En los últimos años, la cuestión europea de las normas presupuestarias y el euro ha caído en el olvido. Una de las razones reside en el hecho de que desde 2020 el Pacto de Estabilidad está suspendido. En efecto, la pandemia había golpeado duramente las economías de los países europeos y, para hacerle frente, la decisión unánime fue suspender las normas presupuestarias restrictivas contenidas en el Pacto de Estabilidad. Hoy, la cuestión europea está a punto de volver a ocupar el centro de la escena, ya que el periodo de suspensión finalizará en enero de 2024. Además, existe la posibilidad de que las normas del Pacto de Estabilidad se modifiquen de aquí a diciembre. Pero, si no hay acuerdo entre los países europeos al respecto, se restablecerán las antiguas normas.
Veamos cuáles son. El Pacto de Estabilidad, firmado en 1997, tiene por objeto garantizar la disciplina presupuestaria de los Estados miembros tras la introducción de la moneda única. El Pacto de Estabilidad incluye los llamados parámetros de Maastricht: el límite de déficit público del 3% del PIB y el límite de deuda pública del 60% del PIB.
A estas limitaciones, que inhiben la capacidad de gasto de los Estados de la UE, se añade la norma de que la deuda pública que supere el límite del 60% debe reducirse una vigésima parte al año. También hay que añadir que el texto del Pacto de Estabilidad se hizo aún más estricto con la introducción, tras la crisis de 2008, de ocho reglamentos, los llamados six pack y two pack, y en 2012 del Pacto Fiscal.
A lo largo de los años, el Pacto de Estabilidad y otras normativas han tenido un impacto perjudicial en la economía y el Estado del bienestar europeos. De hecho, las normas que imponen límites a los déficits anuales y a la deuda han impedido hacer frente a sucesivas crisis económicas. Normalmente, cuando se producía una crisis, los países recurrían al estímulo de la inversión pública para revitalizar la economía. Esto, sin embargo, ha sido imposible desde 1997. El Pacto de Estabilidad es una auténtica jaula que introduce rigideces en la gestión de la economía capitalista, cíclica por naturaleza y caracterizada por crisis económicas recurrentes. Las normas presupuestarias bloquean de hecho la inversión estatal que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 90, fue el motor de la economía europea. Esta es una de las diversas razones por las que el PIB de la UE ha perdido muchos puntos de incidencia en el PIB mundial (del 28,1% en 1990 al 16,6% en 2022), perdiendo posiciones frente a otras economías como China.
Una de las medidas más críticas es la regla de la reducción anual de una vigésima parte del 60% del superávit de la deuda pública. Se trata de una norma que, hasta ahora, no se ha aplicado, pero si se hiciera, provocaría enormes recortes en todo el gasto social, desde la sanidad a las pensiones, pasando por la educación. La deuda pública italiana ronda el 141% del PIB, es decir, 2.859.000 millones de euros. Si la redujéramos a la mitad, al 70%, supondría eliminar un importe de deuda de 1,429 billones en veinte años, lo que supondría un recorte de 71,4 billones al año, una cifra enorme que, para hacernos una idea de la magnitud, equivale a más de la mitad del gasto sanitario anual, que en 2020 fue de 123,5 billones. Por tanto, cada año debería haber un superávit presupuestario, es decir, que los ingresos del Estado superen a los gastos, de más de setenta mil millones. Un resultado prácticamente imposible de alcanzar. Como se ha dicho, esta regla aún no se ha aplicado, pero la tendencia a reducir la deuda ha contribuido a llevar a un país como Italia a más de 20 años de estancamiento económico y a recortes sustanciales en el estado del bienestar.
En abril de 2023, la Comisión Europea presentó una propuesta de reforma del Pacto de Estabilidad que equilibra los parámetros de austeridad con un mayor apoyo a la inversión. El comisario europeo de Economía, Palo Gentiloni, subrayó que el plazo para dicha reforma es limitado y que, en caso de falta de acuerdo sobre la reforma del Pacto de Estabilidad para diciembre de 2023, se vislumbra en el horizonte un restablecimiento a ultranza de las antiguas normas. Ahora el expediente está en manos del presidente de la UE, España, que debe elaborar una propuesta de reforma. De momento, parece que no hay acuerdo entre los distintos países. Por un lado están Alemania (66,1% de su deuda pública en 2022) y sus aliados, entre ellos Holanda (50,1%), que presionan para que se compriman las deudas públicas. Por otro lado están los países muy endeudados, incluidas la segunda, tercera y cuarta economías de la UE, es decir, Francia (111,8%), Italia (141,7%) y España (116,1%), que presionan para que haya más flexibilidad.
Inicialmente, se produjo un enfrentamiento entre Alemania y Francia, la pareja que dirigía los procesos de integración europea. Después, Francia se sumó de alguna manera a la postura alemana en un intento de orquestar un compromiso, con una clara excepción sobre la deducción de los gastos militares del déficit. El compromiso no dejó satisfecha a Italia, que se encuentra en la situación más difícil dada su elevada deuda, y que presiona para que se desvinculen del déficit no sólo los gastos de defensa, sino también los destinados a la transición ecológica y digital. La desvinculación del gasto militar es aceptada por todos debido al proceso de rearme europeo por la guerra de Ucrania y la exigencia estadounidense de elevar el gasto militar de los países de la OTAN al menos al 2% del PIB. El propio ministro de Defensa italiano, Crosetto, ha declarado que Italia sólo podrá alcanzar el 2% del PIB de gasto militar si se reforma el Pacto de Estabilidad y se deduce del cálculo del déficit.
El mayor problema es que la deuda pública se calcula como porcentaje del PIB, que es el denominador. Si, por tanto, el PIB no crece adecuadamente, es decir, más que la deuda, el ratio deuda/PIB aumenta. La cuestión es precisamente ésta: estamos, en toda la UE, en una fase de estancamiento del PIB. Italia, según los datos oficiales de la maniobra, debería crecer un 1,2% en 2024, pero la Comisión Europea, la OCDE y el Banco de Italia prevén un crecimiento del 0,8%, el Fondo Monetario Internacional del 0,7% y Confindustria del 0,5%. Las cifras de producción industrial de septiembre comparadas con las de agosto dicen que, por lo que respecta a Italia, el crecimiento es nulo, mientras que Alemania y Francia incluso se contraen. Lo que más asusta es que pueda producirse una recesión en toda regla en Europa. En tal escenario, la vuelta a las viejas reglas presupuestarias rompería la doble sostenibilidad de la deuda y el crecimiento y la inversión.
Mario Draghi también habló recientemente de la cuestión europea en una conversación con Martin Wolf en el marco de una conferencia organizada por el Financial Times. Draghi afirmó que Europa se ha caracterizado en las dos últimas décadas por una pérdida de competitividad frente a Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y China. La cuestión central es la productividad, que es insuficiente, sobre todo si tenemos en cuenta que Europa está perdiendo población. Para sostener un continente que envejece es necesario aumentar la productividad, y para ello hay que invertir más en tecnología, capital humano, formación y educación. Por eso Draghi propone más Europa, es decir, una mayor integración entre los países de la UE, que exprese una unión política, económica y militar más fuerte: «Sin una unión más profunda, en política exterior, en defensa, en economía, la UE no sobrevivirá más que como mercado único».[1]
La cuestión es que hasta ahora una mayor integración no se ha correspondido con un mayor crecimiento, sino al contrario con mayores restricciones, como las del Pacto de Estabilidad, que han introducido una mayor rigidez en el funcionamiento de la palanca económica pública con resultados deletéreos. Inicialmente, estas restricciones se introdujeron para comprimir el gasto social (pensiones, sanidad, educación, etc.), que beneficiaba al trabajo asalariado, y para favorecer al capital privado. El Pacto de Estabilidad y los sucesivos reglamentos han penalizado el papel de los parlamentos nacionales imponiendo la disciplina presupuestaria desde el exterior, es decir, desde Europa, y privando de hecho al poder legislativo nacional en favor del ejecutivo. De este modo, se ha eliminado de hecho la soberanía democrática y popular.[2] Con el tiempo, además, se ha creado una camisa de fuerza que penaliza a las fracciones nacionales más débiles del capital europeo, como Francia, Italia y España, frente a Alemania. De ahí el enfrentamiento permanente entre Italia y Alemania sobre la cuestión de la reforma del Pacto de Estabilidad.
La solución, por tanto, no puede ser la que propone Draghi, entre otras cosas porque Europa ha demostrado, incluso recientemente, que está muy dividida internamente y subordinada a EEUU en materia de política exterior y militar. En su lugar, es necesario recuperar una mayor soberanía, que, sin embargo, no es puramente retórica, sino una soberanía efectiva, democrática y popular. Por soberanía democrática y popular se entiende la recuperación y ampliación de la influencia de la mayoría del electorado, es decir, del trabajo asalariado y de las clases subalternas, en la toma de decisiones públicas. Se trata, por tanto, de una soberanía muy diferente de la propuesta por el gobierno Meloni. Éste, de hecho, por un lado pretende una reforma del Pacto de Estabilidad para recuperar recursos a distribuir al capital nacional y, por otro, pretende fortalecer al ejecutivo, al gobierno, en detrimento del parlamento. Prueba de ello es la contrarreforma, propuesta por Meloni, que prevé la elección directa del primer ministro y un importante premio de la mayoría que penalizará aún más la representación política del electorado. Por tanto, no es de una posible reforma del Pacto de Estabilidad de donde cabe esperar una solución, sino de su eliminación.