Hace un par de semanas en estas mismas páginas digitales contaba Luis Racionero lo siguiente: “[He] escrito un ensayo sobre el tema: ‘Concordia [o] Discordia’ para analizar que las naciones no son tan definitivas como parecía ni las regiones tan transitorias. La región no pierde su personalidad al unirse a un [Estado] nacional. Cambiemos de escala y tendremos una pauta de lo que sucederá con el Mercado Común europeo [Unión Europea]. Si Europa se unifica, tendremos en el siglo XXI una reproducción a mayor escala de lo que sucedió en España o Francia en el siglo XVI: un conjunto de nacionalidades con personalidad propia se asocian en un todo más amplio para promover sus intereses. Si Cataluña, Euskadi, Galicia o Baleares han conservado su identidad al unirse en España, ésta, Francia, Italia e Inglaterra conservarán su personalidad al unirse en Europa. Por lo mismo, quien considere como deseable la conservación de la identidad de España, Francia, Italia, Inglaterra dentro de Europa, debe por la lógica del argumento considerar igualmente deseable la conservación diferenciada de Cataluña, Euskadi, Baleares o Galicia”.
Esta perspectiva histórica sobre la identidad (o personalidad) regional, la nación multirregional, el Estado multinacional y la entidad multiestatal (Europa) -utilizando el vocabulario del autor- es lo que se viene echando en falta en la ya larga pugna, que estos días se ha convertido en un nuevo y peligroso enfrentamiento entre españoles, dentro de lo que, históricamente también, se dio en llamar “el problema catalán”, aunque realmente se trata de un “problema español” de secular duración.
Los ásperos forcejeos -por ahora, solo verbales- relacionados con urnas, papeletas, policías, detenciones, banderas, lenguas, autoridades, responsabilidades, etc., que tanto están agitando el panorama político español (hasta el punto de que en algunas ciudades se ha vitoreado a las fuerzas de seguridad que partían hacia Cataluña, ondeando banderas españolas y al grito de ¡A por ellos!) nos han hecho perder la perspectiva histórica necesaria para reflexionar sobre el mejor modo de resolver este conflicto.
La dualidad definitivo-transitorio a la que Racionero alude es la clave para valorar el problema sin dejarse arrastrar por apasionados arrebatos. No es necesario ser un profesional de la Historia para comprobar, como afirma Racionero, que “las naciones no son definitivas” ni “las regiones son transitorias”. Y aún más: el Estado-nación es una solución política temporal, que ha funcionado bien durante una época pero cuya supervivencia no solo es imposible garantizar sino que es necesario prever que irá siendo sustituido por nuevas fórmulas. Debiera ser preocupación de la clase política anticipar ese futuro para mejor abordarlo en beneficio de los ciudadanos. No parece que ocurra así.
Precisamente estos días observamos cómo Irak, creación artificial de los vencedores de la 1ª Guerra Mundial, puede desaparecer como Estado en unos años, mientras que el pueblo kurdo, desmembrado entre varios Estados y olvidado por las mismas potencias que los crearon, ha mantenido su identidad bajo dominio iraquí, iraní, turco o sirio.
¿Resolverá el “problema kurdo” el recién celebrado referéndum? Probablemente no, porque en torno a él se están articulando fuerzas ajenas que buscan el interés propio en la prevista e inaplazable remodelación geopolítica del Oriente Medio que ese referéndum anuncia. La independencia del pueblo kurdo queda supeditada en la práctica a lo que se decida, no solo en Irbil, la capital de la región autónoma kurda de Irak, sino también en Bagdad, Teherán, Damasco, Ankara, Tel Aviv o Washington, por citar solo los Estados más directamente afectados.
Los intereses hostiles a este referéndum hicieron pronto su aparición: los ejércitos iraquí y turco efectuaron maniobras en la frontera; el presidente turco amenazó con “cerrar el grifo” que exporta el petróleo kurdo; el primer ministro iraquí sugirió recurrir a los cuerpos de seguridad para “proteger a los ciudadanos”; la Casa Blanca, agradecida a los esfuerzos kurdos para combatir al Estado Islámico, mostró su deseo de que Irak siga unido para contener a Irán; Irán amenazó con prohibir los vuelos hacia territorio kurdo y consideró el referéndum kurdo como “una traición” a los kurdos iraníes.
La creciente presión llevó a Masud Barzani, el líder de la independencia kurda, a declarar: “El referéndum no significa que la independencia ocurrirá mañana, ni que vayamos a trazar nuevas fronteras. Si triunfa el ‘Sí’ resolveremos este conflicto pacíficamente con el Gobierno de Bagdad”.
¿Le suena al lector todo esto? Aunque las circunstancias del pueblo kurdo sean muy distintas a las de la autonomía catalana, e incluso opuestas en muchos aspectos, ¿puede asegurarse que no hay relación alguna entre el anunciado e improbable referéndum catalán y el celebrado referéndum kurdo? ¿Es que la Historia no tiene algo que decir en ambos casos? ¡Claro que sí! Su respuesta a través de los siglos es muy clara: Diálogo, negociación, entendimiento, esfuerzo por hallar y aprovechar los puntos de concordia.
Artículo publicado originalmente en República de las ideas