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Bobby Fischer se movió por los tableros de ajedrez y de la Guerra Fría jugando siempre con la polémica y la brillantez, un genio que fue tanto un peón de su época como de su propia ambición. Esta controvertida figura protagoniza “El caso Fischer”, un competente biopic que sabe con qué piezas contaba Fischer pero las mueve con jugadas carentes de la inspiración que su juego poseía.
En una escena de la película en la que dos personajes discuten sobre las primeras muestras del extraño comportamiento que caracterizaría a Bobby Fischer, su entrenador dice que en ajedrez, “tras cuatro movimientos, hay más de 300.000 millones de opciones que considerar. Hay más partidas de 40 movimientos que estrellas en la galaxia, así que el juego puede acabar llevándote al límite.” Bobby Fischer vivió bordeando múltiples límites: el de la situación política de su era en plena Guerra Fría, el de su ambición personal, el relacionado con su familia e infancia, el del ajedrez, el de su genialidad y el límite de su propia mente. Dentro del universo de Fischer, existían múltiples estrellas que ardían y a las que, como Ícaro, Fischer se arrojó. “El caso Bobby Fischer” bosqueja la mayoría de ellas al mismo tiempo que intenta ser una película de entretenimiento dramatizado, demasiados soles a los que mirar para poder explorar ninguno con cierta profundidad.
Si en realidad las posibilidades combinatorias que ofrece una partida de ajedrez es de 10120, el llamado número Shannon y al que se suele comparar con el número de átomos en el universo que está en el rango de 1079, hoy en día parece que las diferentes formas de rodar un biopic es 1. “El caso Fischer” sigue el acostumbrado arco narrativo de infancia, progresivo ascenso, tribulaciones y retorno hasta alcanzar el éxito, narrado mediante la estructura de un gran flashback desde el instante de crisis máxima antes del momento decisivo donde el protagonista se juega el éxito o el fracaso que centra el tercer acto de la película. Pocas excepciones hay en el cine comercial, aunque en su defensa es innegable afirmar que es una fórmula efectiva. En casos de personajes sobre los que se tiene poco conocimiento, proporciona un retrato general con suficientes elementos y crea cierta impresión de la persona de acuerdo con los tintes de veracidad que la película haya querido dar.
“El caso Fischer” es, siguiendo su planteamiento, un drama perfectamente competente dirigido por un director de envergadura, Edward Zwick, quien ha sabido aunar anteriormente y con gran pulso el cine de estudio y la voluntad de plantear una reflexión en “Diamante de sangre” y “Resistencia”. Además cuenta en el papel central con una de las mejores actuaciones que Tobey Maguire ha entregado en los últimos años y con dos secundarios de peso que resuenan en pantalla, Peter Sarsgaard como su segundo de abordo, el cura Bill Lombardy, y Liev Schreiber interpretando a su némesis, el ruso Boris Spassky. Sin embargo, la película solo bordea sus dos grandes ejes: el uso ideológico que se hizo de Fischer y del ajedrez durante la Guerra Fría, y la paranoia, locura y posiblemente esquizofrenia en las que progresivamente cayó este famoso ajedrecista sin que, por desgracia, nadie interfiriera.
En su estreno en España, la traducción del título resta importancia a la utilización que se hizo de Fischer como elemento propagandístico. En el juego de percepción pública llevado a cabo por ambas superpotencias y con el dominio de jugadores rusos como status quo, el ajedrez era un elemento minoritario pero que inevitablemente llevaba asociado, a ojos de la población, una medición de la superioridad o inferioridad intelectual de los países. Bobby Fischer y su ascenso a la fama representó la perfecta historia estadounidense, el chico humilde de Brooklyn que solito se enfrenta a la tramposa dominación rusa y quien, gracias a su brillantez, termina ganando la batalla final. Historia propagandística tan perfecta no se dejó escapar y, en la película, la figura del abogado-manager que acompaña a Fischer y quien secretamente depende de Washington escenifica parte de la utilización que se hizo del inestable Fischer. Sin embargo, es necesario recuperar el título original que condiciona la lectura de una forma intencional. “Tienes a Henry Kissinger y Richard Nixon llamando a Bobby Fischer; tienes a Brezhnev y a los agentes del KGB siguiendo a Boris Spassky. Ambos era peones de sus naciones” explica el realizador Zwick cuando fue preguntado por el título del filme “Pawn Sacrifice”, el cual se debería haber traducido por “El sacrificio del peón”. Sin algo tan simple como el título dominando con sus grandes letras, el sesgo ideológico de la película se vuelve aún más confuso y su visión de la Guerra Fría se torna más simplistamente pro-estadounidense aunque, en el fondo, más absurda y cómica.
Mientras las superpotencias jugaban la partida internacional con el tablero del mundo, Bobby Fischer vivía alimentando su ambición de ser el campeón mundial más joven de la historia. Se suele mencionar que poseía un coeficiente intelectual más elevado que Albert Einstein. Si Einstein era una persona con sus excentricidades, Fischer vivía en un plano de existencia donde se deshacían las fronteras entre locura y genialidad, donde a medida que la belleza de su juego se expandía sobre el tablero, la paranoia y su egocentrismo proseguían con igual aceleración conquistando su vida real. Como muestra la película, la genialidad de Fischer es proporcional a su infelicidad y esa es la gran tragedia humana de “El caso Fischer”.
Si el histrionismo de Einstein quedó magníficamente representado con la icónica imagen del físico sacando la lengua, el de Fischer es de un cariz completamente diferente y notoriamente público. Defensor de Hitler, negacionista del Holocausto y con un odio acérrimo hacia los judíos, Fischer fue dando rienda suelta con los años a su paranoia y acusó tanto a rusos como judíos de conspirar buscando su destrucción y muerte. Curiosamente, los primeros en espiar y vigilar a Fischer fueron las organizaciones gubernamentales de EE. UU. a causa de las afiliaciones comunistas de su madre, y el propio Fischer estuvo bajo sospecha durante años. Los ataques de Fischer hacia los rusos no estaban principalmente motivados por una convicción ideológica, nacían del ajedrez y de su afán por dominar el juego bajo las reglas de la Guerra Fría. Situándose en un extremo de la psicosis con la que se sobreexpuso a la opinión pública estadounidense, Fischer creía, por ejemplo, que los rusos lo espiaban a través de la pantalla del televisor y que querían envenenar su comida. Con respecto a los judíos, sus acusaciones adquirieron otras proporciones y les responsabilizó de todas las desgracias del mundo, al mismo tiempo que se esforzaba en negar su propia ascendencia judía.
Cuando Bobby Fischer implosionó, dejó una estela a su paso que cambió el ajedrez para siempre. Su notoriedad y la del título que disputó con Spassky en 1972 hicieron del ajedrez un deporte extremadamente popular que convirtió a Fischer en el primer mito de los tableros dentro del imaginario popular, la primera estrella de rock del ajedrez. La historia con la que se vistió a Fischer hubiera tenido un final más narrativamente perfecto si, al desparecer de la vida pública con su corona y aún envuelto en un aura de excéntrico misterio, nunca hubiera vuelto. Pero lo hizo, y varias veces, en ocasiones con aspecto de vagabundo, otras con controvertidas declaraciones como cuando se alegró de los atentados a las Torres Gemelas, y también para crear una serie de polémicas con sus actos como fue jugarle la revancha a Spassky en 1992 a cambio de millones de dólares tras escupir frente a las cámaras la prohibición oficial de hacerlo. Esta decisión le llevó a tener una orden de arresto en su contra expedida por el gobierno estadounidense, el mismo que le había encumbrado a héroe nacional. Así se inició un largo exilio, terminando en Islandia gracias a la concesión de asilo político por parte del gobierno islandés, país en el que tres décadas atrás ganó su título mundial. Allí vivió como un recluso y murió en 2008 al negarse recibir tratamiento por una enfermedad renal.
La historia que muestra “El caso Fischer” termina con su victoria en 1972 y solo unas cortas frases dejan ver el futuro que tuvo uno de los ajedrecistas más importantes de la historia. La película pone las diferentes piezas de su vida sobre el tablero y realiza los principales movimientos que hubo en su vida pública, pero nunca entra en su mente. Su ajedrez se caracterizó por su energía, por su innovación y por salirse de las normas de su tiempo, una forma de jugar que inspiró a muchos ajedrecistas tanto contemporáneos como posteriores. La fórmula que emplea la película no permite explorar la complejidad de un hombre como Fischer. Es como si no hubiera aprendido del ajedrez de su protagonista que, en ocasiones, para alcanzar algo más de lo corriente, se ha de tener osadía en la búsqueda y una falta de miedo a la controversia. Puede ser una receta para arder en la locura, pero también para brillar en la genialidad.
Ficha técnica:
Dirección: Edward Zwick.
Intérpretes: Tobey Maguire, Liev Schreiber y Peter Sarsgaard.
Año: 2014.
Duración: 115 min.
Idioma original: Inglés.