«Un continente de mercaderes y de histriones,
Al acecho de este loco país, está esperando
Que vencido se hunda…«
Luis Cernuda
Las elecciones generales serán el día 28 de abril y a estas alturas del partido ya vale todo. Como en los tiempos de maricastaña, las derechas se juntan para descalabrar la tranquilidad de un país que, la verdad sea dicha, necesita bien poco para descalabrarse solo. No sé por qué nos empeñamos en no llamar a las cosas por su nombre, por qué usamos eufemismos que relajan la violencia unísona de esas derechas, por qué las hacemos descender –a esas derechas– varios peldaños en su más que demostrado desprecio por las reglas de la democracia.
No sé qué es eso de “derecha extrema”. Tampoco sé por qué buscamos desesperadamente un vocablo –o cien– que sustituya al que siempre nos sirvió para nombrar el fascismo. La “derecha extrema” es la extrema derecha de siempre: ¿tantas novedades presenta Vox para cambiar el orden de esas dos palabras? Porque si cambiamos el orden de las palabras, igual estamos cambiando -queriendo o sin querer- lo que esas palabras significan. Tampoco sé qué ha de hacer Pablo Casado para que se le entienda más, mejor y se le escuche más alto cuando habla de regresar a las raíces políticas, ideológicas y morales más profundamente reaccionarias del franquismo. Y me sorprendo –me sigo sorprendiendo– cuando a Albert Rivera se le sigue considerando sólo un veleta que depende del pie que pone en el suelo cada mañana al levantarse de la cama. ¿De verdad que el líder de Ciudadanos es sólo un veleta, de verdad es sólo eso, de verdad es un tipo cuya única ideología es la que le dicta cada día el viento que sopla desde su campanario? Cuando alguien presume de que no hay ideología detrás de sus acciones, busco un refugio antes de que ese alguien saque sus pistolas como John Wayne en las películas del Oeste y la emprenda a tiros contra todo bicho viviente que huela por sus alrededores.
Las tres derechas tienen claro el espacio en que se desarrolla la contienda electoral. Y saben perfectamente que a este país –ya lo contaba Max Aub en ese cabreo terriblemente lúcido que es La gallina ciega– la verdad no acaba de importarle demasiado. La mentira se ha camuflado bajo el antifaz lingüístico de la posverdad según los nuevos lenguajes. O sea, la posverdad es la mentira de siempre, la digamos en el tono de Pavarotti o Julio Iglesias. Y las tres derechas se aplican el cuento a las mil maravillas: saben que las mentiras –también llamadas ahora, ininteligiblemente, fake news– venden bien en el mercado del voto. Por eso no tienen límites a la hora de mentir más que respiran.
Nos quieren adormecer (y a ratos lo consiguen) con los cuentos del lobo, con los cánticos cínicos del miedo: la inmigración que viola a nuestras jóvenes, los comunistas que regresan con el rabo y los cuernos de toda la vida, la España que se rompe a machetazo limpio bajo el rojerío que no se resigna a haber perdido la guerra que ganaron sus abuelos. Los oigo, los veo alzados juntos los tres en la prepotencia televisiva de la mentira, y me vuelvo a la calle y a los versos de León Felipe en la voz siempre imprescindible de Paco Ibáñez: “no quiero que me sellen la boca con cuentos… Vengo de muy lejos y sé todos los cuentos”.
El miedo y las mentiras son el armazón acorazado de su campaña electoral, la campaña electoral de las tres derechas juntas. Me da igual cómo las llamen, los eufemismos que se usen para definirlas, la manera que cada una tiene de predicar sus eslóganes en los mítines donde sueltan sin contemplaciones insultos y amenazas para este “loco país” que, como dice Luis Cernuda, es como si desde siempre tuviera trágicamente alma de vencido.
El próximo 28 de abril hemos de cambiar el miedo de sitio, convertirlo, como escribe Mario Benedetti, en una forma de coraje. Seguramente ese miedo ya está llegando –o ha llegado– al bando de las tres derechas. Por eso tal vez mienten más que respiran. Por eso se juntan en sus mensajes apocalípticos repetidos hasta la extenuación por sus tropas mediáticas. Por eso ojalá que consigamos ese día y para siempre un país que no se descalabre solo, un país que se mire sin vergüenza en el espejo de quienes se dejaron la vida en el tajo de convertirlo en más libre, en más igual, en más definitivamente democrático.
Sin miedo y sin mentiras. Ahí nos vemos en campaña electoral y fuera de la campaña electoral. Que ya nos sabemos todos los cuentos, todos. Que lo sepan los que convierten la vida de cada día en historias para no dormir. Que lo sepan. Y, sobre todo: que lo sepamos nosotros. Que lo sepamos.
Artículo publicado originalmente en Infolibre
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