1922
Viernes, 23 Je junio
Jacob está siendo pasado a máquina por la señorita Green, y cruzará el Atlántico el día 14 de julio. Entonces comenzará mi temporada de dudas y de altibajos. Me voy a proteger de la siguiente manera. Procuraré tener adelantado un relato para Eliot, vidas para Squire, y Reading; de manera que pueda darle la vuelta a la almohada, según sea mi suerte. Si dicen que se trata de un inteligente experimento, me dedicaré a producir, en calidad de producto acabado, «La señora Dalloway en Bond Street». Si dicen, su narrativa es inverosímil, yo diré, y qué me dicen de la fantasía de la señorita Ormerod. Si dicen; «Ni uno de sus personajes consigue importarnos un pimiento», les diré que lean mis críticas. Pero ¿qué dirán del Jacob? Una locura, supongo; una rapsodia inconexa; no lo sé. Para formarme una opinión sobre este libro confiaré en volverlo a leer. Sobre volver a leer novelas es el título de un artículo muy trabajado, pero notablemente inteligente, destinado al Supt.
Miércoles, 26 de julio
El domingo L. leyó La habitación de Jacob. Estima que es mi mejor obra. Pero la primera observación que hizo fue que está pasmosamente bien escrito. Discutimos al respecto. Dice que es una obra genial; considera que no se parece a ninguna novela; afirma que los personajes son fantasmas; dice que es un libro muy extraño; asegura que carezco de filosofía de la vida; mis personajes son títeres que el destino mueve hacia aquí y hacia allá. No está de acuerdo con que el destino actúe de esta manera. Dice que debo usar mi «método» en uno o dos personajes, la próxima vez; y le pareció un libro muy interesante y hermoso, sin una sola laguna (salvo la fiesta, quizás), y muy comprensible. He quedado con la mente tan afectada que no puedo escribir estas líneas con el rigor formal que merecen; estoy ansiosa y excitada. Pero, en términos generales, me siento complacida. Ninguno de los dos sabe lo que pensará el público. En mi fuero interno, no tengo la menor duda de que he descubierto la manera de comenzar a decir algo (a los cuarenta) con mi propia voz; y esto me interesa de tal manera que creo que puedo seguir adelante sin necesidad de elogios.
Debiera estar leyendo el Ulysses y formulando mis argumentaciones en pro y en contra. Por el momento he leído doscientas páginas, que ni siquiera representan la tercera parte; los dos o tres primeros capítulos, hasta el final de la escena del cementerio, me han divertido, me han estimulado, me han hecho experimentar la sensación de encanto, y me han interesado; luego, he quedado desconcertada, aburrida y desilusionada, por el espectáculo de un asqueroso estudiantillo rascándose el acné. ¡Y pensar que Tom, el gran Tom, considera que esta obra está a la altura de Guerra y Paz! Me parece el libro propio de un analfabeto, un libro carente de desarrollo; la obra de un obrero autodidacta, y todos sabemos cuan lamentables son esas obras, cuan egotistas, cuan insistentes, cuan primarias, crudas y, en última instancia, nauseabundas. Cuando se puede comer carne guisada, ¿a santo de qué comerla cruda? Pero supongo que, cuando uno está anémico, cual es el caso de Tom, la sangre es pura gloria. Como sea que soy bastante normal, pronto estaré preparada para volver a los clásicos. Quizá modifique este parecer más adelante. No quiero apostar aquí mi sagacidad crítica. Clavo un palo en el suelo para marcar la página doscientas. (…)
Martes, 22 de agosto
La manera para volver a ponerse a escribir es la siguiente. Primero, leves ejercicios al aire libre. Segundo, lectura de buena literatura. Es un error creer que la literatura puede producirse partiendo de materiales no elaborados. Hay que quitar la vida de en medio —ésta es la razón por la que tanto me desagradan las interrupciones de Sydney—, una debe adquirir calidad exterior; muy, muy concentrada, toda ella centrada en un punto, sin verse obligada a basarse en las desperdigadas porciones de un personaje, que vive en el cerebro. Sydney viene, y yo soy Virginia; cuando escribo soy tan sólo una sensibilidad. A veces me gusta ser Virginia, aunque sólo cuando estoy dispersa, diversa y gregaria. Ahora, en tanto nos encontremos aquí, me gusta ser sólo una sensibilidad. A propósito, da gusto leer a Thackeray, muy vivo, con «toques», como los llaman los Shanks, pasmosamente certeros.
Lunes, 28 de agosto
Estoy volviendo de nuevo al griego, y verdaderamente debo trazar un plan: hoy día 28: La señora Dalloway terminada el 2 de septiembre; entre el domingo día 3 y el viernes día 8, comenzar Chaucer, con lo que quiero decir que ese capítulo debe estar terminado el día 22 de septiembre. ¿Y luego? (Escribiré el capítulo siguiente de La señora Dalloway, si es que ha de tener otro capítulo, y será este capítulo «El primer ministro»?, lo cual durará hasta una semana después de haber regresado, o sea, el 12 de octubre, digamos. Entonces debo estar preparada para comenzar mi capítulo griego. De manera que puedo contar con un período que va desde hoy, día 28, hasta el día 12, lo cual representa un poco más de seis semanas, pero debo prever ciertas interrupciones. Y ahora, ¿qué debo leer? Un poco de Homero; una obra de teatro griego; un poco de Platón; como libros de texto, Zimmern; Sheppard; la vida de Bentley; y si hago todo lo anterior concienzudamente, ya será suficiente. Pero, ¿qué obra de teatro griego? ¿Y qué cantidad de Homero y Platón?. Bueno, siempre tengo la antología. Y a fin de cuentas terminoen la Odisea, por culpa de los elizabetianos. Debo leer un poco de Ibsen para compararlo con Eurípides, a Racine con Sófocles, quizás a Marlowe con Esquilo. Todo suena muy culto, pero realmente puede divertirme; y si no me divierte, nada me obliga a continuar.
1923
Lunes, 15 de octubre
Ahora estoy en plena escena de la locura de Regem’s Park. Me he dado cuenta de que escribo ciñéndome todo lo posible a los hechos, y que escribo quizá cincuenta palabras en una semana. Algún día tendré que volverlo a escribir. Creo que la estructura es muy superior a la de mis otros libros. Temo que no seré capaz de llevarla a efecto hasta el final. Reboso ideas al respecto. Tengo la impresión de que puedo incorporar todo lo que he pensado en mi vida. Cierto es que estoy menos coaccionada que en cualquier caso anterior. El punto dudoso, a mi parecer, es el personaje señora Dalloway. Quizá sea demasiado rígido, demasiado chispeante, demasiado cincelado. Pero también es cierto que puedo incorporar innumerables personajes que le den apoyo. Hoy he escrito la página cien. Desde luego, sólo he estado tanteando el camino, por lo menos a partir del último agosto. Estuve un año tanteando, para descubrir lo que denomino mi procedimiento de perforar túneles, mediante el cual cuento el pasado a plazos, siempre que lo necesito. Por el momento, éste es mi principal descubrimiento; y el hecho consistente en que me haya costado tanto tiempo irlo descubriendo demuestra, a mi parecer, cuán falsa es la doctrina de Percy Lubbock, o sea que se pueden hacer conscientemente esas cosas. Una va a tientas, sintiéndose muy desdichada —incluso llegó el momento, cierta noche, en que decidí abandonar el libro—, hasta el momento en que una toca un resorte oculto. Pero, oh Dios mío, no he releído mi gran descubrimiento, por lo que bien puede ser que carezca de importancia. Da igual. Reconozco que he depositado esperanzas en este libro. Seguiré escribiéndolo hasta el momento en que, honradamente, no pueda escribir ni una línea más. El periodismo, todo, debe quedar subordinado a este libro.
1924
Domingo, 7 de septiembre
Es una vergüenza que no escriba nada, o que, si escribo, escriba con desaliño, utilizando solamente participios presentes. Me parecen muy útiles, en esta última etapa de la Sra. D. Ahora, por fin, he llegado a la fiesta, que comienza en la cocina y asciende lentamente por la escalinata. Debe ser un episodio sumamente complicado, ingenioso, sólido, en el que todo quede unido, y que termine en tres notas, en diferentes puntos de la escalinata, que diga cada una algo para definir a Clarissa. ¿Quién dirá esas cosas? Peter, Richard y Sally Seton, quizá; pero todavía no quiero comprometerme a ello. Ahora pienso que éste puede ser el mejor final, entre todos los míos, y que quizá salga a la perfección. Pero todavía he de leer los primeros capítulos, y confieso que temo un poco su excentricidad; y su pretensión al ingenio. Sin embargo, tengo la seguridad de que ahora debo centrarme arduamente en el trabajo, aunque sólo sea con el fin de que mis metáforas surjan libremente, como surgen aquí. ¿Cabe la posibilidad de mantener la calidad de apunte, en una obra acabada y redondeada? Esto es lo que intento. De todas maneras, ya nadie puede ayudarme y nadie puede ponerme trabas. Espero un diluvio de alabanzas en el Times, y que Richmond me diga que da vía libre a mi novela con entusiasmo, lo cual siempre me conmueve, aunque me gustaría que leyera mis novelas, y siempre supongo que no lo hace. (…)
Sábado, 13 de diciembre
Estoy revisando al galope La señora Dalloway, volviéndola a escribir a máquina desde el principio, lo cual es, más o menos, lo que hice con Fin de viaje; me parece un buen método, ya que de esta manera se pasa un pincel húmedo sobre la totalidad, con lo cual se unen partes que fueron compuestas por separado, y se secaron. Verdaderamente, con toda honestidad, creo que es la más satisfactoria de mis novelas (aunque todavía no la he leído en frío). Los críticos dirán que la obra carece de unidad debido a que las escenas de locura no guardan relación con las escenas de la señora Dalloway. Y me parece que también hay partes de escritura superficial y de relumbrón. Pero ¿es «irreal»? ¿Se trata de una obra meramente «meritoria» ? Creo que no. Y, como me parece haber dicho antes, creo que me he hundido en las más profundas capas de mi mente. Ahora puedo escribir y escribir y escribir; es la sensación más feliz del mundo.
1927
Lunes, 21 de marzo
Mi cerebro está en feroz actividad. Quiero entregarme a mis libros como si tuviera conciencia del paso del tiempo; de la vejez y de la muerte. ¡Ah qué beüas son algunas panes de Al faro! Suaves y flexibles, a mi juicio profundas, y hay páginas enteras en las que no se encuentra una palabra errónea. Esto es lo que opino en lo referente a la cena y a los niños en la barca; aunque no con respecto a Lily en el jardín. Esto último no me gusta mucho. Pero el final me gusta.
Jueves, 5 de mayo
Libro en la calle. Hemos vendido (creo) 1.690 antes de la publicación, o sea, el doble que Dalloway. Sin embargo, escribo sumida en las sombras de la lluviosa nube de la critica del Timts hit. Sup., que es copia exacta de las críticas de El C. de J, y La señora Dalloway, crítica caballerosa, amable, tímida, alabando la belleza, poniendo en duda la caracterización de los personajes, y dejándome moderadamente deprimida. «El paso del tiempo» me tiene angustiada. Temo las calificaciones de blando, superficial, insípido y sentimental. Pero, honradamente, me importa poco; quiero estar sola y meditar.
1928
Sábado, 11 de febrero
Tengo tanto frío que apenas puedo sostener la pluma. Lo huero que es todo, con estas palabras terminé la última anotación; realmente he tenido esta sensación con notable persistencia, o quizás hubiera debido escribir más aquí. Hardy y Meredith conjuntamente han conseguido mandarme a la cama con una sensación de torpeza, y con dolor de cabeza. Ahora conozco muy bien esta sensación que experimento cuando no puedo hilar una frase, y permanezco sentada, murmurando y rebullendo; y nada surge en mi cerebro, que es como una ventana cerrada. Entonces cierro la puerta de mi estudio y me acuesto, tapándome los oídos con goma; y estoy en cama un día o dos. ¡Y cuántas leguas recorro, en este tiempo! Cuántas son las «sensaciones» que recorren mi espina dorsal y atacan directamente mi cabeza, a poco que les dé ocasión; qué exagerado cansancio; qué angustias y desesperaciones; y luego un celestial alivio y el reposo; y después de nuevo la desdicha. Me parece que no ha habido nadie que haya sido tan zarandeado por su propio cuerpo como lo soy yo. Pero esto ya ha terminado, y esta archivado…
Por ignoradas razones, sigo trabajando un tanto rutinariamente en el último capítulo de Orlando, que iba a ser el mejor. Siempre, siempre, el último capítulo se me escapade las manos. Me aburro. Procuro estimularme. Todavía tengo esperanzas de que vuelva a soplar un viento fresco, por lo que no me preocupo gran cosa, aunque hecho en falta la sensación de diversión, que tan tremendamente era en el mes de octubre, noviembre y diciembre. Comienzo a sospechar que el libro sea vacío; y que es quimérico escribir tan intensamente.
Miércoles, 20 de junio
Estoy tan harta de Orlando que no puedo escribir. He corregido las pruebas en una semana; y no puedo escribir una sola frase más Detesto mi propia fecundidad. ¿Por qué hay que estar siempre soltando palabras a chorro? También he perdido mi capacidad de leer. Corregir pruebas durante cinco, seis y siete horas diarias, escribir meticulosamente esto o aquello, ha dañado gravemente mi capacidad de lectura. Después de la cena, he cogido a Proust, y lo he dejado. Es el peor momento. Me dan ganas de suicidarme. Parece que no se puede hacer nada. Todo parece insípido y sin valor. Ahora esperaré y contemplaré mi resurrección. Me parece que leeré algo, la vida de Goethe, por ejemplo.
1930
Miércoles, 9 de abril
Ahora pienso (con respecto a Las olas) que, con muy pocas pinceladas, sé dar las características esenciales del carácter de una persona. Debe hacerse con audacia, casi como en una caricatura. Ayer comencé lo que quizá sea la última etapa. Igual que las restantes partes del libro, escribo esta última a sacudidas. No consigo hacer lo que quiero hacer; pero me siento atraída hacia el libro, y vuelvo a la carga. Tengo esperanzas de que esto comporte solidez; y que se refleje en mis frases. El abandono de El faro y Orlando queda frenado aquí en gran parte por las dificultades que la forma ofrece, como ocurrió en La habitación de Jacob. Creo que, por el momento, éste es el libro en que he llegado más lejos, aun cuando, naturalmente, quizá tenga fallos en algunos puntos. Creo que me he mantenido estoicamente fiel a la concepción original. Temo que la labor de volver a escribir el libro tenga que ser tan severa que quizás embarre todo lo hecho hasta ahora. Puede ser muy imperfecto. Pero creo que es posible que haya colocado mis estatuas destacando contra el cielo.
Domingo, 13 de abril
Leo a Shakespeare inmediatamente después de escribir. Cuando mi mente está abierta de par en par y al rojo vivo. Es pasmoso. Hasta ahora había ignorado cuan pasmosa es la envergadura de Shakespeare, su velocidad y su capacidad de forjar palabras, de modo que me doy cuenta de que quedo totalmente desplazada y rezagada, después de haber comenzado los dos una carrera, en el mismo punto, cuando veo que gana terreno y hace cosas que yo no podría siquiera imaginar en mi más loco tumulto y presión mentales. Incluso las obras menos conocidas están escritas a una velocidad superior a la del más veloz; y las palabras caen tan deprisa que una apenas tiene tiempo de cogerlas. Fijémonos en lo siguiente. «Upon a gather’d lily almost wither’d.» (No he seleccionado la frase. La he citado al azar.) Evidentemente, la flexibilidad de su mente era tan absoluta que podía expresar todo género de pensamientos; y, con tranquilidad, dejar caer un diluvio de esas olvidadas flores. ¿A santo de qué va a intentar escribir otra persona? Esto no es «escribir», en absoluto. Creo que cabe decir que Shakespeare supera totalmente la literatura, a poco que se piense.
Miércoles, 20 de agosto
Creo que las olas se está resolviendo en una serie de soliloquios dramáticos (estoy en la página 100). Lo importante es que estos soliloquios discurran homogéneamente, entrando y saliendo, al ritmo de las olas. ¿Pueden leerse consecutivamente? No lo sé, en absoluto. Creo que es la mejor oportunidad que he podido darme a mí misma; en consecuencia, supongo que es el más completo fracaso. Sin embargo, siento respeto hacía mín misma por haber escrito este libro, sí, a pesar de que muestra mis congénitas deficiencias.
1931
Lunes, 2 de febrero
Me parece que estoy apunto de terminar Las olas. Creo que quizá la termine el sábado.
Es sólo una nota del autor: jamás me he estrujado tanto el seso para escribir un libro. La prueba está en que soy casi incapaz de leer o escribir otra cosa. Sólo puedo descansar a mis anchas al término de la mañana. Oh, Dios, qué alivio cuando termine esta semana, y tenga por lo menos la sensación de que he conseguido lo que quería y he terminado este largo trabajo, y la visión ha llegado a su fin. Creo que he conseguido hacer lo que quería hacer; desde luego, he alterado el proyecto considerablemente; pero tengo la sensación de que he perseverado, directa o indirectamente, en decir ciertas cosas que me proponía decir. Supongo que cabe la posibilidad que haya, empleado tanto el método indirecto que el libro sea un fracaso desde el punto de vista del lector. Pero da igual, de todos modoses un valeroso intento. Algo por lo que he luchado, creo. Y, luego, la delicia de la liberación, la delicia de poder holgar, y de no estar preocupada por lo que pueda suceder; y luego podré leer de nuevo con toda atención, lo cual es algo que me atrevo a decir no he hecho en los últimos cuatro meses. He tardado dieciocho meses en escribirlo, y me parece que no podremos publicarlo hasta octubre.
Sábado, 7 de febrero
Ahora, durante los pocos minutos que me quedan, debo hacer constar que he terminado Las olas. He escrito las palabras Oh muerte hace quince minutos, habiéndome deslizado sobre las diez últimas páginas con momentos de tal intensidad e intoxicación que tenía la impresión de avanzar a trompicones siguiendo a mi propia voz, o casi la voz de un orador (igual que cuando estaba loca), lo que casi me da miedo, y recordaba las voces que volaban ante mí. De todas maneras, ya está hecho; y he estado sentada, durante estos quince minutos, en estado de beatitud, y de calma, y con algunas lágrimas, pensando en Thoby y en la posibilidad de escribir Julián Thoby Stephen, 1881-1906, en la primera página. Creo que no es posible. ¡Cuan física es la sensación de triunfo y de alivio! Para bien o para mal, está acabada; tal como con toda claridad sentí al final, no sólo terminada, sino acabada, redondeada, completa, con la manifestación efectuada, aun cuando me consta que lo es de manera fragmentaria y apresurada; pero quiero decir que he atrapado en mis redes aquella aleta, en la inmensidad de las aguas, que apareció ante mi vista sobre las tierras pantanosas, cuando me hallaba a la ventana en Rodmell y me disponías dar remate a Al faro.
Lo que más me interesa en la última etapa es la libertad y la audacia con que mi imaginación cogió, utilizó y echó a un lado todas las imágenes y símbolos que había preparado. Tengo la seguridad de que ésta es la correcta manera de utilizarlos, y no a modo de piezas separadas, como intenté al principio, coherentemente, pero sólo como imágenes, sin conseguir jamás que actuaran, sino sólo que fueran sugerencias. Por esto tengo esperanzas de haber mantenido el sonido del mar y de los pájaros, el alba y el jardín, subsconcientemente presentes, cumpliendo su función subterránea.
Martes, 7 de julio
Cuán bueno es buscar alivio a este trabajo de incesante corrección (estoy haciendo los interludios) y escribir unas cuantas palabras descuidadamente. Mejor sería todavía no escribir; pasear por los campos, impulsada por el viento como los cardos, y tan irresponsablemente como ellos. Y hurtarme a este duro nudo en el que mi cerebro ha sido tan prietamente liado; me refiero a Las olas. Esto es lo que siento a las doce y media del manes día 7 de julio —hermoso día, creo—, mientras todo lo que nos rodea, esto es lo que dice la etiqueta que llevo dentro de la cabeza, es hermoso…
(El presente texto pertenece al libro Diario de una escritora)
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