Introducción
En la reunión del Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), el 23 de mayo de 2022, el ex secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, hizo algunos comentarios sobre Ucrania que tocaron fibras sensibles. Planteó que Occidente, liderado por Estados Unidos, debe posibilitar un acuerdo de paz que satisfaga a los rusos en vez de dejarse llevar por “el estado de ánimo del momento”. “Continuar la guerra más allá de [este] punto”, dijo Kissinger, “no se trataría de la libertad de Ucrania, sino de una nueva guerra contra la propia Rusia”. La mayoría de los comentarios occidentales sobre política exterior pusieron los ojos en blanco y desestimaron sus observaciones. Sin embargo, hay que reconocer que Kissinger, que no es un pacifista, resaltó el gran peligro de una escalada no solo al establecimiento de una nueva cortina de hierro alrededor de Asia, sino tal vez a comenzar una guerra abierta y letal entre el Occidente y Rusia, así como China. Este resultado impensable era demasiado incluso para Henry Kissinger, cuyo jefe, el expresidente Richard Nixon, hablaba frecuentemente de la teoría del loco de las relaciones internacionales: Nixon le dijo a su jefe de gabinete, Bob Haldeman, que tenía “su mano en el botón nuclear” para aterrorizar a Ho Chi Mihn y que capitulase.
Durante los preparativos de la invasión ilegal a Irak por parte de EE. UU. en 2003, conversé con un alto cargo del Departamento de Estado que me dijo que la teoría predominante en Washington se reducía a un eslogan simple: “dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo”. Me explicó que la opinión general es que las élites del país están dispuestas a tolerar el dolor a corto plazo de otros países, y tal vez de la clase trabajadora estadounidense, que podría experimentar dificultades económicas debido a los trastornos y la carnicería creados por la guerra. Sin embargo, si todo sale bien, este precio va a resultar en una ganancia a largo plazo, ya que Estados Unidos logrará mantener lo que ha tratado de mantener desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que es la primacía. Si todo sale bien es la premisa que me dio escalofríos mientras él hablaba, pero lo que me sacudió igualmente fue la insensibilidad sobre quienes tienen que enfrentar el dolor y quienes disfrutarían las ganancias. Se decía muy cínicamente en Washington que valía la pena que los iraquíes y los soldados estadounidenses de clase trabajadora sufrieran impactos negativos (y murieran) mientras las grandes empresas petroleras y financieras pudieran saborear los frutos de un Irak conquistado. Esta actitud: “dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo” es la alucinación que define a las élites en Estados Unidos, que no están dispuestas a tolerar el proyecto de construir dignidad humana y la longevidad de la naturaleza.
“Dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo” define la peligrosa escalada de Estados Unidos y sus aliados occidentales contra Rusia y China. Lo que llama la atención de la posición de EE. UU. es que trata de impedir un proceso histórico que parece inevitable, que es el proceso de la integración de Eurasia. Después del colapso del mercado inmobiliario estadounidense y la gran crisis crediticia en el sector bancario occidental, el gobierno chino, junto con otros países del Sur Global, dieron un giro hacia la construcción de plataformas que no dependieran de los mercados de América del Norte y Europa. Estas plataformas incluyen la creación del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en 2009 y el anuncio de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI o Nueva Ruta de la Seda) en 2013. El suministro de energía de Rusia y la enorme cantidad de metales y minerales que posee, así como la capacidad industrial y tecnológica de China, atrajeron a muchos países, a pesar de su orientación política, a una asociación con la BRI sustentada por la exportación de energía rusa. Estos países incluyen Polonia, Italia, Bulgaria y Portugal, mientras Alemania es actualmente el mayor socio comercial de China en materia de bienes.
El hecho histórico de la integración de Eurasia amenaza la primacía de Estados Unidos y de las élites atlánticas. Esta amenaza es la que impulsa el peligroso intento de Estados Unidos de utilizar cualquier medio para “debilitar” tanto a Rusia como a China. Los viejos hábitos siguen dominando en Washington, que hace mucho que busca la primacía nuclear para negar la teoría del détente [distensión]. EE. UU. ha desarrollado una capacidad nuclear y una postura que le permitirían destruir el planeta para mantener su hegemonía. Las estrategias para debilitar a Rusia y a China incluyen el intento de aislar a estos países mediante la escalada de una guerra híbrida impuesta por Estados Unidos (como las sanciones y la guerra de información) y un deseo de desmembrar a estos países y luego dominarlos a perpetuidad.
Los tres artículos de este volumen analizan con detenimiento y racionalmente las tendencias a largo plazo que se han manifestado ahora en Ucrania.
John Bellamy Foster, editor de Monthly Review, identifica la teoría de “dominación por escalada” del establishment estadounidense, que ha estado dispuesto a arriesgar un invierno nuclear —lo que significa la aniquilación— para mantener la primacía. A pesar de las cifras reales de armas nucleares que tienen Rusia y Estados Unidos, este último ha desarrollado toda una arquitectura de contraataque que cree que puede destruir las armas nucleares rusas y chinas y luego pulverizar estos países hasta la sumisión. Esta fantasía emerge no solo en los abultados documentos de los responsables políticos estadounidenses, sino que también aparece ocasionalmente en la prensa, donde se argumenta la importancia de un ataque nuclear contra Rusia.
Deborah Veneziale, periodista afincada en Italia, penetra en el mundo social del militarismo en Estados Unidos, observando cómo las diversas facciones de su élite política se han unido para apoyar esta estrategia de confrontación contra Rusia y China. El mundo íntimo de los think tanks y las empresas de producción de armas, de los políticos y sus escribas, ha negado las protecciones constitucionales de los controles y equilibrios. Hay prisa por iniciar un conflicto, para que las élites estadounidenses puedan proteger su extraordinario control sobre la riqueza social mundial (el patrimonio neto combinado de los 400 ciudadanos estadounidenses más ricos es ahora cercano a los 3,5 billones de dólares, mientras que las élites mundiales, muchas de ellas de Estados Unidos, han acumulado cerca de 40 billones de dólares en paraísos fiscales ilícitos).
John Ross, integrante del colectivo No Cold War, plantea que Estados Unidos ha intensificado cualitativamente su arremetida militar sobre el planeta a través del conflicto en Ucrania. Esta guerra es peligrosa porque muestra que EE. UU. está dispuesto a enfrentarse directamente a Rusia, una gran potencia, y que está dispuesto a escalar su conflicto con China, “ucranizando” a Taiwán. Lo que puede frenar a Estados Unidos, según Ross, es la resiliencia de China y su compromiso con la defensa de su soberanía y su proyecto, así como la creciente molestia en el Sur Global contra la imposición por parte de Estados Unidos de sus objetivos de política exterior. La mayoría de los países del mundo no ven la guerra de Ucrania como un conflicto que los involucra, porque están preocupados con la necesidad de abordar dilemas más amplios de la humanidad. Es decidor que la cabeza de la Unión Africana, Moussa Faki Mahamat, dijera el 25 de mayo de 2022 que África se ha convertido en “víctima colateral de un conflicto lejano entre Rusia y Ucrania”. El conflicto es distante no solo en términos espaciales, sino también en términos de los objetivos políticos de los países en África, así como en Asia y América Latina.
Este estudio ha sido producido conjuntamente por Monthly Review, No Cold War y el Instituto Tricontinental de Investigación Social. Les invitamos a leerlo, compartirlo con sus amistades y discutirlo siempre que tengan la oportunidad. La preciada vida humana y la longevidad del planeta están en juego. Es imposible ignorar estos hechos. A la mayoría de las personas del mundo le gustaría lidiar con nuestros verdaderos problemas. No queremos ser arrastrados a un conflicto impulsado por el deseo parroquial de la élite occidental de mantener su poder preponderante. Nosotras y nosotros defendemos la vida.n