Permíteme que encabece esta reflexión personal con un guiño a Cernuda y otro a Gramsci. Dos alusiones para explicitar la tesis: en la Izquierda española –situación a mi juicio extrapolable a la europea– sufrimos desde hace años una parálisis que nos impide centrar el discurso político/social alrededor de nuestras propuestas.
Hay una distancia sideral entre nuestro deseo de transformar la sociedad para construir una nueva y la realidad de nuestra práctica cotidiana en instituciones o movimientos sociales. De ahí la referencia al poeta sevillano[1]
También empacho a la hora de predicar la necesidad de lograr “hegemonía”[2] (añadiendo como adjetivo “gramsciana”) y a renglón seguido cruzarnos de brazos y esperar a ver si ocurre el milagro y llega por si sola.
Obviando que nuestro comunista italiano de referencia otorgaba una gran importancia a la ideología y la dirección política cultural cuando pensaba en la categoría de “hegemonía” y que sin olvidar el papel central de la Economía, consideraba que no serían solo las contradicciones propias del Capitalismo las que conducirían a su derrumbe sino que en la transformación de la sociedad tendrían un rol decisivo las ideas y la cultura. Para lograr la meta propuesta es imprescindible ligar la concepción teórica a la práctica.
No podemos teorizar sobre el “ asalto a los cielos” y luego que nos dé pereza jugar a la comba para saltar 15 cm. Como subraya el título del libro póstumo de nuestro querido y añorado Julio[3] debemos predicar con el ejemplo, vivir como hablamos. Única manera de protagonizar el relato que pasa por luchar para conseguir no solo la “potestas”[4] sino que esta venga acompañada de la “auctoritas”[5],esa credencial ética que acompaña a ciertas personas o instituciones y logra que amplios grupos sociales acaten de manera espontánea las ideas o planteamientos por ellas emitidos. Traducción pedestre ( en su acepción de “llana, vulgar”): tener la credibilidad suficiente para vender un coche usado sabiendo que las características dichas son las reales, no se deja espacio al engaño y la persona que lo compra tiene fe ciega de que no lo engañas…
Las fechas que se acercan a velocidad de crucero, las Navidades, son por si mismas una metáfora en negativo de lo hasta ahora expresado. La Iglesia, una estructura de poder absoluto asentada en mitos fácilmente rebatibles desde la Historia y el Conocimiento impregna en estas semanas ( o meses si empezamos a contar desde el primer alumbrado y la estúpida pugna de Ayuntamientos a ver quien consigue cegar más a su vecindario con el dinero público) a toda la Sociedad su sistema de creencias sacando la cara amable con la leyenda del Dios niño.
No les afecta que la conmemoración sea burda copia de fiestas ya existentes en el mundo clásico como las Saturnales[6] -en las que se encendían luces, intercambiaban regalos y celebraban opíparos banquete- o apropiarse de fechas consolidadas como el 25 de diciembre, día del Sol Invicto o nacimiento de Mitra[7].
Siendo honestos, hay que reconocer a los apologetas y padres de la iglesia una hercúlea capacidad para “sostenella y no enmendalla”[8].Esa “virtud” los ha acompañado a lo largo de la Historia y unida a la capacidad de vender las falsificaciones como material original ( o que se dice “poner los dientes largos”a los vendedores de bolsos de “marca” de los mercadillos ambulantes), la entereza al mentir con aplomo y la diligencia en borrar huellas, explica – sin necesidad de hacerse más pajas mentales- la “hegemonía” del sistema de valores llamado Cristianismo. Aunque venga bañado de consumismo y no haya dios – nunca mejor dicho – capaz de reconocer el mensaje de pobreza y solidaridad en el que en teoría se sustenta.
La evidencia de la falsificación da con largueza para que a coro gritásemos “el rey va desnudo”. Por eso nos duele tanto la afonía, el silencio, la soledad y que nos preguntemos: “¿ qué hacemos mal?”.
A lo que podríamos responder parodiando a Carville[9]: “Es la Enseñanza ¡estúpido!”. Resulta lamentable que algo tan evidente pase delante de nuestras narices y que apenas le hagamos caso. Al igual que tampoco le dimos importancia a los tejemanejes de Steve Bannon[10] en su afán de crear una internacional negra donde paradójicamente las palabras estrella son “ democracia “ o “libertad” con la previsible excepción de España, donde los planteamientos franquista o fascistas, -como es sabido- ni pagan peaje político ni requieren disimulo y se puede hacer carrera sin renunciar a la herencia genocida de la guerra civil.
La infiltración de las ideas ultraconservadoras en cuerpos de seguridad y judicatura no sería suficiente si no fueran acompañadas del sempiterno privilegio que ha tenido la jerarquía eclesiástica a la hora de controlar las mentalidades a través de la Enseñanza, privilegio que en la historia contemporánea española arrancó con Bravo Murillo y el Concordato de 1851, se mantuvo y aumentó en el Concordato franquista de 1953 y llega hasta nuestros días con los acuerdos Iglesia/Estado de 1979 ampliada por el regalo de la LODE de Maravall[11] que abrió las compuertas para la actual inundación que amenaza con llevarse por delante la Enseñanza Pública con el deterioro y cierre de unidades mientras que se preserva y blinda desde los gobiernos nacional y autonómicos la Enseñanza concertada a cargo de los presupuestos generales, ¡Todo el poder a los soviets! Perdón, a los curas.
Y mientras que el universo extremista avanza delante de nuestras narices desde la Izquierda renunciamos a dar la batalla para jugar a una guerra de guerrillas sin planificar. Como si estuviésemos en la escena de “ Toma el dinero y corre” de Woody Allen y nos ufanásemos por golpear repetidamente nuestra nariz con la rodilla del rival.
Nos escandalizamos ante el avance de los neofascismos ( término manido pero que les escuece cuando se les lanza) pero o desde la Izquierda ofrecemos una alternativa de sociedad o entregamos la cuchara en el bulevar de los sueños rotos. No podemos predicar una enmienda total al Sistema para, a la hora de la verdad, dedicarnos a poner parches a las deficiencias más llamativas.
Para conseguir credibilidad hay que definir un criterio claro tipo: ¿Dónde vamos?, ¿A qué tipo de sociedad aspiramos?
Últimamente trufados de pesimismo parecemos vírgenes necias que se han quedado sin aceite para alumbrar[12].O nos sumamos al descontento por venir o lo hará otros.Y esos serán los movimientos europeos que rezuman bilis negra porque lo tienen fácil. Les basta con señalar al culpable: el inmigrante, el pobre, el diferente…
Debemos tener claro el alto precio de ser copartícipes cuando nos embarcamos en aventuras institucionales y ponemos de libro de cabecera el “ Manual de lo Posible” olvidando el refrán de que “tetas y sopas no caben en la boca”.
Es mucho más importante marcar las líneas rojas de las propuestas irrenunciables, nuestros pilares, pero para ello hay que dar el paso previo de renunciar al cainismo que tanto nos llena, fijando nítidamente el combate ideológico que nos permita distinguir quién es el enemigo y qué es simplemente un matiz de un pensamiento común. Lo que llamábamos antaño «estar en la misma trinchera». En ese caso dejemos los cuchillos enfundados.
Nadie nos va a poner fácil conseguir hegemonía ideológica. Del cielo no va a caer y solo la conseguiremos con esfuerzo y trabajo de calle y con una presencia social que nos haga inmunes al trabajo de zapa que día sí y al otro también encabezan los medios de difusión. Tarea ardua la de evitar la erosión y que difícilmente se logra. En la Europa de las últimas décadas pocos movimientos políticos de la Izquierda lo han conseguido. Puede que el antiguo PCI y en nuestro ámbito el mundo de Bildu, antes Euskal Herritarrok, Batasuna…
Reconocer nuestra actual debilidad no es un elemento negativo “ per se” si tenemos claro que el primer paso es la resistencia para desde ella dar el segundo hacia el crecimiento. Siempre sin caer el abatimiento del “ no nos comprenden”.
Para que cuando intentemos poner en práctica nuestros objetivos políticos los llevemos apuntados como la lista de la compra al supermercado. Que no se nos olvide el alimento esencial y así evitar llenar el carrito de chuches.
Conseguir hegemonía es poner en primer plano nuestra agenda para que el debate se centre en la precariedad, explotación, desigualdades, injusticias…y para ello es esencial la presencia en la calle.
Construir algo más que castillos en el aire.
¡Io Saturnalia![13]