Hay que limpiar la doctrina política de Dante de todas las construcciones posteriores, reduciéndola a su precisa significación histórica. Una cosa es el que, por la importancia de Dante como elemento de la cultura italiana, sus ideas y sus doctrinas hayan tenido una eficacia sugestiva para estimular y solicitar el pensamiento político nacional; pero hay que excluir que esas doctrinas hayan tenido un valor genético propio, en sentido orgánico. Las soluciones pasadas de determinados problemas ayudan a encontrar la solución de problemas actuales análogos, por la costumbre crítica cultural que se crea en la disciplina del estudio, pero no se puede nunca decir que la solución actual dependa genéticamente de las soluciones pasadas: la génesis de aquélla se encuentra en la situación actual y sólo en ella. Este criterio no es absoluto, o sea, no tiene que llevarse al absurdo: entonces se caería en el empirismo, porque máximo actualismo es empirismo máximo.
Hay que saber determinar las grandes fases históricas que en su conjunto han planteado determinados problemas y han apuntado desde sus comienzos los elementos de solución. Así diría yo que Dante cierra la Edad Media (una fase de la Edad Media), mientras que Maquiavelo indica que una fase del mundo moderno ha conseguido ya elaborar sus problemas y las correspondientes soluciones de un modo muy claro y profundo. Pensar que Maquiavelo dependa de Dante o esté vinculado con él es un enorme despropósito histórico. También es una pura novela intelectual la construcción actual de las relaciones entre el Estado y la Iglesia (v. F. Cappola), según el esquema dantesco “de la Cruz y el Águila”. No hay ninguna conexión genética entre el Príncipe de Maquiavelo y el Emperador de Dante, y aún menos entre el Estado moderno y el Imperio medieval.
El intento de descubrir una conexión genética entre las manifestaciones intelectuales de las clases cultas italianas de las varias épocas constituye en realidad la “retórica” nacional: la historia real se sustituye por las larvas de historia. (Con eso no se quiere negar que el hecho tenga significación; lo que pasa es que no tiene significación científica, y eso es todo. Es un elemento político; o menos aún, un elemento secundario y subordinado de organización política e ideológica de pequeños grupos que luchan por la hegemonía cultural y política.)
Me parece que la doctrina política de Dante tiene que reducirse a un mero elemento de la biografía de Dante (lo cual no podría decirse en modo alguno de Maquiavelo). No en el sentido genérico de que en toda biografía sea esencial la actividad intelectual del protagonista, y que no importa sólo lo que hace el biografiado, sino también lo que piensa y lo que imagina; sino también en el sentido de que esa doctrina no ha tenido ninguna eficacia ni fecundidad histórico-cultural, porque no podía tenerla, sino que sólo es importante como elemento del desarrollo personal de Dante tras la derrota de su partido y su destierro de Florencia. Dante sufre entonces un radical proceso de transformación de sus convicciones político-ciudadanas, de sus sentimientos, de sus pasiones y de su modo general de pensar. Este proceso tiene la consecuencia de que lo aísla de todo el mundo. Es verdad que su nueva orientación puede aún llamarse gibelina, pero eso es sólo una manera de hablar: en cualquier caso, se trataría de un “nuevo espíritu gibelino”, superior al antiguo, pero también superior al güelfismo; en realidad no se trata de una doctrina política, sino de una utopía política, la cual se tiñe con los colores reflejos del pasado, y ante todo se trata del intento de organizar como doctrina lo que no era más que material poético en formación, en ebullición, fantasma poético incipiente que tendrá su perfección en la Divina Commedia, tanto en la “estructura” -como continuación del intento (ahora versificado) de organizar los sentimientos en doctrina- cuanto en la “poesía”, como invectiva apasionada y drama en acto.
Por encima de las luchas municipales internas, que eran una alternancia de destrucciones y exterminios, Dante sueña una sociedad superior al municipio, superior a la Iglesia que apoya a los Negros y al viejo Imperio que apoyaba a los gibelinos; sueña una forma que imponga a las partes una ley superior, etc. Es un vencido de la guerra de clases, y sueña la abolición de esa guerra bajo el signo de un poder arbitral. Pero el vencido, con todos los rencores, todas las pasiones y todos los sentimientos del vencido, es también un “docto” que conoce las doctrinas y la historia del pasado. El pasado le ofrece el esquema romano de Augusto y su reflejo medieval, el Imperio romano de la nación germánica. Quiere superar el presente, pero con los ojos vueltos al pasado. También Maquiavelo miraba al pasado, pero de manera muy diferente de la de Dante, etc.
Fuente: Cuadernos de la Cárcel. Cuaderno VIII, 1930-1932
Traducción de Manuel Sacristán en Antonio Gramsci. Antología. Selección y notas de Manuel Sacristán. Siglo XXI Ed., 1970.
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