En ocasiones surge la pregunta sobre si el procés soberanista continúa su curso o ha finalizado. Desde una perspectiva de estricta racionalidad política, todo apunta a que el procés concluyó tras el fracaso de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española y la sentencia condenatoria a los líderes del movimiento secesionista. Sin embargo, desde un punto de vista emocional, el sector más hiperventilado del independentismo actúa como si el procés continuase operativo. Y hemos de tener en cuenta que para el movimiento secesionista los factores sentimentales pesan infinitamente más que los racionales. El carácter de religión laica del nacionalismo catalán le hace prácticamente inmune a los argumentos racionales. Si nos permite la metáfora tomada de la astrofísica, el procés sería como una estrella que se apagó hace decenas de años luz pero cuya desaparición no se detectó en la Tierra hasta pasado ese tiempo.
Estos distintos posicionamientos se reflejan en la profunda división del independentismo. Por un lado, Carles Puigdemont y el president vicario Quim Torra –bajo las siglas de Junts per Catalunya (JxCat) en disputa con el PDeCat- postulan la continuidad del procés mediante la denominada “confrontación inteligente” con el Estado. Una línea compartida por la CUP que aboga por proseguir con el enfrentamiento hasta generar una situación insostenible que obligue al Estado a negociar las condiciones del ejercicio del derecho de autodeterminación. Aunque desde Waterloo se ha lanzado una OPA contra la CUP al ofrecerle un puesto preferente en la lista de JxCat. De esta manera se busca dividir a esta formación de la izquierda independentista, ya que el sector más nacionalista, Terra Lliure, podría aceptar la envenenada propuesta, frente a la negativa del sector de Endavant de mayor sensibilidad social.
Justamente, esta orientación irredenta de Waterloo ha provocado la implosión del espacio de la antigua Convergència con la aparición del Partit Nacionalista de Catalunya (PNC) y la Lliga Democràtica, así como por la ruptura entre el PDeCat y Junts per Catalunya. Así, una parte muy notable de los cargos públicos en las cámaras legislativas española y catalana y en el Govern han abandonado el PDeCat para integrarse en el proyecto de Puigdemont. Ello no resulta extraño dado el férreo control de Puigdemont en la confección de las listas electorales, donde se purgó a los desafectos, y acaso por el oportunismo de ciertos dirigentes que perciben en esta formación al caballo ganador. Además, Torra, sin duda siguiendo las directrices de Waterloo, ha realizado una remodelación sorpresa de su gobierno cuyo objetivo principal es expulsar del ejecutivo a Àngels Chacon, la única consellera que no ha roto con el PDeCat y que se perfila como la cabeza lista de esta formación, pero también para ajustar cuentas con Miquel Buch, conseller de Interior, a quien ya intentó cesar tras la actuación de los Mossos d’Esquadra a raíz de los disturbios de la sentencia del Tribunal Supremo contra los líderes independentistas. También ha sido purgada –acaso para compensar- Mariangels Villallonga, consellera de Cultura, quien criticó la excesiva presencia de la lengua castellana en TV3 y en el Parlament. Todos ellos sustituidos por fervientes puigdemontistas como Ramon Tremosa, ex eurodiputado conocido por sus reiterados fake news. Todo ello resulta congruente con el carácter autoritario de Puigdemont que no acepta la menor crítica ni discrepancia y que fulmina a quienes se atreven a hacerlo, como denunció en su día Marta Pascal, ex secretaria general del PDeCat y actual líder del PNC. En otro orden de cosas, está por ver si la purga de Chacón puede comportar una ruptura con Junts de los diputados que han permanecido fieles al PDeCat, lo cual podría comprometer la actual mayoría parlamentaria en la Cámara catalana y favorecer la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado.
De modo que este ámbito político se encuentra escindido en cuatro fracciones: Lliga Democràtica se ubica en el espacio del catalanismo autonomista, PNC en el ámbito que va del autonomismo al independentismo no unilateralista, JxCat representa al nacional-populismo hiperventilado, independentista y unilateralista y el PDeCat cuyo alineamiento se presenta incierto, en un espacio intermedio entre el PNC y JxCat. Está por ver si PNC, Lliga y PDeCat alcanzan algún tipo de acuerdo de coalición preelectoral el cual, de conseguir representación parlamentaria, podría romper con la actual mayoría absoluta independentista en la Cámara catalana.
El procés soberanista se ha revelado como una máquina trituradora de partidos y figuras políticas, así como por dividir profundamente a la sociedad catalana en dos bloques antagónicos. Esa lógica infernal ha llegado a sus propias filas entre durísimas acusaciones de traición a la causa patriótica hacia aquellos que se niegan a someterse al liderazgo autoritario de Puigdemont y a los dogmas crecientemente xenófobos y supramacistas de esa versión catalana del nacional-populismo europeo.
Por otro lado, ERC, entre numerosas contradicciones y sometida a la fuerte presión de Torra y Puigdemont, apuesta –comprobado el fracaso de la vía unilateral- por apurar la vía de negociación con el Estado, en la línea de ampliar la base social del movimiento independentista a fin de superar la barrera del 50% de los votos. Ahora bien, su propuesta estelar, la mesa de diálogo con el gobierno español, que fue una de las condiciones sine qua non para que ERC se abstuviera en la investidura de Pedro Sánchez, está siendo saboteada por Torra y Puigdemont al plantear condiciones inasumibles como la amnistía o el calendario para la autodeterminación. Por parte del ejecutivo español, el apoyo de ERC al ejecutivo español ha perdido valor de cambio, a raíz del viraje de Ciudadanos que parece dispuesto a aprobar los Presupuestos Generales del Estado, lo cual haría prescindibles los votos de Esquerra.
En cualquier caso, Oriol Junqueras se ha desmarcado de la línea de confrontación de Puigdemont y Torra con el argumento de que ahora profundizar en esta orientación conduciría a una derrota segura, además de reclamar una concreción, de momento inexistente, en esta línea de enfrentamiento con el Estado.
En este sentido, resulta muy significativo, en la media que ejerce como portavoz de las elites catalanas, el artículo Cal ser pragmàtics https://www.ara.cat/opinio/Cal-pragmatic_0_2517948211.html de Andreu Mas-Colell, conseller de Economia en el gobierno de Artur Mas, donde argumenta que la vía de la confrontación no conduce a ninguna parte (es darse cabezazos contra la pared). Ni el gobierno español está dispuesto a aceptar la separación de Catalunya, ni ésta cuenta con apoyos en Europa. En conclusión, ante la enorme crisis económica que se avecina es preciso implementar una vía pragmática y de negociación con el Estado, a la manera del PNV, y dejar para tiempos mejores la aspiración a la independencia que el autor comparte.
Meses convulsos
En enero de este año Torra anunció que, habiendo perdido la confianza en ERC, a raíz de su inhabilitación como diputado, convocaría elecciones una vez aprobados los presupuestos de la Generalitat que fue posible gracias a la abstención de los Comunes. Es más, se especuló como fecha más probable el 4 de octubre para así aprovechar la subida de la adrenalina patriótica del Onze de Setembre, el aniversario del 1 de octubre y los efectos de su más que probable inhabilitación como president de la Generalitat.
Sin embargo, han concurrido dos circunstancias para incumplir este compromiso: por un lado, la situación de emergencia sanitaria y económica generada por el Covid 19 y, sobretodo, la necesidad de ganar tiempo para acabar de consolidar el proyecto de JxCat, una vez verificada la ruptura con el PDeCat.
Además, la estrategia de JxCat sigue reposando en la previsible campaña, vehiculada y atizada por los medios de comunicación públicos de la Generalitat de carácter netamente puigdemontista, cuyo objetivo será denunciar el carácter antidemocrático del Estado español que ha inhabilitado a un president de la Generalitat como acicate para propugnar la secesión como la única solución a los problemas del país. Ello, complementado por los ataques a ERC por su falta de firmeza independentista. De hecho, para el vector Torra/Puigdemont el principal enemigo a batir no es tanto el Estado español como Esquerra y ahora subsidiariamente también el PDeCat.
Como hemos apuntado, el fracaso de la vía unilateral y la ausencia de objetivos tangibles tras una década de procés soberanista han derivado en una enorme frustración en los sectores más hiperventilados del movimiento independentista. Una frustración que se ha resuelto en hispanofobia y supremacismo, así como en actitudes sumamente excluyentes tanto respecto a la ciudadanía que no comparte su proyecto político como contra aquellos que aunque se declaren independentistas son considerados tibios o poco radicales en su actuación política.
Este sector del movimiento independentista se ha revelado inmune a la situación creada por la pandemia, la cual parecería favorecer la tendencia a decretar una especie de tregua en el conflicto político e identitario a fin de buscar una suerte de colaboración puntual con las instituciones del Estado para combatir la crisis sanitaria y socioeconómica. Por el contrario, para estos sectores el coronavirus ha sido percibido como una oportunidad para profundizar en la confrontación con afirmaciones del tipo “España nos mata” o que en Catalunya habría habido menos muertos de ser un Estado independiente, las cuales han sido desmentidas por la pésima gestión de la Generalitat de la crisis sanitaria.
Las elecciones en ciernes permitirán evaluar no solo la correlación de fuerzas entre formaciones independentistas y no independentistas, sino entre las diferentes facciones del movimiento secesionista. Desde luego, sería una pésima noticia que el sector más nítidamente nacional-populista, autoritario, supremacista y excluyente, se alzase con la posición hegemónica no solo dentro del movimiento secesionista, sino que se convirtiese en la fuerza más votada del país.
En condiciones de mínima racionalidad política, este sector del independentismo debería sufrir un severo varapalo en las urnas. Sin embargo, su carácter mesiánico y de religión laica impide validar este pronóstico. En cualquier caso, aunque no se vislumbren las condiciones para la efectiva independencia de Catalunya, el procés soberanista ha conseguido revitalizar al movimiento nacionalista cuando durante el pujolismo prácticamente había alcanzado todos sus objetivos históricos, acaso con la excepción de la financiación autonómica. Eso sí, a costa de generar una profunda fractura en la sociedad catalana y con la desaparición de la escena pública del denominado “catalanismo integrador”, sustituido por el independentismo excluyente.
En definitiva, nos esperan unos meses sumamente convulsos en los que el sector más hiperventilado del movimiento secesionista intentará aprovechar los efectos de la crisis económicos derivada de la pandemia y de la inhabilitación de Quim Torra para profundizar con el conflicto e intentar destruir tanto las aspiraciones hegemónicas de ERC como de las formaciones que se reclaman tanto del catalanismo autonomista como del independentismo no unilateralista.