Entrevista a Samir Amin

Al filo de las crisis

 

Quizás podríamos empezar por la idea que usted ha expresado reiteradamente acerca de la inevitabilidad de la crisis y la también inevitable desvalorización de los capitales.

—En relación con la inevitabilidad de la crisis, y la consiguiente desvalorización de los capitales, debo decir que no sólo ha empezado, sino que en realidad empezó hace ya veinticinco años, incluso más. Desde los inicios de los años setenta se ha observado una ralentización muy nítida del crecimiento, y las inversiones productivas casi se han derrumbado. Las tasas de crecimiento medias del conjunto de los países capitalistas han decrecido y están más o menos en la mitad de lo que fue su mejor momento, después de la Segunda Guerra Mundial.

Desde mediados de los años setenta, las tasas de inversión en los sectores productivos también han caído al 50%, más o menos, de lo que fueron en el período anterior. Estamos, pues, en crisis, desde hace bastante tiempo. Es una crisis profunda, pero con altibajos, lo cual permite a los poderes económicos hablar constantemente de recesión y recuperación, como si eso fuese una situación normal. Y cualquier crisis, en el capitalismo, produce necesariamente una desvalorización del capital. Porque crisis significa que existe un excedente de capitales en relación con los mercados potenciales rentables y como consecuencia el capital excedentario debe ser devaluado.

 

—¿Y qué forma puede tomar en el momento actual esa desvalorización del capital?

—Puede ser muy diversa: una caída bursátil catastrófica –como pasó en 1929–, o tomar formas más atenuadas, en las que la crisis se manifiesta de forma más lenta, por ejemplo en un cierto estancamiento de los valores bursátiles al tiempo que se recupera la inflación, lo cual reduciría el valor relativo del capital.

 

—¿Qué es lo que ha conducido a esta larga crisis?

—En la postguerra se produjo un crecimiento muy importante, aunque desigual, a escala mundial. Lo experimentó la Tríada (EE.UU., Japón y Europa Occidental), pero también sucedió en los países del Este, y los países del Sur iniciaron, aunque desigualmente, un proceso de industrialización. Este fuerte crecimiento de posguerra reposaba en esos tres pilares, que serían denominados «los tres pilares del sistema mundial». Porque hay que señalar que existía un sistema mundial –la mundialización no es una novedad en la historia– basado en esos tres pilares y que se expresaba en términos políticos, ideológicos y sociales –a través del Welfare State en Occidente, del sovietismo o del socialismo realmente existente en los países del Este y del proyecto desarrollista nacionalista en América Latina y Asia. Curiosamente estos tres sistemas se vieron a sí mismos como si cada uno de ellos constituyese el final de la historia.

 

Ahora se habla otra vez del final de la historia, pero ¿cuál era el sentido exacto de esa idea en la posguerra?

—En Occidente, especialmente en Europa, el discurso dominante entonces decía que se había rebasado definitivamente, gracias a la política keynesiana y a las políticas sociales asociadas a ella, cualquier amenaza de crisis. Se creían instalados en un período de pleno empleo permanente y definitivo, con aumento constante de las rentas, sobre todo de las rentas salariales. Esto fue vivido como el final de la historia. El sistema socialista realmente existente se definía también con un discurso parecido: “el socialismo está construido; no hay más que seguir adelante por la vía trazada”… El desarrollismo de los países que alcanzaban la independencia se vivió también como el final de una historia de la que la colonización había sido su prehistoria. Pero esos tres pilares se erosionaron, no porque fueran absurdos, pues fueron eficaces a su modo, sino porque alcanzaron, como cualquier sistema, su límite histórico. No existe sistema que represente el final de la historia.

 

—¿En qué se tradujo esa erosión?

—Esta erosión, que acabó en derrumbamiento, se tradujo, en el plano social y económico, en una modificación brutal de la relación de fuerzas que ha perjudicado a las clases trabajadoras y ha beneficiado al capital. Ese cambio brutal se explícito en Occidente con la ofensiva Reagan-Thatcher, el dominio del neoliberalismo y la aproximación que los socialdemócratas hicieron a ese neoliberalismo. Como consecuencia se ha producido una erosión, incluso casi una desaparición del Estado de bienestar con el retorno masivo al paro, la precarización que comporta la flexibilidad laboral, y una inversión de la relación que existía entre salario y beneficios. Y todo ello en un tiempo muy corto.

 

—Al hablar de inversión en la relación salario-beneficio, ¿a qué se refiere exactamente?

—Durante los treinta años que siguieron a la guerra la parte correspondiente a los salarios en el PIB había permanecido notoriamente estable. Los salarios aumentaban anualmente al ritmo de la productividad. Después, bruscamente, en menos de diez años, la relación se invirtió en beneficio del capital de modo muy considerable, lo que significó el establecimiento de una desigualdad creciente en el reparto de las rentas. Lo mismo pasó con el final del socialismo realmente existente. Piénsese lo que se piense en relación con este sistema, tras su final se ha producido un paro masivo, la pauperización de gran parte de la población y la constitución de una nueva burguesía extremadamente rica en un tiempo extremadamente corto. En el Sur, los proyectos nacionales de desarrollismo se erosionaron gradualmente, y ahora se contemporiza abiertamente con las enormes desigualdades. A nivel mundial, a causa del derrumbamiento de los pilares ideológicos, sociales y económicos que sostenían el crecimiento, se ha producido una inversión de las relaciones de fuerza en beneficio del capital. El reparto de las rentas, a todos los niveles, tanto dentro de las naciones como entre las naciones, es mucho más desigual de lo que fue durante la posguerra. En su primera fase la crisis se hizo visible por la caída de la tasa de beneficio, debido a la rigidez de los tres sistemas, que alcanzaron su límite histórico antes de venirse abajo. Después se produjo el cambio en la relación de las fuerzas sociales, la desigualdad en el reparto de las rentas. En este momento la crisis tomó ya el aspecto que está teniendo ahora: existe un excedente creciente de capitales que no logra encontrar salida en la inversión productiva. Aparece una masa cada vez mayor de capitales que no pueden hallar mercados en expansión. En esa situación lo lógico es que se produzca una desvalorización masiva del capital, pero las políticas y métodos de los poderes establecidos desarrollan una estrategia cuyo objetivo exclusivo reside en evitar o en retrasar esa desvalorización del capital, creando, aunque sea artificialmente, mercados para los capitales excedentarios.

 

—¿Se refiere a mercados no relacionados con la actividad productiva?

—Efectivamente. Se buscan salidas de carácter financiero, como la política monetarista. Una política de flexibilización de los tipos de cambio y de creación de un mercado financiero gigantesco a escala mundial, que no impida las transferencias de capital que especulan con los distintos tipos de interés, los diferenciales de inflación, las diferencias en los tipos de cambios de las monedas. De esa forma las políticas que se aplican actualmente han logrado, desde hace unos veinte, veinticinco años, crear esos mercados financieros que constituyen una salida para los excedentes de capital. Es lo que se llama «financiarización del sistema».

 

—¿Puede aclarar ese concepto?

—Marx, en El Capital, estudió bastante a fondo la financiarización del sistema. Cuando el dinero M se transforma en M’, pasa normalmente a través de la producción, P. La financiarización es el conjunto de mecanismos que permiten pasar de M a M’ sin pasar por P, es decir, sin tener relación con la producción. Si no hay modificación de las capacidades productivas es inevitable que se produzca una desigualdad en el reparto de las rentas, una desigualdad creciente. Cuando la base productiva se halla en un relativo estancamiento y M’ ha aumentado con respecto a M se produce un excedente, al que se le da salida mediante las políticas monetaristas. Es en este marco, por ejemplo, donde hay que con textualizar la crisis asiática. Ha habido una gran inversión especulativa en determinados países asiáticos, sobre todo en el sudeste, en Indonesia, Thailandia y Malasia, y la burbuja financiera ha reventado provocando una debacle en los mercados bursátiles de estos países.

 

—¿Cuáles son las estrategias usuales de los estados capitalistas dominantes para controlar la crisis?

—Siempre tratan de encerrarla en la región misma. Es decir, hacen pagar el precio de la crisis, la desvalorización que produce, a los pueblos –y también a fracciones de la burguesía, claro–, de esos países. Lo hicieron con éxito con México. Lo han hecho con éxito con el conjunto del Tercer Mundo capitalista. No me refiero solamente a África, que es extremadamente vulnerable y frágil, sino que incluyo a América Latina y el Mundo Árabe. Con Asia es más difícil, porque la clase dirigente de estos países se defiende de una forma mucho más eficaz de lo que lo han hecho las clases dirigentes africanas y de América Latina. Prueba de ello es que China e India tenían el proyecto de abrirse, y no lo han hecho. Siguen controlando la entrada de los flujos de capitales especulativos internacionales, lo cual podría parecer extraño en el caso de la India, que tiene un gobierno de derechas que se comporta de una forma mucho más radical en relación con la crisis que muchos gobiernos socialdemócratas del Occidente europeo. Este es un elemento muy importante, porque algunos países, como Corea o Malasia piensan seriamente constituir un bloque con China y la India y rechazan entrar en el juego de la especulación financiera internacional. Y no se trata de un bloque pequeño… Son países que suman bastante más de 1.000 millones de habitantes. Pero hay otros elementos. Por ejemplo, el tono político que han utilizado esos países. En Corea se habla, en relación con la crisis, de una agresión occidental, americana, con Japón detrás de ella. La crisis coreana no es la misma que en Malasia o Thailandia. Es una crisis menor, con dificultades menores derivadas del descenso de las exportaciones y con la aparición de un pequeño déficit en la balanza exterior. En términos de déficit, Francia e Inglaterra han conocido al menos diez veces crisis semejantes desde la posguerra. Si utilizáramos los datos coreanos como referencia, EE.UU estaría en crisis desde hace veinticinco años y los coreanos sólo desde hace tres. Ahora bien, esta crisis menor exige, dentro del pensamiento capitalista, algunos cambios. Dicen que el sistema bancario en Corea ha sido poco serio, que se han concedido préstamos con demasiada facilidad en combinación con los monopolios coreanos. Pero en Francia el banco Crédit Lyonnais no actuó de una forma muy distinta, y lo mismo ha pasado con muchos bancos norteamericanos. No se trata de una particularidad coreana. Sin embargo, la situación ha sido utilizada inmediatamente como pretexto para la presión norteamericana –apoyada por los medios de comunicación internacionales–, para atacar a los «horribles» monopolios coreanos, como si sólo hubiera monopolios en Corea. Pretenden desmantelar esos monopolios, pero ¿para dárselos a quién? A otros monopolios, claro. Por ejemplo, a monopolios japoneses. Es como si se propusiese solucionar la crisis norteamericana desmantelando la Boeing –un monopolio, como cualquier monoplio coreano–, para dársela a Airbus, otro monopolio, pero propiedad de los competidores, en este caso europeos. Se trata de una trampa muy burda. Y la opinión pública coreana, la clase dirigente y la prensa hablan de agresión norteamericana, de una nueva guerra de Corea. Nunca he visto que en América Latina se hable de las propuestas del FMI como que constituyan una agresión y una guerra. Asia está reaccionando de una forma diferente y muy violenta. Es el inicio de una guerra que no va a terminar con victoria norteamericana. La puesta en cuestión de la hegemonía empieza a ser real.

 

—¿Cree que los países asiáticos podrán resistir la presión de Japón y EEUU?

—Detrás de Corea está China. A EEUU, como potencia hegemónica de los centros del capitalismo, europeos incluidos, le gustaría hacer pagar una parte de de la crisis a China; al pueblo, pero también a la burguesía china, a la clase dominante. Y la estrategia china de respuesta es muy fuerte: esta pequeña devaluación que ha sido realizada sin decirlo, sin reconocerlo… significa que China está intentando reexportar su crisis a los centros capitalistas y a devolverles el problema de la desvalorización de los capitales. Estamos en el inicio de una contradicción que va a crecer a gran velocidad, muy fuertemente. Para empezar, en el Este y el Sudeste asiático, pero también en los centros capitalistas mundiales. No pienso que sea imposible que se produzca una reaparición de la lucha social en Occidente y a partir de ahí una posibilidad de re-radicalización de los partidos políticos de izquierdas, incluso una mayor desvinculación de los socialistas con la política americana y el liberalismo. Es posible que esto se articule inicialmente sobre la base de una ofensiva contra la especulación financiera internacional, por ejemplo con medidas del tipo de la Tasa Tobin.

 

—¿Qué papel desempeña Japón en esta crisis?

—Japón pertenece a la Tríada; es un centro capitalista desarrollado. Los síntomas de la crisis, en términos de ralentización de las tasas de crecimiento y de las tasas de inversión se manifestaron en EEUU y en Europa Occidental mucho antes que en Japón, que entró en la crisis más tardíamente, hasta tal punto que durante bastante tiempo se habló de la excepción japonesa, como si Japón fuese a ignorar la crisis. Durante mucho tiempo se atribuyó esta situación a virtudes particulares, al sistema de gestión japonés en el campo del trabajo, etc. En análisis muy superficiales se decía que Japón no había entrado en crisis porque tenía un área de expansión exterior en el Sudeste asiático que daba al capital japonés mayores posibilidades. Luego, a su vez, Japón entró en crisis: se produce una ralentización muy nítida de las tasas de crecimiento y de las tasas de inversión. El excedente de capital japonés, que era gigantesco, ha sido uno de los que han alimentado el excedente de capital a escala mundial. Gracias al excedente japonés EEUU ha resuelto su déficit externo desde hace al menos veinte años. Pero Japón ha entrado en la crisis, y es un país extremadamente vulnerable en comparación con América del Norte y Europa Occidental. Vulnerable porque ha necesitado el paraguas militar americano contra sus dos enemigos potenciales: la Unión Soviética, mientras ha existido, y China. Vulnerable por razones histórico-geográficas: es pobre en recursos naturales, etc. Vulnerable porque su zona de expansión, el Sudeste asiático, es relativamente reciente y no está bajo su dominación o su influencia política directa; depende mucho más de la influencia política de EEUU. Japón siempre ha necesitado operar siguiendo a EEUU, actuar como un brillante lugarteniente pero sin enfrentarse nunca a su superior. Simultáneamente, los norteamericanos necesitan a Japón no ya para enfrentarlo a la Unión Soviética, que no existe, sino a China, que está emergiendo como una gran potencia capitalista mundial. Necesitan mantener su alianza con Japón. Y otro elemento que hay que considerar es que los chinos y los coreanos no confían en los japoneses, y su relación con Japón no es ni mucho menos la que los franceses tienen actualmente con Alemania. No es lo mismo en absoluto. Eso explica que Japón no pueda ejercer una dominación sobre el Sudeste asiático y que deba operar como lugarteniente de los americanos. Sin embargo, Japón trata de aparecer como un pueblo más autónomo de cara al Sudeste asiático, no cara a China o Corea, sino a Thailandia, Malasia o Indonesia. Japón propuso que un consorcio bancario dominado por los bancos japoneses socorriera las economías y las finanzas de esos tres países. De ese modo Japón habría reforzado su poder y su presencia, incluyendo su presencia política, en ellos. El Fondo Monetario de los norteamericanos –el FMI es una agencia norteamericana– rechazó absolutamente el proyecto japonés, y Japón se ha doblegado. En mi opinión, la crisis va a empeorar en Japón y por lo tanto también esa especie de consenso, que se podría calificar de resignación, de la clase obrera japonesa va a ser puesto en entredicho. Hay datos interesantes, como por ejemplo el empuje electoral del Partido Comunista, con una de las subidas electorales más importantes que han acontecido en los países capitalistas desarrollados. Pero ya veremos…

 

Si la crisis se extiende a EE.UU y a la Unión Europea, ¿cómo puede quedar afectado el proceso de construcción de la Unión?

—Puede pasar lo mejor y lo peor. No tengo una bola de cristal, pero sí puedo intentar precisar cuáles son las contradicciones y los problemas a los que se enfrenta Europa. En primer lugar, el capitalismo europeo tiene una historia, puesto que el capitalismo empezó ahí. Las naciones europeas son realidades culturales o históricas que han cristalizado en los tiempos modernos en un poder burgués, nacional-burgués incluso, que ha instalado sistemas productivos autocentrados que han constituido la base fundamental de esas naciones. Por tanto, las naciones europeas no son solamente naciones culturales y lingüísticas, también han consolidado sistemas productivos nacionales. Había un sistema productivo británico distinto, por ejemplo, del español o el italiano. Países más pequeños como Bélgica y Holanda tenían el suyo. Después de la Segunda Guerra Mundial, la penetración de las transnacionales, que fueron fundamentalmente norteamericanas, ha conducido a un debilitamiento de los sistemas productivos nacionales. Este proceso se intenta legitimar a través de las supuestas ventajas de la desregulación de los mercados que los poderes establecidos, sean de derechas o de izquierdas, hasta el presente, han aceptado.

Ha habido un debilitamiento de los sistemas productivos nacionales, y no existe ningún sistema productivo europeo en construcción. Este es un punto muy importante, que marca la diferencia entre Europa y EEUU. Se lee con frecuencia en los medios de comunicación que si se suman las cifras, no sólo de población sino también de producción industrial, Europa tiene una potencia superior a la de EEUU. Eso es cierto sobre el papel. Pero EEUU constituye un sistema productivo, Europa no. ¿Por qué? Pues porque EEUU es un Estado, tiene una política de Estado, mientras que en Europa no hay una política europea sino políticas europeas, y aún no se ha iniciado la construcción de un sistema productivo europeo, cosa que yo personalmente desearía.

 

—¿Y quién va a construirlo, dada la actitud actual de los Estados, preocupados sólo por la dimensión monetarista?

—Construir este sistema productivo europeo es una tarea a largo plazo. ¿Quién puede construirlo? No pienso que la derecha, es decir, las fracciones políticas que en Europa toman posición de una forma unilateral en favor de los intereses del capital, puedan hacerlo ellas solas. Sólo se puede hacer si existen compromisos sociales a escala europea, si es una obra común, fruto de un compromiso entre las clases populares, los trabajadores, los sindicatos etc… y el capital. Para establecer un sistema productivo europeo se requeriría una política social común europea. Y no la hay. Está en las agendas, hay algún atisbo de vez en cuando, pero nada más, no existen ni instituciones ni preocupación al respecto.

 

—¿Cree entonces que sin ese sistema productivo europeo el euro está condenado al fracaso?

—La Unión Europea debería tomar en cuenta la idea de Delors, según la cual la gestión política, económica y financiera común constituirían el eslabón final de la construcción del sistema productivo europeo. El dólar, como moneda única de EEUU, no es muy antiguo, fue creado en 1907. Antes había habido varios dólares, e incluso hubo hasta 11 sistemas monetarios en EEUU. En 1907, cuando EEUU es ya la primera potencia industrial del mundo, al término de la larga historia del establecimiento del sistema productivo americano, llegó la moneda común. Europa parece querer empezar por el final: se establece primero la moneda común, y además se hace en un marco que refuerza la tendencia al rechazo de una política social común: reglas de Maastricht, criterios de convergencia, normas de gestión –extremadamente duras e incluso reaccionarias– del instrumento monetario.

Me temo que esto no va a desembocar en algo simpático; más bien opino que el cohete europeo puede reventar en pleno vuelo y con mucha rapidez. Esta política monetaria común va a reforzar y mantener la crisis social. Y por ende el sistema será puesto en cuestión, o bien por luchas sociales, que espero refuercen a la izquierda y ayuden a su radicalización, o bien por reacciones nacionales ultranacionalistas fascistizantes, que no tienen porqué consistir necesariamente en una repetición de tiempos pasados. Una combinación de las dos sería un gravísimo peligro. En mi opinión ese peligro está creciendo.

 

—¿Por qué no existe una voluntad más firme para construir ese sistema productivo europeo?

—Porque hasta la caída del muro de Berlín en 1989, la Unión Europea era la Europa del Oeste, y Alemania sólo era Alemania del Oeste, que en comparación con la población de Francia, Italia, Gran Bretaña, tenía más o menos la misma magnitud. Además, Alemania deseaba, y sigue deseándolo, jugar a establecer una alianza particularmente intensa con Francia. Esta Unión Europea había sopesado, en un momento determinado, iniciar una aproximación a una Europa del Este que aún no se había derrumbado, a través de negociaciones que le permitieran alcanzar un compromiso histórico; con la URSS, y también con Polonia, con Checoslovaquia, incluso con la República Democrática Alemana. Alemania no podía llevar a cabo esta negociación por sí sola. Europa, la Unión Europea de la época sí podía hacerlo. La posibilidad existió con Brandt, Helmut Schmidt y Charles de Gaulle con la idea francesa de una Europa del Altántico a los Urales. Eso era una pesadilla para EEUU. Esta aproximación, que ponía término a la guerra fría en el continente europeo y que ponía a disposición del capitalismo de Europa occidental los gigantescos recursos naturales de la Unión Soviética, reforzaba la autonomía europea en relación a Estados Unidos. A raíz del derrumbamiento de los países del Este la situación ha cambiado radicalmente. Alemania ya no es Alemania del Oeste. En la reunificación no hubo negociaciones ni concesiones de ningún tipo. Alemania se ha instalado en Polonia, en los países bálticos, en la República Checa, en Hungría. Hoy, las economías de estos países dependen totalmente de la alemana. Alemania tiene hoy una opción que antes no tenía: la de crecer hacia el Este. No necesita a la Unión Europea para ello; no está en contra de la Unión, pero se ha colocado en una situación asimétrica en relación con sus socios europeos. Para Alemania es más importante extenderse hacia países que no van a entrar en el euro. Y esto explica cosas curiosas, como por ejemplo que en lugar del dúo Francia-Alemania, muy fuerte en tiempos de Mitterrand y de Kohl, se produzca ahora una tendencia a la aproximación franco-británica. Es curioso porque fue Thatcher la primera en anunciar que había que volver a la antigua alianza Francia-Gran Bretaña-Rusia frente a Alemania. La situación de Alemania le permite participar en la construcción de la Unión pero sin renunciar a seguir ampliando su zona de expansión. Y eso es una amenaza, porque va a reforzar las posturas de la clase dirigente alemana, muy dura en la gestión de euro. En mi opinión vamos a entrar en una zona de grandes turbulencias. Y Europa o será de izquierdas o no será. La idea de que la construcción europea podía basarse exclusivamente en la lógica del capital y llevarse a cabo por gobiernos que aplicarían esa lógica, no funcionará. Es muy interesante leer la prensa americana destinada al gran público. Dice que la amenaza europea existe, incluso la de una Europa de izquierdas –ni socialista ni comunista, pero en definitiva de izquierdas– que amenazaría la hegemonía norteamericana. Pero existe la opinión en el establishment norteamericano de que este peligro no existe, que no se llegará a construir Europa. Y que no se llegará a construir gracias a los alemanes. Estos desempeñan el mismo papel que los japoneses, siguiendo paso a paso a los norteamericanos. Ninguno de los dos pone en cuestión la hegemonía norteamericana a escala mundial. La clase dirigente alemana actual promueve un plan de expansión capitalista regionalizado en su beneficio, pero respetando el orden mundial instaurado por los norteamericanos. Desempeñan este papel a la perfección.

 

Uno de los peligros que ha denunciado es el ascenso del chauvinismo…

—La crisis actual implica paro a niveles elevados, sin esperanzas de que pueda reducirse de forma importante. Implica flexibilidad laboral, y por tanto exclusión del mercado laboral, una marginación a gran escala y todo tipo de cosas inaceptables para la opinión pública europea. En Europa hay una tradición de izquierda que ha permitido que Europa haya concebido sociedades relativamente civilizadas, sociedades que no se resignan, que pueden parecer resignadas a corto o medio plazo pero que no se resignarán a largo plazo a una situación de desigualdad y marginación. Y si la política que se va a seguir aplicando es la de la derecha, como hasta ahora, y si la izquierda mayoritaria electoralmente –socialistas y socialdemócratas– sigue aplicando la misma política que la derecha, aunque sea con matices, crearemos un terreno favorable para el discurso del populismo de derechas, que adopta una coloración claramente fascista sobre problemas que no son secundarios desde un punto de vista moral pero sí lo son desde un punto de vista social –por ejemplo la cuestión de los inmigrantes. Si no se encaran a estos problemas corremos el riesgo de que esta tendencia se torne electoralmente poderosa, e incluso puede producirse la aparición de diferencias de trato a los distintos pueblos europeos. Y los americanos cuentan mucho con esto, porque creen que en el momento en que ocurra el proyecto europeo se hundirá. Entonces, creen, los países europeos se replegarán, aunque sin poner en cuestión el Mercado Común. Y evidentemente, ya no se construiría un sistema político europeo, y menos aún un sistema social aceptable para las clases populares europeas, que no exigen la desaparición del capitalismo y de la propiedad privada pero que están acostumbradas al Estado de bienestar. Y esta amenaza hay que tomarla muy en serio. Esta situación puede actuar en los dos sentidos que antes he citado, incluso simultáneamente, también pues en el sentido de que se radicalicen las luchas sociales y que se radicalice la izquierda. Ya hay señales en este sentido. El otro sería el ascenso de la extrema derecha, sobre todo la generalización y la expansión de las ideas chauvinistas en amplios sectores de la opinión.

 

—Si se produce una gran depresión, ¿cuáles son las consecuencias más graves que puede sufrir el Tercer Mundo?

—El Tercer Mundo ha cambiado bastante en los últimos cincuenta años. Digamos que hasta 1950 el contraste centro/periferia, en el sistema capitalista mundial era prácticamente sinónimo de países y regiones industrializados de una parte, frente a regiones y países no industrializados de otra. Excepto el caso argentino, que inició la industrialización más o menos por los años 30-40, el conjunto del continente americano al sur del Río Grande, África, toda Asia con excepción de Japón, no estaban industrializados. A partir de 1950 y como resultado de la victoria contra el fascismo y el derrumbe de lo que podríamos llamar el viejo colonialismo de los imperialismos francés, inglés, belga y algunos otros más, y el ascenso de las burguesías nacionales –para llamarlas de una forma muy genérica–, impregnadas de dosis de populismo variables según las circunstancias, y además junto con la irrupción de países que quisieron hacer una revolución socialista ­­–China, Vietnam y Cuba–, todos estos países entraron en el área de la industrialización.

Está claro que los resultados son ciertamente muy desiguales, pero hoy centro/periferia ya no es sinónimo de países industrializados frente a países no industrializados. Las periferias están amplia, aunque desigualmente, industrializadas. China, India – sólo con esos dos países ya tenemos las dos quintas partes de la población mundial– , México, Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Perú, la casi totalidad de la población latinoamericana, los países del Sudeste asiático, principalmente Malasia y Tailandia, Corea, Taiwan y otros han entrado en el camino de la industrialización. Ciertamente hay regiones que no lo han hecho, como, grosso modo,  el África subsahariana, las Antillas y algunos países de Asia occidental.

Hay, pues, tres o cuatro grupos de la periferia claramente diferenciados. En primer lugar hay periferias que no solamente han ingresado en el área industrializada sino que además se han vuelto competitivas en un mercado mundial abierto, fundamentalmente los países asiáticos y, más secundariamente, México y Brasil. En segundo lugar tenemos los países que han ingresado en la industrialización pero que no han llegado a ser competitivos, en el sentido de que su industrialización, protegida, necesita seguir estándolo si no quiere ser arrasada. Es el caso de todos los países árabes, Egipto, Marruecos, Argelia, Siria, Iraq, etc. Aunque en el caso de Iraq inciden, obviamente, otros factores. Es el caso también de África del Sur y probablemente de la mayor parte de los países sudamericanos… Y en tercer lugar está el grupo de países que todavía no han entrado en la era de la industrialización. En América Latina la reestructuración del mundo que propone el sistema capitalista operará sin grandes dificultades –excepto posibles explosiones no controladas– por la compenetración existente entre las clases dirigentes latinoamericanas y las norteamericanas. También se impondrá en los países de África, más vulnerables. Pero esto no va a funcionar en el caso de Asia. Las economías de África y de América del Sur son más fácilmente regulables por el propio sistema capitalista, pero no las de Asia, porque la crisis va a traer conflictos extremadamente violentos entre los pueblos y los poderes de Asia. Por ahora no se puede decir más. Intentar hacerlo es tratar de leer en la bola de cristal. Lo que es seguro es que no hay un orden unitario. La globalización no está produciendo un orden mundial, es un discurso ideológico totalmente americano, un discurso de la hegemonía norteamericana, ideológico y político, no es la traducción de necesidades objetivas del sistema. De hecho esta globalización no va a funcionar. Va a encontrar obstáculos crecientes.

Por otra parte, visto desde un punto de vista socialista, de la izquierda, desde el punto de vista del interés de los pueblos, la tarea que tenemos por delante es cómo construir puentes entre los intereses populares de las diferentes partes del mundo; intereses populares en los centros capitalistas desarrollados e intereses populares de los desmantelados países del Este. Incluso los intereses populares de los países más vulnerables de África y del Sudeste asiático. Esa es la tarea. Más allá no sé qué pasará, pero el mundo del mañana será el resultado de estas luchas.

 

 

 

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