedades reaccionan de diversos modos y formas. Aparece lo que un genial italiano llamó “los fenómenos morbosos de la política”. Para que el orden reine, han tenido que doblegarse voluntades, forzar abandonos y propiciar todo tipo de oportunismos. Sí, repito, la frustración de un cambio largamente esperado y justiciero está en el origen de lo que nos pasa. VOX no es una casualidad. Muchos sabíamos que se estaban creando las condiciones para un populismo de derechas puro y duro en España. Quizás nos sorprendió su rapidez y que la forma en que aparece sea una fuerza, hoy por hoy, neofranquista y neoliberal.

No voy a volver argumentar en torno a la irresponsabilidad de Pedro Sánchez y del PSOE. Ha sido parte de una estrategia que tenía dos objetivos fundamentales: volver a situar al PSOE en el eje de recomposición del régimen y limitar, reducir y romper Unidas Podemos. Esta ha sido la política de Pedro Sánchez desde el principio, aparecer como garante de un sistema político en crisis y asegurar una hegemonía en los viejos raíles del bipartidismo político. La operación no ha tenido el éxito esperado; de lo que no cabe duda es que esta estrategia, de una u otra forma, va a seguir siendo el fundamento del PSOE en los próximos años.

Es el mapa político español el que ha cambiado de nuevo. En muchos sentidos nos parecemos a Europa. Hay que decirlo desde el principio para no dejarse engañar: el todos contra VOX favorecerá al partido de Santiago Abascal. Como otras experiencias europeas muestran una y otra vez, los frentes antifascistas lo único que añaden es más confusión, inauguran una táctica equivocada y terminan por fortalecerlo. Se trata de diagnosticar con mucha precisión el por qué un partido como VOX duplica sus resultados y se convierte en la tercera fuerza política del país. A mi juicio, tiene que ver con tres elementos interrelacionados: la crisis de la globalización y las demandas crecientes de protección, seguridad y orden; la llamada “cuestión territorial” y la violencia utilizada que ha escandalizado a una gran parte de la población que siente que su Estado, su identidad y su futuro está en peligro; en tercer lugar, la rabia y la indignación creciente de una parte sustancial de la ciudadanía contra una clase política aislada, dependiente de los grandes poderes y sin un proyecto real capaz de resolver los grandes problemas que la gente normal y corriente sufre, cada vez más, con temor a un futuro peor que el presente.

El escenario se va pareciendo cada vez más al de algunos países europeos. Derechas cada vez más duras, extremas derechas populistas e izquierdas sin nervio político, débiles organizativamente y sin capacidad propositiva. Unidas Podemos no ha hecho demasiado por revertir una tendencia que, cada vez más, le sitúa más en el viejo espacio de Izquierda Unida. Lo grave no es solo la disminución de votos y escaños, sino la pérdida real de influencia en la sociedad, la carencia de vínculos sociales fuertes y la progresiva disolución de lo poco que quedaba ya de la militancia activa concretada en los círculos.

Para sorpresa de todos, 24 horas después de las elecciones, se anuncia un preacuerdo entre el PSOE y UP y la formación de un Gobierno de coalición. Asombra la rapidez y la vaguedad de lo firmado. Apenas una declaración de principios. Pablo Iglesias suele emplear una frase de Manolo Vázquez Montalbán para explicar la Transición: una “correlación de debilidades”. Creo que estamos ante eso. El PSOE no ha conseguido lo que buscaba desesperadamente: incrementar votos y diputados y seguir arruinando a UP, que repite malos resultados y llega al Gobierno en condiciones nada favorables. Correlación, pues, de debilidades. Hay un dato que explica muy bien lo que pasa y lo que nos pasa: la falta de entusiasmo en la sociedad y en lo que podríamos llamar los hombres y mujeres de izquierdas de nuestro país. El dato no es menor, porque se trata de un Gobierno que incorpora una gran novedad en la Historia reciente de España y en los últimos tiempos de una Europa que gira y gira hacia la derecha. Otro dato nos debería hacer reflexionar: el papel que va a jugar en el nuevo mapa político una fuerza como Vox. En esto tampoco deberíamos engañarnos demasiado: cada fracaso, cada frustración de expectativas y cada paso en falso será recogido por una fuerza política que tiene vocación de mayoría y que intentará hegemonizar un bloque social alternativo.

No es fácil suscitar entusiasmo después de dos campañas electorales que han sido percibidas por la población como innecesarias y, lo que es peor, como jugadas de estrategia entre políticos y para políticos. PSOE y UP van a tener que olvidarse de una parte sustancial de su discurso en estos últimos meses, y tienen que ganarse obligatoriamente la credibilidad en la gestión del Gobierno. Será complicado. Por lo pronto, hay dos plataformas políticas claramente diferenciadas: de un lado, una propuesta socioliberal, y de otro, una propuesta socialdemócrata. Ambas aceptan el marco de los tratados europeos y la disciplina financiera impuesta por la Comisión y supervisada por el Banco Central Europeo. El Gobierno de coalición PSOE-UP parte del supuesto de que en este marco hay margen suficiente para aplicar políticas sociales fuertes e incrementar la capacidad contractual de las clases trabajadoras, redefiniendo un nuevo papel de los sindicatos y mitigando los aspectos más duros de la precariedad laboral que hoy desestabiliza el mercado de trabajo. La presencia adelantada de Nadia Calviño como vicepresidenta económica es un mensaje claro a la Unión Europea y a los grupos de poder económico en España. Es decir, el cambio tiene límites claros y líneas rojas que este Gobierno no va a transgredir. El otro asunto no es menor, la llamada cuestión territorial, específicamente la cuestión catalana. Pedro Sánchez lo ha repetido una y otra vez, antes, durante y después de las campañas electorales: Cataluña se deja bajo la dirección del jefe del Gobierno y, por si fuera poco, es de las pocas cosas que quedan claras en la declaración de principios firmada.

Hay otra cuestión que va a marcar mucho el futuro de este Gobierno: la transición geopolítica que vive la economía-mundo, y la grave crisis de la Unión Europea. Parecería que la estrategia que ha definido Pablo Iglesias tiene como objeto fundamental concentrarse en los temas sociales y laborales, evitando otras contradicciones con la política general del PSOE, para hacer notar en este campo las diferencias. Esto puede ser posible o no: los conflictos militares retornan, aunque Macron hable de que la OTAN es un “muerto cerebral”, España cumple un papel decisivo en la estrategia militar norteamericana, y Oriente Próximo sigue siendo algo más que un quebradero de cabeza para las grandes potencias. La definición de una nueva Unión Europea cuando llegan señales de crisis exigirá del nuevo Gobierno posiciones precisas, sabiendo como sabemos que nuestra “larga marcha” hacia la periferia corre el peligro de acelerarse dramáticamente. Asociar políticas de austeridad con pérdida de soberanía y subalternidad de la Unión Europea puede ser una plataforma ideal para las derechas soberanistas.

Unidas Podemos llega casi exhausto a este Gobierno. Sus bases de política, organización e ideales se han degradado mucho en estos últimos tiempos, y el peligro más grave que corre es pretender sustituir con la gestión gubernamental sus carencias como mero frente parlamentario-electoral. “Gobernar o no” nunca ha sido una cuestión de principios, depende —siempre dependió— de la correlación real de fuerza, o de la correlación real de debilidad. Se ha optado por gobernar como elemento fundamental de una estrategia política. El dilema es complejo: gobernar en minoría con un partido político que es su principal adversario electoral y que, hasta el presente, ha estado dedicado a reducir a su menor expresión electoral y política a UP. No basta con gritar “sí se puede”, gobernar es gestionar el conflicto por otros medios, y hay que prepararse para ello. Dicho de otra forma: a mayor unidad con el PSOE, mayor necesidad de autonomía para UP, en las instituciones y —sobre todo— en la sociedad civil. Gobernar implicaría no solo gestionar bien (cosa nada fácil), sino organizar partido, profundizar en su unidad y movilizar a una sociedad desconfiada, desilusionada y harta de la política.

La decisión está tomada: guste más o guste menos, lo que haga este Gobierno de coalición va a marcar duraderamente la política española. Las derechas no tardarán en disputar la calle, y tenderán a aprovechar cada contradicción y debilidad para acorralar a un Gobierno que ya nace con dificultades. Se asumen muchos riesgos; me gustaría creer que estamos preparados para ellos y que hay un plan B. Lo nuevo es que, en muchos sentidos, nos jugamos no solamente el futuro de una fuerza política, sino el papel en nuestra sociedad de las clases trabajadoras y de unas mayorías sociales que necesitan creer y esperan algo más que palabras y abrazos. Es el momento de la política… de la política en grande.

Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder
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