Coronavirus: ¿Por dónde empezar?

normalidad después del coronavirus

Nadie sabe por dónde empezar. Cuando termine el confinamiento y volvamos a la normalidad — ¿qué normalidad?— el paisaje habrá cambiado completamente. Miles de personas habrán muerto, miles de puestos de trabajo habrán desaparecido, miles de euros se habrán evaporado. Las medidas implantadas por el Gobierno que, es preciso reconocerlo, introducen formas innovadoras de protección para algunos sectores de la población, desgraciadamente no todos, habrán servido de contención, pero hará falta mucho más.

¿Cómo imponerlo? El horizonte es muy incierto pero tal vez el peligro mayor es el de una involución autoritaria del Estado; que prime la idea de que hay que reforzar los mecanismos coercitivos para que la población no se desmande. Es una orientación equivocada. No solo por la necesaria defensa de los derechos civiles y políticos, sino porque es la mejor herramienta para no quedar aplastados por los poderes, en otro tiempo llamados poderes fácticos: las finanzas, los grandes lobbies empresariales, las fuerzas del orden, los intereses geopolíticos y la disimetría impuesta en el orden internacional.

Dado que el Gobierno en nuestro país está en manos de una coalición de izquierdas, la derecha y la ultraderecha claman contra lo que denominan su “autoritarismo”. No nos dejemos engañar; no olvidemos su querencia por los métodos represivos cuando están en el gobierno ni la supresión de los derechos políticos en… ¿España?, no, en Hungría, donde gobierna Victor Orban, un destacado miembro de la ultraderecha europea.

Este no es el camino. Por el contrario, es clave proteger y reforzar las precarias organizaciones que se han puesto en pie en los últimos años, inclusive en plena pandemia: las organizaciones de barrio, las iniciativas de solidaridad, el llamado “sindicalismo social” como el Sindicato de inquilinos, los centros sociales, los grupos de consumo, las cooperativas agrarias y del tercer sector, incluido todo el tejido de la economía social y solidaria. Incluidos también los agentes políticos municipales más ligados a lo que fue la ola del municipalismo. Una incipiente nueva institucionalidad que pueda dar apoyo a las luchas del futuro.

Tal vez sea poco, pero es algo conocido por donde empezar. Hay quien dice que el slogan feminista “poner la vida en el centro” es demasiado abstracto. Tienen razón. Es solamente un principio de actuación y de juicio. Un criterio director. Nos sirve como elemento de valoración a la hora de enjuiciar diferentes alternativas estableciendo un eje de demarcación: favorecen o perjudican el derecho a la vida. El derecho a vivir de los que están vivos, el derecho a mantenerse con vida con dignidad. En cuanto principio rector obligaría al Estado y a las autoridades públicas. Y permitiría eliminar todas aquellas medidas que impiden sobrevivir, por ejemplo la Ley de extranjería o las políticas de austeridad.

Sirve como punto de partida. De él no se deducen mecánicamente las medidas pertinentes. Pero unido a la fuerza y la inteligencia colectiva reunida en las organizaciones de base puede servir para trazar líneas de intervención que protejan a todas aquellas personas a las que de otro modo se sacrificaría.

Todo eso deberíamos pensarlo a nivel internacional o global. La vieja jerarquía que ordenaba de menor a mayor los diferentes poderes se ha desquiciado. Los ámbitos de poder local, regional, autonómico, estatal-nacional, internacional, global, están mezclados. Se trata de un juego de escalas más que de peldaños en una escalera ascendente o descendente. Las competencias están embarulladas. De modo que las fuerzas alternativas debemos aprender a jugar en esa diversidad, creando redes que escapen a la geometría administrativa.

Uno de los problemas más graves es que no existan órganos de poder global, ni siquiera al nivel regional europeo. La lucha de clases que atraviesa Europa no es entre países del Norte y países del Sur, sino entre las élites neoliberales de todos los países europeos, por no decir las élites globales, y las poblaciones respectivas, más empobrecidas las del Sur y relativamente más protegidas las del Norte. Con una opinión pública por lo general muy poco crítica y con núcleos de empobrecimiento severo en todos los países. ¿Qué tal una reedición de los Foros sociales a nivel regional y global?

Cabe suponer que la primera medida de la ultraderecha, si lograran tener capacidad de gobierno, sería justamente acabar con todo ese tejido. Miremos hacia atrás: el fascismo clásico empezó atacando los núcleos organizados del movimiento obrero de la época: las casas del pueblo, las cooperativas agrarias, los sindicatos, las alcaldías socialistas o republicanas, todo el tejido proto-institucional que se había ido creando durante decenios. Su equivalente hoy serían las organizaciones antes citadas o embriones de organización. El ataque a los partidos políticos viene después porque, en la medida en que se quedan privados de su entorno social, pierden cualquier retaguardia y son extremadamente vulnerables.

También cabe pensar en un “golpe por arriba”, una especie de autogolpe como el que dio Erdogan en Turquía o el que está preparando Bolsonaro. Parecido a lo que ocurrió en Bolivia con Evo Morales. Los intentos de destitución de Pedro Sanchez irían en el mismo sentido. Aprovechar la crisis para forzar una dimisión del Gobierno acusándolo de mala gestión y de provocar las muertes que no ha podido evitar. Estoy convencida de que una parte de la población no lo aprobaría, pero el apoyo al Gobierno no es tan alto que una aventura desestabilizadora esté descartada de antemano. Con las consecuencias pertinentes.

Cuando pienso en la feroz represión del franquismo, que tanta gente de mi edad vivimos en primera persona, tengo claro que su objetivo era erradicarnos de la faz de la tierra. Éramos gente desviada, criminales, delincuentes, peligrosos subversivos, que suponíamos un peligro mayúsculo para la sociedad. Muchos no veían mal esa represión que coincidía con sus propios juicios y temores. Por convicción, por miedo, por supervivencia, por ignorancia, por pasotismo, por lo que fuera, pero muchos lo veían como un mal menor.

¿Qué niveles de autoritarismo y de represión estaría dispuesta a tolerar mucha gente tras una situación como la actual? Se está viendo que los inmigrantes no eran el problema sino la solución a la falta de mano de obra en el campo en determinados momentos. Se está viendo que las trabajadoras de la limpieza son fundamentales para que la epidemia no vaya a más, hasta el punto de que son consideradas esenciales. Se está viendo que los trabajos que nos mantienen con vida son los más precarizados y mal pagados, como resultado de una valoración equivocada de las necesidades sociales. Se está viendo que las actividades más directamente relacionadas con el cuidado peligran si se convierten en nicho de negocio. ¿Cambiará esto la valoración social de las luchas en todos esos sectores haciendo imposible la estigmatización de los movimientos sociales que los defienden? ¿Cuántas veces tendremos que repetir eso de “acordaros de 2020” para que no se vuelva a imponer el sentido común según el cual los beneficios económicos de los inversores son lo primero y lo único que garantiza el bienestar? ¿Conseguiremos dignificar todos esos trabajos y pagarlos adecuadamente, incluso gestionarlos de un modo acorde a su importancia social quitándoles el sanbenito anticuado de su condición servil?

Para todo ello necesitamos salir del individualismo extremo impuesto por el neoliberalismo dominante y recuperar la dimensión colectiva de las luchas. Lo primero es recuperar el tejido social y crear organización. Pero ésta tiene que ser horizontal y democrática. Asentada sólidamente en los territorios tanto materiales como virtuales, en los espacios compartidos y en las redes. Como ya predijo Guy Debord, la política del espectáculo no es un buen aliado por más que desgraciadamente nos nutrimos de ella. También eso tendrá que cambiar potenciando una política de comunicación responsable que consolide un territorio propio.

Podemos empezar por ahí: organización, comunicación, nueva institucionalidad. ¿Será suficiente?

 

Texto publicado originalmente en El Salto.

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