Erdogan, agente de la guerra

Erdogan, agente de la guerra
Al atentado del 19 de marzo, que causó cinco muertos en la avenida Istiklal, la más concurrida de Estambul, y que según el gobierno turco fue obra del Daesh, se añade el ocurrido seis días antes en Ankara, que causó 37 muertos, atribuido (aunque no existe ninguna certeza) a los Halcones de la Libertad (TAK), un grupo kurdo. Anteriormente, se había producido otro atentado en Ankara, en febrero de 2016, que causó treinta muertos, también atribuido al TAK; y, en enero, diez turistas alemanes murieron en otra bomba en Estambul atribuida en esa ocasión a grupos yihadistas.

Esos atentados, destacados por el gobierno turco, no pueden hacer olvidar que, en 2015, hubo otros similares en las ciudades de Ankara, Suruç y Diyarbakir que causaron más de ciento cincuenta muertos. Esas acciones terroristas se produjeron en concentraciones de grupos de izquierda y manifestaciones kurdas, y muchos sospechan de la implicación de los servicios secretos turcos en ellas. Los servicios secretos y el ejército turco, antaño tan proclives a los golpes de fuerza y las dictaduras, se han visto forzados a asumir un discreto segundo plano, aunque ello no signifique que hayan perdido poder, y, mucho menos, que no utilicen sus redes para los propósitos de la política exterior de Erdogan, que, hoy, pretende, sobre todo, derribar al gobierno sirio de Bachar al-Asad y castigar militarmente a los kurdos sirios, mientras reprime a los kurdos turcos y alarga sus tentáculos al Kurdistán iraquí, estableciendo acuerdos secretos con los corruptos partidos de Barzani y Talabani. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, la formación de Erdogan), está aplicando, además, una política de acoso a los periodistas turcos críticos con su política, ha decretado el estado de excepción en territorios habitados por la minoría kurda y, en una dura advertencia sobre los tiempos que se avecinan, ha procesado por “terrorismo” a quienes se han opuesto a esas medidas. Algunos periódicos turcos que revelaron las turbias conexiones de los servicios secretos turcos con las redes terroristas en Siria, han sido silenciados. Los movimientos populares de protesta, reprimidos sin contemplaciones.

El momento en que estalla la bomba, en Estambul

El momento en que estalla la bomba, en Estambul

Çavusoglu, el ministro turco de Asuntos exteriores, se apresuró a declarar tras el último atentado en Estambul que “el gobierno turco seguirá, decididamente, la lucha contra el terrorismo, dentro y fuera del país”. Sin embargo, Çavusoglu no reparó en que su gobierno tiene una escasa credibilidad; entre otras razones, porque ha armado y apoyado a grupos terroristas en el interior de Siria, y continúa haciéndolo, pese a la tregua asumida para las negociaciones de Ginebra; porque colabora con Estados Unidos y Arabia Saudí para derribar al gobierno de Damasco; porque tiene una evidente tolerancia, cuando no complicidad, con la actuación del Daesh en Siria, que, además, le sirve para aprovecharse del petróleo barato que alimenta el contrabando del grupo yihadista en la frontera turco-siria; porque el ejército turco continúa las matanzas contra kurdos, dentro y fuera de Turquía: bombardea también a los kurdos sirios; y porque, en fin, su temeraria política exterior ha contribuido a la expansión de la guerra en Oriente Medio y, además, no teme en recurrir a evidentes provocaciones como la del derribo del avión ruso en territorio sirio, aunque cerca de sus fronteras. Un país como Turquía, miembro de la OTAN, enciende la mecha que siempre ha tendido Israel para deshacerse de sus enemigos, gracias a la intervención norteamericana y al manejo de las turbias redes terroristas que, sin la financiación y ayuda de gobiernos, no tendrían la relevancia que han adquirido.

 

Atentado en el centro cultural kurdo de Surcu, cerca de la frontera con Siria

Atentado en el centro cultural kurdo de Surcu, cerca de la frontera con Siria

La situación en Turquía es cada día más complicada, más peligrosa. Y todo apunta a un progresivo endurecimiento de la política del gobierno de Erdogan y del aumento de la represión. Está, además, utilizando la religión para sus propósitos, islamizando progresivamente un país de tradición laica desde los años de Atatürk, aunque musulmán; está restringiendo la libertad, aprovechándose además de la tolerancia de la Unión Europea, que cierra los ojos ante la deriva de Erdogan, a cambio de que su gobierno ejerza de mamporrero con los refugiados sirios, iraquíes y afganos, en una gigantesca operación de expulsión de las personas que consigan alcanzar el territorio de la Unión Europea, cumpliendo el papel de gendarme para la vergonzosa política europea de deportaciones de los centenares de miles de personas que huyen en Oriente Medio de la guerra y la muerte, a cambio de cuantiosas subvenciones (literalmente, compra de voluntades), de eliminación de visados para Europa, y de reinicio del proceso de adhesión de Turquía a la Unión Europea.

Aunque no deja de criticar, con prudencia, a Washington, por su apoyo a los kurdos sirios, Erdogan está también colaborando con Estados Unidos en los frentes de batalla sirios, y no precisamente en la búsqueda de la paz y de una solución diplomática y negociada al drama sino aumentando el caos y la guerra en la región. Emulando a Israel, cabalgando el tigre del nacionalismo turco, apoyando a los feroces grupos yihadistas que están destruyendo Siria, Erdogan se ha convertido en un peligroso agente de la guerra.

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