El robo

Hoy los pueblos de Europa son rehenes, rehenes de una oligarquía financiera que manipula las conciencias, que miente constante y descaradamente a través de sus servidores en la prensa escrita, que de vez en cuando llama a votar con reglas distorsionadas y luego traiciona sistemáticamente la mayoría de las promesas electorales, hasta el punto de que la “promesa electoral” se ha convertido en sinónimo de “cuento de hadas publicitario”. Y todo esto se glorifica como “democracia liberal”. La impermeabilidad y sordera a las necesidades de la gente corresponde a la complacencia de felpudo ante diversos lobbys, que operan con transferencias directas o beneficios indirectos.

La situación de estos rehenes se ilustra más claramente en la actual carrera armamentista. Los números se suceden frenéticamente, en una constante competencia ascendente. Se habla de pagar 700.000 millones de euros en armas a la moribunda Ucrania. Se habla de aumentar el gasto militar al menos hasta el 3% del PIB (presentado como un descuento respecto al 5% exigido por Trump). En apoyo de estas perspectivas, en los medios de comunicación se promueve una vigorosa batería de mentiras (por ejemplo, que Rusia gasta más en armas que Europa o que una invasión militar rusa representa una amenaza real para Europa). No faltan los «soberanistas» que, después de haber sacrificado sus países durante medio siglo a las órdenes de Estados Unidos, ahora aprovechan la temida relajación de la presencia norteamericana en Europa para fantasear con una defensa nacional (o europea), defensa que se establecería mediante un gasto militar explosivo (por cierto, un gasto dirigido casi en su totalidad por las órdenes norteamericanas o israelíes).

El mecanismo político sobre el terreno es siempre el mismo, repetido hasta aburrir (y por otro lado, mientras nadie reaccione con malas noticias, mientras nos lo traguemos todo en lugar de engrasar la guillotina, realmente no hay razón para cambiar una táctica ganadora). El sistema es el siguiente: gritamos ante un peligro inminente, terrible, que se avecina, que no deja escapatoria ni alternativa, y que exige –con el corazón lleno de arrepentimiento– saquear el dinero que sobra del gasto social, de la educación, de la salud, de las pensiones, para remediar la EMERGENCIA. Después de haber pagado a las instituciones de crédito demasiado grandes para quebrar, después de haber comprado por adelantado diez dosis de vacunas Covid cada uno –incluidas las de los recién nacidos–, después de haber alimentado a pérdidas a los oligarcas ucranianos (cuyos hijos pueblan las costas mediterráneas) mientras sus plebeyos se convierten en carne de cañón, ahora es el momento de la carta de emergencia por excelencia: la amenaza de guerra.

Por muy humillante que resulte recordar estos hechos obvios, recordemos brevemente por qué el aumento planificado y aterrador del gasto militar es un mero robo legalizado, sin ninguna contribución a la defensa e independencia de las naciones europeas.

A) Si realmente se quisiera adquirir soberanía a través de la defensa militar, lo primero que habría que hacer sería iniciar una producción autónoma, o más bien autárquica, de todo lo necesario, cortando las dependencias de cadenas de suministro externas y remotas, sujetas a chantajes e interrupciones.

B) Si quisiéramos ponernos en condiciones de poder llevar a cabo una defensa militar seria contra un peligro similar al que se vio en la guerra ruso-ucraniana, esto no se puede hacer acumulando armas en depósitos: debemos asumir la carga de restablecer un servicio militar obligatorio generalizado y verdaderamente formativo. La idea de emprender una guerra como la que se vio en el Donbass con pequeños contingentes de profesionales es claramente una tontería.

C) Desde los albores de los tiempos, las guerras en curso han desarrollado técnicas de guerra, por lo tanto, salvo unidades de bajo coste como armas ligeras y balas, no tiene sentido llenar almacenes con armamentos tecnológicamente complejos, que quedarán obsoletos en pocos años. Las inversiones de guerra –si se hacen– se hacen en investigación y desarrollo, y se efectúan organizando la rápida convertibilidad de la producción industrial ordinaria en producción de guerra.

D) Finalmente, para prepararse para una guerra defensiva hay que tener una idea clara de qué hay que defenderse. Siendo realistas, ¿de quién tendría que defenderse un país europeo? Podrían surgir desafíos por parte de grupos terroristas comparables en tamaño a pequeños ejércitos nacionales (modelo sirio). Podrían surgir disputas fronterizas sobre áreas de interés común (yacimientos minerales, pasos marítimos forzados, etc.), lo que deja espacio para una zona bastante limitada de posibles hostilidades en el sureste de Europa. Si hablamos de grandes potencias remotas, como Rusia (o China, o EEUU), la necesidad de defendernos de una guerra de invasión y conquista por parte de estas entidades es risible: no existen ni los intereses, ni las condiciones logísticas, ni las demográficas para que algo así ocurra. Las guerras de expansión con fines de asentamiento suelen estar causadas por el excedente demográfico y ocurren en zonas próximas y contiguas. Desde esta perspectiva, la única amenaza realista para un país europeo podría ser planteada por otro país europeo. Ciertamente no de Rusia, que ya tiene serias dificultades para poblar el inmenso territorio bajo su control y que dispone de una sobreabundancia de materias primas, de las que Europa carece. En efecto, el prototipo de país que supone una amenaza militar para terceros lo representan los países europeos, con una alta densidad de población (aunque en descenso) y una extrema pobreza de recursos naturales. En cuanto a la idea de tener que armarnos para enfrentar una posible guerra de exterminio total –nuclear– contra una superpotencia, espero que quede claro que esta perspectiva es a la vez altamente inverosímil y técnicamente imposible: si superpotencias con enormes territorios y enormes armamentos nucleares decidieran bombardear Bélgica, o, en su defecto, Francia, la única inversión adecuada sería una inversión en rosarios.

Entonces, en esencia, ¿en qué consiste el actual monstruoso proyecto de financiación del gasto militar europeo?

No representa un crecimiento de la independencia de los pueblos europeos ni un crecimiento de la capacidad de defenderse de amenazas reales.

Se trata, en realidad, de una sola cosa: un robo colosal y legalizado de recursos públicos, un robo que empobrecerá aún más a los pueblos de Europa, que tendrá sobre su conciencia hospitales colapsados, pensionistas hambrientos y una gente común cada vez más ignorante y manipulable.

Mientras tanto, en nombre de la soberanía, la libertad y la democracia, un puñado de oligarcas instalará su propio buen retiro en alguna isla privada.

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