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Según la conocida fábula popular recogida por los Hermanos Grimm, en el 1284 en el poblado de Hamelín, en lo que actualmente es la Baja Sajonia alemana, ocurrió un extraño suceso. El pueblo estaba infestado de ratas que eran la pesadilla de sus pobres habitantes. Pero de repente apareció un extraño flautista que se comprometió a acabar con ellas a cambio de una suculenta recompensa. Una vez cerrado el trato, el flautista comenzó a tocar mientras caminaba hacia el río Weser. Hipnotizadas por su melodía, todas las ratas le siguieron hasta llegar al río donde murieron ahogadas. Sin embargo, cuando el mágico músico volvió al pueblo para cobrar su merecida recompensa los habitantes de Hamelín se negaron a pagarle por lo que juró volver en busca de venganza.
Y así fue, al cabo de un tiempo regresó y con su hipnotizante música esta vez atrajo a los niños del pueblo hasta una cueva donde los encerró a todos. Según las diferentes versiones de la historia, los niños jamás volvieron a sus casas o lo hicieron después de que los (tacaños) habitantes pagaran al flautista una recompensa incrementada. Las moralejas para cultivar el sentido común de los niños eran principalmente dos: 1) cumple tus promesas o atente a las consecuencias, 2) no juegues con adultos desconocidos porque no sabes cuáles serán sus intenciones.
En las canciones y los videoclips dominantes el flautista de Hamelín se torna la flautista de Wall Street. Por su mágico instrumento suenan sintéticas y pegadizas melodías mientras camina por las calles del mundo ligera de ropa. Antes de que trabajara como asalariada de Capitalismo S. A. (la mayor corporación del orbe) la flautista de Wall Street era conocida en su barrio como Atracción Sexual. Todos la miraban, así que decidió rentabilizar las descargas de testosterona y, además de trabajar como modelo, cursó Administración y Dirección de Empresas antes de ser contratada por la multinacional que ahora la empleaba.
La flautista de Wall Street, como Zeus cuando quiso seducir a la bella Calisto o como Ranma Saotome cuando le caía un cubo de agua fría, puede cambiar de forma y sexo. Así puede adoptar el aspecto de un atlético hombre o una escultural mujer, los bíceps de un atractivo chico o la sonrisa de una bella adolescente, la provocativa mirada de un galán o el escote de una sensual bailarina, pero su función es la misma. A veces se llama Rihanna, otras Shakira, a veces adopta la forma de Chris Brown, la sonrisa de Justin Bieber o la mirada de Enrique Iglesias.
Mediante la conjunción mágica de la música y la seducción sexual, la flautista de Wall Street atrapa a los y las jóvenes adolescentes que la siguen hipnotizados hasta el río del capital donde una vez sumergidos comienzan a pensar con su lógica: egoísmo, competitividad, jerarquía, agresividad, etc. Así se les olvida lo que quizás aprendieron un día en el calor de sus hogares, las escuelas, los institutos o la universidad (si tuvieron la dicha de asistir) en relación a la solidaridad, el placer del compartir o la conciencia de ser uno más de los habitantes de este maltrecho planeta llamado Tierra. El río del capital “purifica” sus mentes y sus cuerpos de todo recuerdo de comunitarismo que los jóvenes pudieran albergar como resto cultural funcional a sociedades pretéritas. La flautista de Hamelín seduce con su cuerpo y su rostro, con su ritmo y con su melodía a los jóvenes de tal modo que hace bullir sus hormonas adolescentes hasta atraparlas ya evaporadas en su marcha triunfal hacia la hegemonía burguesa.
Sin embargo, en la senda hacia el río del crecimiento infinito y las ganancias exuberantes, hipnotizados con la pegadiza música y el grácil caminar de la sinuosa silueta de la flautista de Wall Street, los jóvenes no se percatan que caminan sobre extraños y grisáceos restos: los escombros de su propio futuro. Marchan derechos a su vasallaje ideológico y cultural como sujetos que mañana serán los activos miembros de la clase explotada en las empresas, sometida en la política y dominada en la cultura.