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¿De qué vivían griegos y romanos? La pregunta exige una respuesta tajante: no del arte, la ciencia y la política, sino de la agricultura, de la artesanía y del comercio. Todavía no hace cien años se hallaba muy difundida, al menos entre los estudiosos y las personas cultas, una curiosísima opinión respecto de la antigüedad, según la cual griegos y romanos habrían sido una clase de gente ideal que no tenía necesidad de dedicarse a asuntos tan viles como el trabajo y la ganancia, sino que se habrían entregado permanentemente a temas intelectuales, dedicándose a los asuntos del estado y a la contemplación de las obras de arte. Esta errónea concepción de la antigüedad está inseparablemente unida con esas otras falsas ideas acerca del número de esclavos de la época. Si se parte de la hipótesis de que tanto los griegos como los romanos habían te nido a su disposición una enorme masa de esclavos, es automático pensar que los ciudadanos libres no habrían tenido necesidad de trabajar, y habrían tenido la posibilidad de dedicarse sólo a cosas refinadas y espirituales. Esta fantasiosa imagen de la antigüedad ha sido drásticamente revisada por la crítica reciente. Existen naturalmente aún hoy día personas, incluso doctas, no influenciadas aún por estos nuevos estudios, que continúan cultivando las antiguas ideas ilusorias sobre los griegos y los romanos.
La inmensa mayoría de los griegos y de los romanos no poseía ni un solo esclavo, sino que se mantenía exclusivamente de su propio trabajo, mientras las tareas domésticas eran atendidas por las mujeres y los niños.
Por el contrario, los esclavos, en parte servían como criados en las casas de los ricos, y en parte como obreros en las grandes empresas manufactureras y agrícolas.
En la antigüedad casi toda la población obtenía su propio sustento de la agricultura, tanto en Grecia como en Italia. El proceso de estratificación en clases y estamentos sociales en el campo estaba muy avanzado: existían latifundistas, campesinos acomodados y menos acomodados, jornaleros libres y no libres. Hoy la gran hacienda agrícola se distingue de la pequeña sobre todo por el uso de maquinaria agrícola, la cual, aisladamente, también ha existido en la antigüedad. Se sabe, por ejemplo, de la existencia en Roma, durante el periodo republicano tardío, de una máquina para molturar aceitunas, cuyo precio era privativo para los pequeños campesinos. Junto a esto, tampoco cabe menospreciar el hecho de que tan sólo el transporte de la máquina desde la ciudad hasta una propiedad, aunque esta no estuviese muy distante, comportaba un coste no inferior al de la propia máquina, ya que el transporte debía realizarse entre dificultades de todo tipo —en aquella época no existía el ferrocarril— sobre un pesado carro aparejado ex profeso para ello, tirado por bueyes. Todo esto arroja luz sobre la lentitud del progreso económico, como consecuencia del atraso de la antigua tecnología.
La gran hacienda agrícola tenía, gracias al empleo de algunas máquinas y también gracias a un uso más racional de la fuerza de trabajo y de las herramientas disponibles, una cierta ventaja con respecto a la pequeña propiedad agraria. Se trataba de todos modos de una ventaja muy modesta. Precisamente por esta razón las propiedades de una cierta extensión normalmente no se cultivaban según criterios unitarios, sino subdivididas entre pequeños arrendatarios, tanto libres como siervos de la gleba. El propietario se contentaba con embolsarse las ganancias obtenidas por el arriendo del terreno. En el periodo tardo republicano se dio también el caso frecuente de que propiedades de una cierta extensión (hablamos de unos cientos de yugadas) fueran cultivadas colectivamente por una docena de esclavos. Para la cosecha, sin embargo, normalmente era necesario contratar a jornal trabajadores libres. Este tipo de hacienda, que recuerda el sistema de las plantaciones, estuvo muy extendido en Italia y en Sicilia durante los últimos dos siglos antes de Cristo. De todos modos, durante aquel periodo, en Italia los libres dedicados al trabajo agrícola superaban de largo el número de los esclavos.
Además —y a pesar de todos los campesinos libres y arrendatarios que en ellas había—, tampoco aquellas “plantaciones” hubieran podido existir sin los trabajadores temporeros. En el curso de la época imperial el sistema de plantación fue paulatinamente desplazado por el sistema del pequeño arrendamiento. En Grecia las “plantaciones” no tuvieron nunca gran importancia.
Entre las actividades no agrícolas, la artesanía era la que desempeñaba en la antigüedad un papel fundamental. Existían zapateros, sastres, panaderos, carpinteros, orfebres, y otras cien variantes de artesanía, al igual que hoy día. Los pequeños maestros artesanos trabajaban individualmente, o bien se hacían ayudar por algún aprendiz. A falta de máquinas de vapor, no existían fábricas tal como hoy las entendemos. Sin embargo había numerosas manufacturas en las que trabajaban entre diez y treinta trabajadores. Mientras el artesano corriente elabora el producto: pan, botas, etc., interviniendo él sólo en la elaboración completa, el obre romanufacturero siempre produce solamente una parte del producto, y en consecuencia, ejecuta siempre una misma tarea concreta. Gracias a esta división del trabajo y al desarrollo de las habilidades particulares le es posible a la manufactura producir mercancías de forma relativamente más rápida que al simple taller del artesano. Manufacturas de este tipo existieron en gran número durante la antigüedad, y estaban ocupados en ellas tanto trabajadores libres como esclavos. Por el contrario, el trabajo especialmente duro de las minas estaba reservado a los esclavos en particular. El comercio se desarrollaba en las formas más diversas, comenzando por el vendedor ambulante y el mercader pobre hasta llegar progresivamente al gran mercader que traficaba con el exterior.
Al servicio del comercio existía una ágil flota que recalaba en todas las costas del Me di terráneo, y que incluso osaba aventurarse hasta el océano. Desde el punto de vista del nivel tecnológico actual las naves comerciales de la antigüedad eran ciertamente sólo míseras cáscaras de nuez, pequeños veleros desprovistos de brújula. Las naves de guerra en cambio eran propulsadas a remo, como ya hemos visto. A pesar de todo, no obstante los peligros y las penalidades que implicaba, la marina antigua al servicio del comercio tuvo un próspero desarrollo. Millares de personas se ganaban la vida como armadores, capitanes, conramaestres, marineros. En Atenas las gentes del mar constituían la médula del proletariado libre, consciente de su propia clase. El transporte por vía marítima se complementaba paralelamente con el transporte terrestre, y había muchísimos trabajadores, estibadores, carreteros, cocheros.
Para todas estas actividades mercantiles era necesario dinero: terratenientes, mercaderes, propietarios de manufacturas, armadores, andaban a la búsqueda de capitales y los encontraban en casa de los banqueros.
El préstamo de dinero desempeñaba un papel indispensable para la vida económica de la antigüedad. Quien poseía capitales sobrantes los depositaba en un banco a cambio de intereses; y de igual modo, se obtenía dinero en préstamo cuando era necesario. Naturalmente el riesgo del empresario antiguo era muy grande. Quien invertía su propio dinero en barcos podía perderlo con gran facilidad, como le sucede al Antonio de El mercader de Venecia, de Shakespeare, que pasa de millonario a mendigo en el transcurso de una noche. Por el contrario, también las ganancias eran altísimas. En las regiones más evolucionadas de la antigüedad cada cual tenía su cuenta bancaria y el pago no al contado estaba más extendido que en la actualidad. Existían ya entonces sociedades de negocios y se conocían también las acciones, si bien en forma primitiva. Tan sólo los títulos del estado tal como hoy los entendemos eran aún desconocidos. La misma febril carrera en pos de la riqueza de la antigua Roma era idéntica a la que podemos observar en la sociedad moderna.
Añadamos algunas palabras más sobre las llamadas profesiones liberales durante la antigüedad. También en aquel tiempo ejercían sacerdotes, médicos, abogados, profesores e ingenieros, pero, en este sector se daba una sustancial diferencia con relación a nuestro tiempo. El sacerdote, el médico, el arquitecto, eran hombres que ejercían una profesión importante y útil, pero que no poseía privilegio alguno respecto a la desempeñada por un capitán o un carpintero. Era inexistente esa aristocracia intelectual de las profesiones liberales tal como se creó artificiosamente en la sociedad moderna con la aparición de las denominadas escuelas superiores. También la pericia en derecho era un bien importante, y el especialista gozaba de la estima general. Al ejercicio de todas estas profesiones se accedía a través de estudios específicos, que, sin embargo, no colocaban a quien se había dedicado a ellos por encima de los demás ciudadanos. Frente a la conflictividad exasperada que caracterizaba, durante la antigüedad, a las relaciones de clase con respecto a la propiedad, la diferencia entre profesionales liberales y el resto de las clases trabajadoras, desde un punto de vista social, era por completo irrelevante.
En aquella época no existía el “Gymnasium”1, y lo que se entendía por tal término no eran sino los tranquilos campos deportivos.
No existían las licenciaturas. Y sin embargo los estados antiguos se las arreglaron perfectamente sin ellas.
Nota:
1. Nombre que en Alemania se da a los centros educativos dedicados a la enseñanza media (N. del T.).
Capítulo tercero del libro de Arthur Rosenberg Democracia y lucha de clases en la antigüedad
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