Al filo de la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones se produjo el encuentro en el palacio de La Moncloa entre los presidentes de los ejecutivos español y catalán tras casi dos años de ausencia de comunicación. La última entrevista entre los titulares de ambas administraciones se produjo en julio de 2014 cuando Artur Mas le planteó 23 peticiones a Mariano Rajoy.
La reunión tuvo una fuerte connotación crepuscular entre un presidente en funciones, cuyo futuro político se presenta incierto, y otro que arribó a la presidencia de la Generalitat casi por casualidad, sin haber concurrido como tal ante la ciudadanía y con la fecha de caducidad de la hoja de ruta soberanista.
Justamente la proximidad de la cita con las urnas explica una reunión que, desde el punto de vista la operatividad política, fue completamente nula. En efecto, las 46 peticiones de Carles Puigdemont, el doble de las que formuló Mas, son imposibles de implementar con un gobierno en funciones, cuando las cámaras legislativa españolas están a punto de disolverse y existen serias dudas sobre la posibilidad de que Rajoy vuelva a presidir el gobierno español.
No se trataba, pues, de desbloquear nada, ni de resolver nada, sino de proyectar una imagen mediática de cara a sus respectivos electorados ante la cita con las urnas. Para Rajoy se trataba de romper con el perfil de autismo político cuando los líderes de los grandes partidos estatales Sánchez, Iglesias y Rivera se habían reunido con Puigdemont y él mismo había reconocido en la falsa entrevista radiofónica que tenía la “agenda libre” y estaba dispuesto a reunirse con el president de la Generalitat. Por su parte, Puigdemont buscaba corregir la impresión de encastillamiento derivada de sus declaraciones, recién investido presidente, cuando aseguró que no tenía nada de qué hablar con un presidente en funciones, También, para poner un sello personal de político dialogante frente a la arrogancia de su predecesor.
La 46 demandas de Puigdemont se articularon en cuatro bloques: 1) relación Catalunya/España, en el que se reclamó la celebración del referéndum; 2) derechos sociales, donde se planteó su rechazo a los recursos ante el Tribunal Constitucional del decreto de pobreza energética y emergencia habitacional, pero también las cuestiones relativas a la financiación autonómica; 3) los incumplimientos del Estado, donde se incluyó un paquete que fue desde el modelo lingüístico a las infraestructuras pendientes o la impugnada conselleria exterior de la Generalitat; y 4) evitar la judicialización de la justicia derivadas de la imputaciones a cargos electos catalanes por la consulta del 9N o la declaración de desconexión del Parlament de Catalunya.
Rajoy manifestó su rechazo a contemplar cualquier acuerdo sobre el primer y último bloque, lo cual impide pronosticar el más mínimo avance en el asunto substancial que enfrenta a ambos ejecutivos. Sin embargo, no descartó abrir una mesa de negociación con los vicepresidentes de los respectivos ejecutivos. Aunque con el panorama de disolución de las cámaras esto no conduce a ninguna parte y el evoca el famoso aforismo parlamentario según el cual cuando se quiere ralentizar un asunto se constituye una comisión. Por otro lado, resulta contradictorio, por la parte catalana, asegurar que se continuará con la hoja de ruta que debe conducir al país a un Estado independiente y al mismo tiempo reclamar al Estado central recursos financieros y transferencias de competencias en clave de gobierno autonómico.
Así, pues, no es extraño que ante el escaso contenido político de la reunión los periodistas enfatizaran el carácter simbólico del encuentro, que algunos, quizás algo exageradamente, calificaron de “deshielo”. Otros, como signos de distensión, enfatizaron el hecho de que Rajoy, a diferencia de la última reunión con Mas, saliese a despedir a Puigdemont y que en la puerta de La Moncloa figurase, la senyera catalana junto a las banderas española y europea. Harina de otro costal es el regalo de la edición facsímil de la segunda parte de El Quijote. Como observa maliciosamente Enric Juliana en La Vanguardia, en esta parte es cuando el ingenioso hidalgo manchego visita Barcelona donde recupera la razón, lo cual podría interpretarse como alusión críptica a la opinión de Rajoy sobre el proceso soberanista.
Laberintos presidenciales
Ambos presidentes comparten, aunque por motivos bien distintos, una situación semejante de aislamiento e incertidumbre política. Rajoy, a pesar de ser la fuerza más votada, no dispone de ningún socio para armar una mayoría estable en el Congreso. Puigdemont sólo puede contar con el problemático apoyo de la CUP para hacer avanzar la legislatura y ni siquiera cuenta con la seguridad de poder aprobar los presupuestos.
Quizás ambos evocaron con nostalgia, aquellos buenos y viejos tiempos en que sus respectivos partidos se apoyaban mutuamente cuando carecían de la mayoría suficiente para mantenerse en el poder. Quizás los dos recordaron el papel decisivo de CiU cuando ni PP ni PSOE alcanzaban la mayoría absoluta y los catalanistas conservadores obtenían sustanciosos réditos del apoyo a los partidos del turno dinástico. Acaso también comentaron los peligros que el crecimiento de Podemos y En Comú Podem supone para la derecha española y catalana que, a pesar de estar enzarzadas en el pleito nacionalitario, se pusieron de acuerdo en la reforma laboral o la amnistía fiscal y que están asediadas por escándalos de corrupción y un permanente declive electoral.
Da la impresión de que ambos están atrapados en sus respectivos laberintos y buscan una salida imposible derivada de sus posturas irreconciliables respecto al proceso soberanista. Una situación que evoca el famoso cuadro La parábola de los ciegos de Brueghel El Viejo, también conocido como El ciego guiando a otros ciegos, y que podría servir para el conjunto de la clase política española.
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