Cumbre por el Clima en Madrid: de COP en COP, se acerca el cataclismo

La vigesimoquinta Conferencia de las Partes en la Convención Marco de la ONU sobre el cambio climático (COP25) comenzará dentro de unos días en Madrid. Inicialmente esta cumbre tenía que haberse celebrado en Santiago de Chile, pero el presidente chileno prefirió renunciar a ello. Como en estas cumbres se reúnen 10.000 personas era mejor que éstas no pudiesen dar testimonio de la salvaje represión policial del levantamiento popular contra la política ultraliberal del gobierno Piñera.

A modo de introducción, digamos que la Convención marco de la ONU se estableció en la Cumbre de la Tierra de Rio de Janeiro en 1992. En ella se planteó a los Estados impedir «una perturbación antrópica peligrosa» del clima de la Tierra. Objetivo que debería ir garantizándose a través de las Conferencias de las Partes (COP) que desde 1995 se reúnen anualmente. Así pues, la reunión de Madrid será la vigesimoquinta.

Un balance negativo de la A a laZ

El balance de ese proceso es negativo de la A a la Z. Desde la COP1 a la COP 24, los gobiernos se han esforzado en buscar la forma de no reducir sus emisiones, de que sean otros quienes las reduzcan, de hacer el paripé de que las reducen deslocalizándolas, de lograr nuevos mercados para compensar su compromiso de reducirlas en dosis homeopáticas, o de hacer creer la idea absurda de que no talar un árbol equivale a no quemar combustibles fósiles.

El resultado de estas maniobras es que las emisiones anuales del principal gas de efecto invernadero, el CO2, son superiores en un 60% al nivel de 1990 y que actualmente se incrementan más rápido que en el siglo XX. Lo que lleva a que actualmente la concentración atmosférica de CO2, que en 1990 era de 350 ppm [partes por millón], se sitúe en 415 1/. Este nivel no tiene precedentes desde el Plioceno, hace 1,8 millones de años. En esa época los océanos alcanzaban un nivel superior entre 20 y 30 metros al actual…

Crimen contra la humanidad y la naturaleza

El acuerdo de Rio no definía el nivel de «perturbación antrópica peligrosa». Esta importante laguna se debió a las presiones de las multinacionales del petróleo, del carbón y del gas, así como de muchos otros sectores de la economía capitalista que dependen directamente de los recursos fósiles de energía (automóvil, petroquímica, construcción naval y aeronáutica, etc.) Además, fielmente secundados por los Estados a su servicio, los grandes emporios petroleros y del carbón dedicaron millones de dólares a pseudo-científicos encargados de difundir groseras falsificaciones clima-negacionistas en la opinión pública.

Desde 1992, y sin ningún escrúpulo, se pusieron en marcha todos los medios necesarios para explotar las reservar fósiles durante el mayor tiempo posible y evitar el estallido de una «burbuja carbono». Los responsables de estas maniobras y sus cómplices políticos, deberían ser juzgados y condenados por crímenes contra la humanidad y la naturaleza.

¿2ºC o 1,5ºC como máximo?

Fue necesario esperar a la COP21 [Paris 2015], veinticinco años después de la cumbre de Rio, para que se adoptara una decisión en relación al nivel de calentamiento que no se debería sobrepasar. En efecto, el acuerdo adoptado en la capital francesa estipula que la política climática tiene por objetivo «que el incremento de la temperatura se sitúe por debajo de 2ºC al tiempo que continúan los esfuerzos para no superar 1,5ºC». Pero este ambiguo texto (¿cuál es el objetivo: 2ºC o 1,5ºC?) no señala ninguna forma para alcanzarlo ni prevé ninguna sanción contra los países que no cumplan su parte en el esfuerzo. ¡Incluso ni siquiera hace mención a los combustibles fósiles que, sin embargo, son la principal causa del incremento del efecto invernadero!

El informe especial de GIEC hecho público en octubre de 2018 no dejaba lugar a la duda 2/: al contrario de lo que nos machacan los grandes media y los políticos desde hace veinte años, un calentamiento de 2ºC será mucho más peligroso para la especie humana y para las no humanas. Un ejemplo entre otros: el casquete glaciar de Groenlandia contiene suficiente hielo para incrementar en 7 metros el nivel de los mares. Ahora bien, los especialistas estiman que el punto de no retorno de su dislocación se sitúa entre 1,5ºC y 2ºC de calentamiento…

El espectro del planeta horno

No existe ningún congelador en el que introducir el planeta para enfriarlo. Dicho de otro modo, una vez desencadenada la dislocación de Groenlandia (o cualquier otro casquete glaciar) será imposible detenerlo antes de que se alcance un nuevo equilibrio energético del sistema Tierra. Entretanto, esta dislocación puede provocar un encadenamiento de «retroacciones positivas»3/: transformación de la Amazonía en sábana, dislocación de los glaciares gigantes de la Antártida 4/, derretimiento irreversible del permafrost… Un gigantesco efecto dominó climático podría desembocar rápidamente en un incremento de 4 a 5ºC de la temperatura media de la Tierra.

Los especialistas temen que este desbocamiento del calentamiento conduzca al planeta fuera del régimen relativamente estable en el que oscila desde 1,5 millones de años (alternancia de períodos glaciares e interglaciares). La Tierra entraría entonces en un nuevo régimen, análogo al del Plioceno: el planeta horno. Es imposible hacerse una idea de lo que supondría, pero lo que es absolutamente cierto es que si nuestra especie sobrevive en ella, no será con una población de 7 u 8 mil millones de habitantes, y las personas pobres serán, sin lugar a dudas, las principales víctimas del cataclismo, la principal «variable del ajuste» (como se dice)… La inmunda e inhumana política migratoria en relación a las y los migrantes permite hacernos una idea de la barbarie hacia la que avanzamos.

¿Es posible aún permanecer por debajo de 1,5ºC?

Actualmente el calentamiento se sitúa alrededor de 1,1ºC en relación a la era preindustrial. Con el actual ritmo de emisiones, el límite de 1,5ºC se alcanzará hacia 2040. Hay que hacer todo lo posible para impedir que eso ocurra. Pero, ¿estamos a tiempo? ¡No del todo!…

El informe sobre el 1,5ºC del GIEC propone cuatro escenarios de referencia para la estabilización por debajo del umbral de riesgo (con solo ¡una oportunidad sobre dos de lograrlo!) 5/. Tres de estos cuatro escenarios no sirven. En efecto, se basan en la insensatez de una «superación temporal» del nivel de 1,5ºC y un enfriamiento posterior gracias al despliegue de algunas tecnologías; las llamadas «emisiones negativas». Esas tecnologías que retirarían carbono de la atmósfera. Ahora bien, suponiendo que funcionen (¡y a una escala suficiente!), suponiendo también que el carbono retirado de la atmósfera pueda ser almacenado en lugares seguros, de los que no pueda escapar, la situación es tan límite, que existe el riesgo de que la «superación temporal» provoque accidentes irreversibles. Por ejemplo, que iniciando la dislocación del casquete glaciar de Groenlandia… !que active un efecto dominó que conduciría al planeta horno!

El cuarto escenario posibilitaría permanecer por debajo de 1,5ºC sin una «superación temporal»; por tanto, sin «tecnologías de emisión negativa». Para ello sería necesaria una reducción draconiana de las emisiones mundiales netas de CO2: -58% de aquí a 2030, -100% de aquí al 2050 y emisiones negativas del 2050 al 2100 6/. Este escenario no se puede aceptar en su estado actual, porque implica (al igual que los otros) un fuerte desarrollo de la energía nuclear (+50% en 2030, +150% entre 2050 y 2100; es decir, alrededor de 200 centrales suplementarias, con un incremento considerable del riesgo de conflicto nuclear a la vista). Sin embargo, del mismo se puede deducir que el decrecimiento requerido de emisiones no se puede lograr sin una fuerte reducción del consumo mundial de energía (del orden del 20% en 2030 y del 40%, o incluso más, en 2050) y que, por su parte, esta reducción no puede alcanzarse sin un decrecimiento significativo de la producción y el transporte 7/.

La urgencia de un plan urgente

Es demasiado tarde para evitar la catástrofe que aumenta por todas partes. Somos testigos de las cada vez más intensas olas de calor, de ciclones y violentos tifones, del derretimiento de los glaciares de Groenlandia y del Antártico, de un aumento mayor que lo previsto del nivel de los océanos, de las violentas tempestades y precipitaciones, de la perturbación de los monzones, de los mortales incendios forestales y cantidad de otros fenómenos ampliamente difundidos por los media. Por no hablar de la rápida destrucción de la biodiversidad (originada en parte por el cambio climático) y sin olvidar otras facetas de la crisis ecológica (sobre todo, la contaminación debida a los productos químicos sintéticos y los nucleótidos radioactivos).

El sentido común más elemental –o, mejor dicho, el instinto de supervivencia– exigiría elaborar los más rápido que se pueda y de la forma más democrática posible un plan mundial de emergencia para salvar el clima y la biodiversidad basado en la justicia climática y social; es decir, reduciendo radicalmente las escandalosas desigualdades sociales generadas por el neoliberalismo. Este plan debería contemplar la socialización de sector energético y el de la finanza (sin indemnizaciones, ni compras), porque es la única forma de desbloquear el futuro climático. Debería suprimir todas las producciones inútiles y nocivas (por ejemplo, las armas) y todos los transportes inútiles, porque es la forma más rápida de reducir drásticamente las emisiones. De ese modo se lograría disponer de un margen de maniobra para invertir en la eficiencia energética (sobre todo en la renovación/aislamiento de las viviendas) y para construir un nuevo sistema energético basado en un 100% en fuentes renovables.

Cambiar de paradigma: cuidados vs. producción, necesidades reales vs. beneficio

En el marco de ese plan, el agronegocio, la industria cárnica, la pesca industrial y la silvicultura industrial tendrían que ser reemplazadas por la agroecología, la pesca artesanal, la cría en praderas y una silvicultura ecológica. Estos profundos cambios, que se inscriben en la perspectiva de la soberanía alimentaria y energética, permitirían reducir substancialmente las emisiones y proteger la biodiversidad, mejorar la salud y crear cientos de millones de empleos útiles y cargados de sentido.

Este plan conlleva un completo cambio de paradigma. El beneficio ha de ser suplantado por las necesidades reales, el productivismo tiene que ceder su lugar al cuidado de las personas y la naturaleza. Se trata de reparar el daño realizado por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Esto implica dotar al Sur global los medios necesarios para un desarrollo sin carbono, ofrecer a todas las personas una seguridad social digna de ese nombre, garantizar a las mujeres la igualdad de derechos así como el control de su fecundidad, y extender ampliamente el sector público, parapúblico y no mercantil. El pleno empleo, garantizado por la creación de nuevas actividades y por la reducción radical del tiempo de trabajo a quince horas semanales (sin pérdida de salario y con reducción de los ritmos de trabajo 8/, se convertiría en una reivindicación tanto ecológica como social. Por otra parte, el reparto del trabajo necesario es indispensable para que todas las personas puedan participar democráticamente en la concepción y realización del plan, así como en las tareas domésticas.

No hay salida a la crisis sistémica al margen de una alternativa anticapitalista. Para detener la catástrofe e impedir el cataclismo, resulta imperioso producir menos (producir para satisfacer las necesidades reales), transportar menos (la mayor parte del transporte está orientada a maximizar el beneficio de las multinacionales) y compartir más (prioritariamente, compartir la riqueza y repartir el trabajo necesario). Esta perspectiva ecosocialista también es necesaria para salir de la crisis de civilización engendrada por el capital, porque la libertad no es posible continuando con la ilusión de un consumo infinito basado en una explotación sin límite de la Tierra y de las personas. El consumismo no es más que una compensación miserable para una existencia miserable.

Ninguna solución vendrá de las COP

No hace falta decir que esta alternativa no puede venir de las COP. En efecto, en el marco de estas cumbres los gobiernos tratan –¡como mucho!– de resolver la cuadratura del círculo: evitar el cataclismo al mismo tiempo que garantizar la acumulación de capital y continuar con el régimen neoliberal (dicho de otro modo, el régimen necesario a la acumulación en un contexto de reducción de la tasa de beneficio y de sobreproducción generalizada). Por ello, más allá de los protocolos, de los impuestos sobre el carbono, de las cuotas intercambiables, del desarrollo limpio, de la finanza climática, de las COP anuales y de toda esa parafernalia, la acumulación capitalista, como un autómata, continúa llevando a la humanidad hacia el planeta horno de forma imperturbable.

Un cuarto de siglo después de Rio, de COP en COP, el cataclismo se acerca. La COP25 no va a revertir la tendencia. Uno de los principales puntos en debate será sobre el nuevo mecanismo de mercado previsto en el acuerdo de Paris (art. 6). Este mecanismo debería englobar y extender los dispositivos –en su mayoría fraudulentos– de compensación carbono puesto en marcha tras el protocolo de Kioto («Mecanismo de desarrollo limpio» y «Puesta en pie conjunta»), a los que se añadieron los programas REDD y REDD+ (Katowice). Los inconclusos debates sobre cómo concretar el artículo 6 de Paris en la COP24 (Katowice) dejaron claro que el reto es siempre el mismo: anular con una mano, en la práctica, los compromisos de principio firmados con la otra.

El fracaso del capitalismo verde, el impasse del sistema

Los media saludaron el éxito de la COP21. En realidad, los gobiernos fracasaron en la cuestión fundamental, en cómo responder al desafío climático a través del mercado: el establecimiento de un precio mundial del carbono. No será fácil recuperarse de ese fracaso. Cuatro años después de Paris, una publicación del FMI puso en evidencia ese callejón sin salida. Los autores escribieron que el cambio climático podría causar «al límite, la extinción humana». Desgraciadamente, seguían diciendo, » probablemente el importante desfase entre los rendimientos privados y sociales de las inversiones con emisiones reducidas de carbono persistirá en el futuro, dado que las futuras vías de imposición y tarificación del carbono no están nada claras, sobre todo por razones de economía política (sic). Esto significa que actualmente no sólo no existe un mercado para mitigar el clima, porque las emisiones de carbono no están tarifadas, sino que tampoco existen mercados para una reducción futura, lo que resulta importante para el rendimiento de las inversiones privadas en tecnología, infraestructura y capitales orientados a la moderación del clima» 9/.

Traducción de este galimatías tecnocrático: es preciso actuar para evitar la desaparición de la humanidad, pero no es rentable; la diferencia de rendimiento entre la supervivencia del 99% y los beneficios del 1% «probablemente, persistirá», porque no hay poder mundial capaz de imponer un precio de carbono que sitúa a todos los capitalistas al mismo nivel en la carrera por el beneficio. Así pues, no se hace nada. Imposible imaginar una ilustración más clara del hecho de que el capitalismo no tiene nada más que ofrecer que la destrucción y la muerte.

La incapacidad de los gobernantes frente a la crisis ecológica, en particular la climática, no es el resultado de una misteriosa fatalidad o de la perversidad de la naturaleza humana, sino el resultado de cinco factores estructurales: el productivismo congénito al capitalismo impide producir menos; el régimen neoliberal de acumulación impide concebir un plan público; la contradicción entre la internacionalización del capital y el carácter nacional de los Estados impide hacerse cargo del desafío globalmente; la crisis de liderazgo imperialista impide incluso garantizar el mínimo orden en el desorden capitalista (un factor, sin duda, agravado por el clima-negacionismo de Donald Trump); por último, la crisis de la democracia burguesa basada en la demagogia electoralista impide ver más allá de los tres años. Todo ello es el producto de un sistema capitalista en fase terminal que, como decía Marx, «agota las dos únicas fuentes de toda riqueza: la Tierra y los trabajadores y trabajadoras».

Fin del mundo, fin de mes, un mismo combate ecosocialista

Pensar que una sociedad basada en la explotación del trabajo, el racismo, el patriarcado, la homofobia, la arrogancia colonial, la violencia, el abuso de poder y la profundización de las desigualdades podría mantener una relación respetuosa, cuidadosa, colaborativa, pacífica y prudente con (el resto de) la naturaleza es absurdo. ¿Cómo creer que no seríamos capaces de infligir a otros seres vivos lo que toleramos que se nos inflija a nosotros? ¿Cómo imaginar que un sistema que explota cotidianamente la fuerza de trabajo renunciaría a expoliar otras riquezas naturales? ¿Cómo suponer que una sociedad pueda respetar los servicios que le otorga la naturaleza cuando ella misma desprecia los servicios realizados gratuitamente por la mitad de la humanidad, las mujeres, en el marco de la reproducción social?.

No se podrán cambiar de arriba abajo las relaciones de la humanidad con la naturaleza sin cambiar totalmente las relaciones entre las personas humanas. Cuidar de nosotros mismos con la dignidad propia de nuestra humanidad es la condición sine que non para cuidar de eso a lo que pertenecemos.

«Fin del mundo, fin de mes: el mismo enemigo, la misma lucha». Esta consigna lanzada en las concentraciones que marcó la convergencia de los Chalecos amarillos y de las y los manifestantes por el clima en Francia da forma al fondo de la cuestión: las luchas contra la destrucción social y las luchas contra la destrucción ecológica son dos dimensiones de un mismo combate ecosocialista. La salida no está en las presiones a la COP. Está en la convergencia de las luchas de las y los explotados y oprimidos a favor de otro mundo posible y deseable.


Notas:

1/ Las partes por millón (ppm) son una unidad de concentración. 350 ppm de CO2 significa que sobre un millón de moléculas 350 son moléculas de CO2. Durante les 800.000 años que precedieron al siglo XX, la concentración de CO2 oscilaba entre 220 y 280 ppm.
2/ GIEC, informe especial 1,5°C: ver resumen en https://www.ipcc.ch/site/assets/uploads/sites/2/2019/09/IPCC-Special-Report-1.5-SPM_es.pdf
3/ Así se denominan los efectos de calentamiento que aceleran el calentamiento.
4/ Los glaciares Thwaites y Totten (respectivamente, Antartida del oeste y este), desestabilizados contienen suficiente agua para incrementar el nivel de los mares alrededor de 7 m.
5/ GIEC, Resumen del informe especial sobre el 1,5°C para los decidores.
6/ Para respetar las «responsabilidades diferenciadas» entre el Norte y el Sur, el 58% de reducción mundial supone una reducción en torno al 65% para los países desarrollados.
7/ Para el consumo de energía, el GIEC ofrece las cifras de -15% en 2030 y -32% en 2050. Están subestimadas, porque se basan en la hipótesis de un fuerte aumento de la energía nuclear en el mix energético (+59% en 2030, +150% en 2050; es decir, poco más o menos, 200 centrales suplementarias). Si se excluye la energía nuclear (¡y es necesario excluirla), la reducción del consumo mundial de energía debería ser más del orden del 20% para 2030 y del 40% para el 2050. De todos modos, semejante reducción precisa de una reducción sustancial de la producción y el transporte.
8/ Manteniendo inalteradas el resto de cosas, el número máximo de horas de trabajo compatible con el presupuesto carbono residual sería de 16 horas semanales en los países de la OCDE (en un escenario de presupuesto carbono 2ºC). Philipp Frey, «The ecological limits of work», Autonomy, abril 2019.
9/ IMF WP/19/185, Sept 2019
Publicado originalmente en Gauche Anticapitaliste.
Traducido por Viento Sur.
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