Cuando el imperio del boss Cutolo entra en decadencia, al final de una guerra que deja miles de muertos en las calles de Nápoles, uno de los capos del cartel triunfador, llamado Nueva Familia, es Luigi Giuliano. Estamos a mediados de los años 80 del siglo pasado.
Giuliano representa la Camorra moderna, la empresarial, él gestiona grandes contratos para obras públicas y el tráfico de drogas.
Precisamente por ser modernos, los nuevos boss napolitanos necesitan del fútbol que, también en Italia, se está transformando y modernizando con la irrupción de la televisón en el sistema y su capacidad para llevar fuera del estadio el espectáculo más seguido y amado del pueblo.
El equipo del Nápoles en aquellos tiempos tuvo una estrella que enloqueció a los hinchas y que, todavía hoy, mantiene el mito: el Pibe de Oro, Diego Armando Maradona.
El boss Giuliano ordena homicidios, trafica con drogas, gestiona el tinglado y maneja el contrabando de tabaco, pero en su condición de jefe “creativo” también ama la buena vida, e inspirado por una vena poética escribe canciones que fueron cantadas incluso por estrellas de la televisión italiana. Como todos, en la ciudad del Vesubio, es hincha del Nápoles y es natural que busque la amistad del mito de la ciudad, Maradona.
El Pibe de Oro sabe perfectamente quién es Luigi Giuliano, quien cada día, junto a su clan, ocupa páginas enteras en los periódicos, y goza de la amistad del Boss. Lo visita en su casa, en el corazón del barrio Forcella, una especie de favela en el centro histórico de Nápoles, donde el Boss, en medio de la degradación urbana y social tiene su lujoso cuartel general.
Cuando en 1986 los policías entraron en la casa-búnker encontraron una foto que, después de algunos años, dió la vuelta al mundo: el super campeón, tal vez el más grande de todos los tiempos, el futuro entrenador de la Selección Nacional Argentina, es inmortalizado en la gigantesca bañera en forma de concha junto a Luigi Giuliano, uno de los mafiosos más sanguinarios de la historia criminal de Nápoles y de Italia.
La foto estuvo oculta durante varios años ya que también en la policía y en la magistratura había quienes se preocupaban por no ensuciar la imagen del equipo que, bajo el mando de Maradona, lideraba el campeonato y estaba a punto de convertirse en campeón de Italia.
Después de doce años de prisión, el Boss, cansado del aislamiento absoluto previsto para los mafiosos, decide colaborar con la justicia, y de sus revelaciones saldrá una de las mayores investigaciones sobre la relación del fútbol con el crimen organizado.
Es el mismo Boss quien contó cómo el clan de la Camorra se apoderó de las apuestas clandestinas, haciendo competancia directa a las apuestas del Estado, el Totocalcio. Solo en la ciudad de Nápoles la Camorra ganaba hasta el año 2000 (declaraciones del boss Giuliano) 2.500 millones de liras a la semana. Haciendo el cálculo con la nueva moneda europea y multiplicando por 52 semanas, estamos hablando de una cifra enorme: más de 60 millones de euros al año entraban en los bolsillos de la Camorra.
Es él precisamente quién explica el sistema a los jueces: “Muchos partidos fueron amañados y manipulados gracias a la relación que existía entre nuestra familia y el mundo del fútbol”2.
El fútbol es un mundo particular. Circulan ríos de dinero, fiestas, modelos y prostitutas de lujo y, naturalmente, ríos de cocaína. Esta es la fórmula que usan los clanes para “entrar en los vestuarios”, acercarse y corromper a los jugadores que se pondrán de acuerdo para amañar los resultados de los partidos.
La Camorra sabe que el futbolista que acepta corromperse será fiel, porque entre sus leyes está aquella de la venganza despiadada para quién no respeta los acuerdos. De hecho, este sistema funcionó y, a pesar de que decenas de millares de personas jugaban cada domingo en las apuestas clandestinas, estas fueron un secreto absoluto hasta que el Boss Giuliano decidió colaborar con la justicia y revelar el mecanismo.
A partir de sus declaraciones, en el 2006, nacerá el más importante proceso, denominado “Calciopoli”, que tendrá como principal implicado al director deportivo de la Juventus, Luciano Moggi, y hará que la Federación Italiana de Fútbol haga descender al equipo de Turín a la segunda división del campeonato italiano, y le retire el título de campeón de Italia, conquistado ilegalmente.
Todos los protagonistas del escándalo fecuentaban al dueño de aquella casa, en el centro de Nápoles, donde el Pibe de Oro se bañaba en la bañera en forma de concha.
A Maradona, en cambio, nunca le sucederá nada, ni siquiera por los 32 millones de euros que tiene que devolver al fisco italiano por evasión de impuestos en la etapa de su carrera de futbolista y por su actividad en Italia.
“Maradona está más allá de la ley. Y continuará estándolo”: lo ha recordado incluso uno de los magistrados más famosos del mundo, Luis Moreno Ocampo. Es el mismo juez que incriminó a los generales de la dictadura argentina restituyendo el derecho a su país y que ahora, como fiscal de la Corte Penal Internacional de La Haya persigue a los más feroces criminales de todo el planeta. Entre su primer y segundo cargo, Ocampo ejerció algunos años como abogado en Buenos Aires, y fue a él a quien se dirigió Maradona por sus problemas judiciales y fiscales en el país.