De usar y tirar

La situación de crisis persistente y sin salidas aparentes en la que se mueve toda Europa es un problema que va mucho más allá de la pérdida de estatus internacional, la pérdida de prosperidad, la pérdida de competitividad, el aumento de la pobreza y el desempleo (todo ello, por supuesto, bastante grave). El problema subyacente es que la existencia durante largos periodos en una condición de crisis permanente, de declive percibido y de falta de perspectivas produce una disminución gradual pero sistemática de la propia voluntad de vivir, de la «vitalidad primaria» de quienes se ven envueltos en este sudario histórico.

Las causas de esta situación son múltiples y pueden (y deben) analizarse en detalle a nivel empírico, histórico y económico.

Podemos tomarlo en sentido amplio y comenzar el análisis a partir de la derrota en la Segunda Guerra Mundial, con la subsiguiente condición de país ocupado.

Podemos centrarnos en aparentes «errores» más recientes, como el suicidio industrial decretado por la reorientación de los suministros energéticos de las fuentes próximas (Libia, Rusia) a las del principal competidor directo (Estados Unidos).

Podemos condenar la estructura oligárquica y tecnocrática de la Unión Europea, que ha fracasado estrepitosamente en lo único que justificaba oficialmente su existencia, a saber, utilizar el peso económico de Europa como palanca para obtener un mayor estatus internacional, con mayor capacidad para defender los intereses de los pueblos europeos, etc.

En este contexto, es lamentable decirlo, las clases dirigentes italianas han sido durante algún tiempo las peores, las más manifiestamente serviles a presiones e influencias ajenas a los intereses del pueblo italiano. Las clases dirigentes italianas, de Monti a Draghi, de Renzi a Meloni, son siempre las primeras y las más dispuestas a mostrarse serviles a intereses alusivos, opacos, inconfesables y estrictamente ajenos a cualquier cosa que pueda beneficiar al país.

Para ceñirnos a los últimos días, basta con ver la velocidad del rayo, única en la escena internacional, con la que el «garante de la privacidad» bloqueó la accesibilidad de DeepSeek en las tiendas de aplicaciones de Apple y Google en Italia. Es evidente para todo el mundo cómo cualquier potentado político o económico extranjero puede obtener una audiencia inmediata en Italia, ejerciendo la presión adecuada sobre una clase dirigente inconsistente y dedicada únicamente al cultivo de su propio interés privado a corto plazo.

Estos y muchos otros análisis son legítimos y posibles, pero en mi opinión, para evitar la dispersión e identificar el núcleo esencial del drama contemporáneo, hay dos puntos que deberían seguir siendo el centro de atención a largo plazo.

El primero es la prudencia metodológica.

Todas las personas de buena voluntad (es inútil recurrir a la quaquaraqua (1) y a la vendepatria) deben distanciarse definitivamente del principal juego que paraliza toda alternancia política y de poder, a saber, el juego de la oposición ficticia entre Derecha e Izquierda. Parece increíble, pero décadas de intercambiabilidad total en todas las políticas estructurales aún no han convencido a todo el mundo de que el «juego de la alternancia bipolar» es sólo un sistema para garantizar la irreformabilidad absoluta, el estancamiento terminal del sistema. Todavía hoy hay mucha gente que piensa de buena fe que es importante «Derribar a la derecha en el gobierno» (quizás en nombre del antifascismo), o «Derribar a la izquierda en el gobierno» (quizás en nombre del anticomunismo). El hecho de que este juego siga funcionando en cabezas aparentemente capaces es uno de los misterios más desconcertantes, algo que le lleva a uno al pesimismo antropológico más radical. El hecho de que haya gente, tanta gente, que se dedique en cuerpo y alma a la identificación diaria de detalles estéticos aborrecibles, de derechas o de izquierdas según el caso, deprime las esperanzas de cambio.

El segundo punto es un elemento de sustancia política y cultural (radicalmente cultural y, por tanto, política). El marco básico que permite la autoperpetuación sin salidas aparentes de nuestra condición de fracasados viene determinado por una arraigada ASOCIACIÓN DEL ALMA. Si bien es cierto que abundan los vendidos y los corruptos, sería erróneo pensar que el problema italiano (y europeo) radica principalmente en la presencia de estos personajes en nómina de estados o multinacionales extranjeras. Están ahí, como en todas partes, pero el problema es más radical. Reside en el hecho de que, en el fondo de las convicciones de la mayoría de los intelectuales, universitarios, periodistas y políticos de este país, hace tiempo que se impuso sin vacilaciones la adhesión inconsciente a un paradigma «americanista». ¿Qué entiendo aquí por «americanismo»? Me refiero a una formulación ideológica tan virulenta como despistada, que se adhiere sin descanso a la IMAGEN PÚBLICA que EEUU ha proyectado de sí mismo, desde la posguerra hasta el presente. En gran medida, esta imagen pertenece a la autointerpretación liberal. Pero no se recibió a partir de sesudas reflexiones sobre las virtudes del libre mercado, la dinámica del Estado de Derecho, el constitucionalismo liberal-democrático o similares; no, se recibió por ósmosis mediática y cinematográfica. Sencillamente, Nando Mericoni se ha reproducido a sí mismo y sus hijos y nietos han hecho carrera; y a diferencia del progenitor de «Un americano en Roma», ya no tienen la falsa conciencia de quien sigue con un pie en otro mundo, sino que viven enteramente en esa burbuja cultural. Viven en ella tan enteramente que a veces se creen cualquier cosa menos eso, que se creen herederos de comunistas o fascistas o demócratas, mientras son copias de proyecciones publicitarias ajenas. En realidad, no hay estupidez, ni degradación, ni paranoia nacida al otro lado del Atlántico que no haya hecho una incursión triunfal en las mentes de las clases dirigentes italianas desde los años ochenta.

La «internacionalización» cultural se ha convertido en sinónimo de «haz como los americanos, que lo haces bien». De los modelos privatistas de servicios públicos a la veneración simbólica de la competitividad, de los «niños de las flores» a los «raperos», de la importación de heroína a la importación del woke, no hay mal ejemplo que no se haya seguido diligentemente. La tormenta de dolorosos anglicismos parvenus que se desata en las producciones de la burocracia pública es el signo más directo de esta derrota.

Lo que es esencial comprender es que este «americanismo» no es algo de lo que Estados Unidos sea víctima. Para los EEUU, es lo que ellos son, y, como tal, puede ser libre y pragmáticamente desafiado (ha ocurrido muchas veces, en cierta medida está ocurriendo hoy).

Para nosotros, en cambio, no lo es, es una ideología, una visión tácita del mundo y del bien, estereotipada, obtusa como sólo puede serlo una ideología absorbida pasivamente. Este hecho culturalmente trágico es lo que hace que la posición de Italia (y de Europa) sea hoy particularmente triste y particularmente peligrosa.

Con este telón de fondo se entiende que Europa se muestre cómicamente dispuesta a desafiar a Rusia (o a China), siga señalando públicamente todo su desprecio cultural por los «bárbaros del Este», queme todos los puentes de diálogo, insista en continuar políticas que no sólo son estúpidas, no sólo injustificables, no sólo contraproducentes, sino también operativamente insostenibles.

El mundo entero sabe que Europa, un enano político y militar, carente de recursos naturales y con una demografía en colapso vertical, no podría enfrentarse sola a Rusia ni aunque convirtiera la mitad de su PIB en gastos militares. Se trata de una ilusión inaceptable para la inmensa mayoría de su población a todos los niveles. Pero no para las clases dirigentes que han hecho de la autopromoción de Hollywood su visión del mundo.

Por eso, de todas las tareas políticas actuales, quizá la más fundamental no sea algo típicamente «político». Se trata de emprender una laboriosa tarea de reconstrucción. Se trata de reconstruir con dedicación, en un proceso que sólo puede durar décadas, un trasfondo de autonomía cultural, en parte desenterrando un pasado glorioso, en parte asumiendo la carga de innovarlo (donde «innovar» por fin dejará de ser sinónimo de «copiar de EEUU»).

Traducción de konkreto

(Ntd): (1) Término fono-simbólico de la lengua siciliana que recuerda el grito del pato (o codorniz[), ahora de uso común en italiano, ambos con el significado de una persona particularmente habladora, pero carente de habilidad real, y por lo tanto considerada poco digna de confianza. En el argot mafioso, el término «quaquaraquà» también se utiliza como sinónimo de «delator».

* De Facebook

 Fuente: Sinistrainrete

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