Crítica «La vida oculta» (2019)

Terrence Malick, realizador de “El árbol de la vida”, regresa al pasado con su poética visual para presentar un objetor de conciencia en la Segunda Guerra Mundial en su película más narrativa.

Si hay un director que aspira a hacer poesía con el cine, ese es Terrence Malick. El romántico William Wordsworth, en el prefacio de “Baladas líricas”, definía la poesía como un desbordamiento de emociones poderosas recordadas en la tranquilidad. Semejante sensación es el sentimiento inescapable que inundan las películas de este veterano director norteamericano. Al igual que Wordsworth y sus demás compañeros del Romanticismo, Malick está cercando un encuentro con lo sublime, el punto de unión entre la naturaleza humana y la trascendencia. La búsqueda del realizador es por tanto espiritual, ante la cual belleza estética, experimentación cinematográfica y narración se encuentran supeditadas. Y, en el trasfondo de sus películas, se encuentra una reflexión sobre la relación entre el hombre y la divinidad, una vez más elemento vertebrador en “Una vida oculta”.
El cine de Malick es una combinación de ostentación y magnificencia, de excesos y delicadeza. Su acercamiento filosófico-religioso-humanista y su paleta visual se fundieron a la perfección en su recordada “El árbol de la vida” (2011) y perdieron su armonía en sus siguientes tres filmes, “To the Wonder” (2012), “King of Cups” (2015) y “Song to Song” (2017), un inusual ritmo de producción por parte de un director que solía firmar un nuevo proyecto cada siete años. Ahora, en “Una vida oculta”, Malick presenta una de sus películas más accesibles y la más extensa, lineal y narrativa de su filmografía.  
En ella reconstruye parte de la vida de Franz Jägerstätter, un granjero austríaco real que se negó a luchar con el ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. A Jägerstätter se le ha calificado como objetor de conciencia, aunque Malick lo presenta como un hombre en una encrucijada donde confluyen su relación con su familia, su visión de la divinidad y las exigencias de las autoridades oficiales tanto políticas como religiosas, alguien que solo tiene una salida consecuente tras formular una simple pregunta al principio del filme: ¿es que la gente no reconoce el mal cuando lo ve?
Pese a su envoltorio de drama durante la ocupación nazi, “Una vida oculta” es una reflexión humanista frente a la demagogia y un estudio de la imposibilidad de acción ante fuerzas que superan la capacidad individual. Jägerstätter, ante la complicidad entre estado y estamentos religiosos, y el fervor patriótico, nacionalista y xenófobo que invade a sus vecinos en una edénica localidad de las montañas austríacas, no aboga ni por el combate ni la pasividad sino por la integridad moral.
Para relatar el calvario que sufre este hombre, Malick recurre a un tono desapasionado y a una cinematografía de gran belleza. El director no puede evitar presentarlo prácticamente como una versión humana de Jesucristo —episodios de la vida de este último centrarán el próximo filme de Malick—, pero en este proceso de enaltecimiento la película logra reafirmar la humanidad de su protagonista. El momento vital de su protagonista es, en el fondo, parejo al que se han hallado la mayoría de héroes míticos. Franz Jägerstätter se encuentra en una situación que ha sido explorada desde el teatro griego, el cual se centró en indagar en antihéroes puestos en situaciones de imposible resolución al serles inviable satisfacer las obligaciones contrapuestas con el estado, con los dioses y consigo mismos. Entre Grecia y Malick los dioses cambian, pero la humanidad permanece.
No obstante, Malick no es un director que focalice la introspección sino que su cámara se fija en la fría exposición desde el exterior. Para ello no duda en extender el metraje, dando argumentos a sus detractores de que el realizador abusa de autoindulgencia, de que llena sus filmes con secuencias no narrativas que buscan persistir en la creación de una atmosfera y no el desarrollo de sus personajes. Cierto es que hay mucho de criticable en las apuestas de Malick, como sus momentos de pomposidad redundante o su tendencia a una falta de concreción narrativa, y su planteamiento filosófico es fácilmente no compartido. Sin embargo, cada película de Malick es fascinante tanto por sus logros como por sus fracasos. Malick nunca tiene miedo en salirse de la convencionalidad para aspirar a la trascendencia, en rehuir la planitud en busca del lirismo.

Su cine no solo es un acto de valentía pero una apuesta casi segura por el naufragio, ya que sus películas fluctúan más cerca del mundo de las ideas que de la narratividad, concebidas con una serie de marcados manierismos del director —la meditativa voz en off, los planos largos, la fijación con la naturaleza— que fascinan a una parte del público y exasperan a otra. Terrence Malick, antes de ser cineasta, iba camino de ser filósofo. Se graduó en Filosofía por la universidad de Harvard y su tesis posterior, la cual abandonó, se centraba en Heidegger, Kierkegaard y Wittgenstein. Además, es traductor de Heidegger, pensador con quien estudió personalmente. Ensayos académicos sobre las películas de Terrence Malick también incluyen a Schopenhauer como gran influencia por su búsqueda de una consciencia despierta, con conocimiento de su fragilidad, en su encuentro con lo sublime. Cada película de Malick es la empresa imposible de aunar de forma accesible una serie de reflexiones filosóficas, de ideas fenomenológicas y de discursos estéticos a través de un medio eminentemente narrativo como es el cinematográfico.
Es inevitable que un nuevo filme de Malick sea un recordatorio de aquella frase de Samuel Beckett que decía “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Seguramente Malick ya firmó en 2011 con “El árbol de la vida” la que sería su obra maestra, un legado difícil de superar. “Una vida oculta” es su mejor película desde entonces, una cinta tan imperfecta como cautivadora que, en comparación con “El árbol de la vida”, podría ser calificada como pequeño fracaso. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.

Ficha técnica:

Director: Terrence Malick.

Intérpretes: August Diehl, Valerie Pachner y Maria Simon.

Año: 2019.

Duración: 174 min.

Idioma original: Inglés y alemán.

Trailer:

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