El 8 de marzo como chivo expiatorio

8 de marzo como chivo expiatorio

A día de hoy, cuando ya llevamos dos semanas de encierro y se ha generalizado la conciencia general sobre la peligrosidad del virus, resulta muy fácil responsabilizarnos a las feministas como propagadoras de la enfermedad por las manifestaciones del 8 de marzo.

¿Quién acusa y por qué? Sabemos quiénes son, no hace falta nombrarlos, conocemos su obsesión con el feminismo. Pero vayamos más despacio. Después de dos semanas de confinamiento todas tenemos conciencia de la peligrosidad de la situación y además hemos interiorizado la supresión de gestos cotidianos, como tomarnos una caña o dar un paseo. Y tenemos miedo, y ese miedo nos lleva a repasar una y otra vez toda imprudencia que pudiéramos haber cometido, como minimizar un catarro, visitar a una persona perteneciente a un grupo de riesgo o acudir a un evento de masas los días anteriores al establecimiento del estado de alarma: un partido de fútbol, un concierto de jazz, una media maratón, una manifestación…

Y hay quien se aprovecha de ese miedo para vincularlo directamente a la asistencia a las manifestaciones de la tarde del 8 de marzo, especialmente a la manifestación de Madrid. Y acusarnos por ello.

Hagamos un poco de memoria. Los datos sobre los contagios empezaron a subir a principios de la semana del 9 de marzo. El 6 había habido 128 casos nuevos; el 7, 65; el 8, 129, el 9, 410. A partir de ahí la progresión se dispara. En total el 9 había 1457 contagiados frente a unos mil del día anterior que, obviamente se habían contagiado antes de la última semana pues el virus tarda entre cinco y 15 días en manifestarse. Hay un repunte en los afectados entre el 18 y el 22 que pudiera deberse a contagiados de aquel fin de semana, no sólo en las manifestaciones del 8M sino en el Congreso de Vox, en los partidos de fútbol y en todos los demás eventos.

La semana entre el 2 y el 8 nuestra vida cotidiana era totalmente normal. ¿Las medidas de confinamiento podrían haberse adelantado una semana viendo lo que estaba pasando en Italia y haber decretado el estado de alarma el 6, el 7 o el 8 en vez del 13? Tal vez. Pero en otros países se tardó todavía más en tomar medidas de emergencia. El nuestro no ha sido de los más lentos, sino de los más rápidos.

Me imagino la dificultad de decretar un estado de alarma con datos que no exigían medidas tan drásticas. Los primeros en protestar habrían sido los mismos que ahora quieren enjuiciar a los responsables de no haberlas tomado. También cabe deducir que el Gobierno vaciló y se retrasó un par de días. ¿Por qué?, ¿para no desairar a las feministas que teníamos programados los actos del 8 de marzo y por deseo de protagonizarlos o más bien por miedo a lo que podía representar paralizar un país?

El cierre de los colegios se anunció el lunes, día 9, para llevarse a cabo el miércoles. El miércoles fue el primer día que niños y niñas no tenían clase. Pero no se quedaron en casa; los parques infantiles y las calles estaban llenos de críos en bicicleta y en patinete, de críos riendo y jugando acompañados de sus abuelos y abuelas. En aquel momento no a todo el mundo le pareció que fuera una buena medida, dado que los ancianos son grupos de riesgo.

El estado de alarma se decretó ese mismo viernes, día 13, con efectos desde el 14. Necesitamos una semana para aceptar el confinamiento y crear una conciencia ciudadana que lo hiciera viable. Afortunadamente ese cambio se dio. Tal vez el estado de alarma se decretara tarde pero se impuso con extraordinaria rapidez y no necesitó una coerción excesiva.

Aceptar un confinamiento como el que estamos viviendo gracias a la conciencia del peligro de la situación exige una adaptación psicológica que no es inmediata. Esa conciencia se adquiere como efecto de eso que los expertos denominan “resiliencia”, aceptación de circunstancias adversas para resistir a ellas. Desde esa conciencia, que hoy sí tenemos pero que entonces no teníamos, no cabe proyectar al pasado la percepción actual. El 5, el 6, el 7 no éramos conscientes todavía de lo que se venía encima. Y si alguien dice que lo sabía, seguro que miente.

¿En este contexto podemos aceptar las feministas que se nos catalogue como personas irresponsables por haber mantenido las manifestaciones?, ¿se podían prohibir unas manifestaciones sin estado de alarma?, ¿no habría que haber prohibido también los partidos de fútbol y eventos y congresos que tuvieron lugar aquel fin de semana?

Las manifestaciones del 8M habían sido convocadas por las Comisiones 8M, ni por el Gobierno, ni por el PSOE, ni por Podemos. A ellas asistieron mujeres de todas las opciones políticas, justamente porque el movimiento va más allá de la política institucional por más que a veces se lo quiera reducir a ésta. El Gobierno podía haberlas prohibido, pero en el marco de una prohibición general de actos públicos, no específicamente de estas manifestaciones. Y habría tenido que afectar a otros actos, entre ellos el Congreso de Vox.

La manifestación en Madrid fue nutrida, pero no multitudinaria. En 2019 las cifras oficiales contaron una asistencia de en torno a 350.000 personas. Este año se calcularon unas 120.000. El resto de eventos, hasta donde sabemos, no acusaron un descenso semejante. Okdiario lo presentó como una muestra de desmovilización. En mi opinión, este descenso en la participación no puede atribuirse a una falta de interés por acudir a la manifestación ni a que el movimiento feminista atraviese un momento de debilidad. Seguimos teniendo motivos para manifestarnos pues continúa la violencia contra las mujeres, aumentan las amenazas de la extrema derecha y su encono contra lo que llama “la ideología de género”, y nos topamos con las políticas regresivas municipales ejemplificadas en la amenaza de cierre de los espacios de igualdad en Madrid.

¿A qué se debe entonces el descenso en la participación? Sin duda al coronavirus, al miedo al coronavirus. Un miedo que no parecía mostrar gran parte de la ciudadanía. Aunque en nuestro caso a lo mejor no era miedo, era responsabilidad.

Durante toda la semana, siguiendo las recomendaciones del Ministerio de Sanidad, se insistió en que todas aquellas personas que tuvieran síntomas o fueran grupos de riesgo no asistieran. Quien esto escribe no asistió a la manifestación, por primera vez en muchos años. En los grupos de barrio constatamos que muchas personas que participaron en ellos y en los actos organizados a nivel de distrito, no fueron a la manifestación. No querían contagiar ni ser contagiadas.

Muchas de las participantes en estos grupos son cuidadoras. Tienen muy clara esta realidad. No necesitan un Gobierno que las impida salir de casa, porque no pueden permitirse enfermar con hijos a cargo, con dependientes, con ancianos. Muchas mujeres sabemos que no podemos permitirnos el lujo de ponernos malas y aguantamos mal que bien con cuatro pastillas.

El movimiento feminista tiene muy incorporadas las prácticas de cuidado, no es un movimiento alocado ni suicida. Es un movimiento autónomo, extraordinariamente horizontal, que toma las decisiones de forma consensuada y que cuida de las participantes. Nada más lejos de un virus andante.

Responsabilizar al movimiento feminista de la extensión de la pandemia es una muestra de odio irracional contra nosotras que las feministas no estamos dispuestas a tolerar.

 

Texto publicado originalmente en El Salto.

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