UNO: LA CANTIDAD
Lo obvio suele ser verdad y, además, tiende a tener efectos tangibles: 462 euros no dan para vivir: pagar el alquiler, la comida, el agua del gas, ropa, un imprevisto, ir al dentista y poner empastes antes de tener que arrancar una muela, que las bocas desdentadas no venden bien en las entrevistas de trabajo. 462 euros y lo que vayas sumando por hijo no dan sobre todo para estar tranquilo, para apuntalar un sosiego, una salud mental, una confianza en el futuro que te permita pensar qué quieres para ti y los tuyos y cómo conseguirlo. Que te permita planificar los caminos, buscar las herramientas. Y qué difícil se hace, cuando todo es supervivencia, encontrarse y organizarse, tomar impulso y pensar en común, qué difícil ejercer plenamente los derechos políticos, los sociales, los derechos todos, con hambre y miedo al futuro.
DOS: LOS TIEMPOS
Pero dejasteis caer esa cifra en medio de la desesperación, no de una desesperación cualquiera, la regular desesperación intrínseca a este capitalismo inhumano, sino en un momento de desesperación concreta, la del cierre de la normalidad y la extinción para tanta gente de sus únicos modos de vida. Y en medio de la desesperación, esa gente que ya estaba en paro y veía imposible cualquier oportunidad de encontrar un trabajo, esas madres solas que habían tenido que dejar sus empleos para no tener que dejar a sus hijos solos. Esos millones de camareros, trabajadoras del sector turísticos con sueldos que ya se diluían el día 25. Toda esa gente vio en ese subsidio exiguo algo a lo que agarrarse.
Tantas que llevaban años caminando sobre la cuerda floja de la precariedad se habían quedado de pronto sin ninguna red. Fue en ese momento cuando anunciasteis esos 462 euros, que eran 462 euros más que la nada que esperaba al final del mes en la cuenta de muchos, que además, dijisteis, serían compatibles con algunos trabajillos. Que además, aseverasteis, sería quizás complementado por las comunidades autónomas. Que además, insististeis, no repetiría los errores de las rentas mínimas y sus laberintos burocráticos que ya sabemos lo que nos cuestan. En ese momento prometisteis vuestro Ingreso Mínimo Vital, y con todos esos alicientes, y la gente dijo: menos mal.
Menos mal, dijo la gente, mientras la cuerda floja daba cada vez mayores sacudidas. Pero entonces, mucha de esta gente, demasiada de esta gente, se encontró que lo que teníais en cuenta eran los ingresos del año pasado, mucha de esta gente tirada al vacío, vino a darse cuenta, de que lo míseros 500 euros que cobró de camarero, que juntó haciendo horas de acá o allá, los 900 euros con los que a duras penas pagó la hipoteca y puso comida en la mesa familiar, los excluyen ahora de cobrar esos 462 euros. Ahora que no tienen nada, porque ¿cómo se ahorra con sueldos de mierda y alquileres a precio de oro?
Y sabéis qué, hay algo no menos nefasto, no menos perverso: el Estado abonará la diferencia entre los ingresos y ese umbral mínimo para que haya un piso común, decíais, para que nadie se quede por debajo. Mira qué cosas tiene la diacronía, hay gente que cobra eso: la diferencia entre lo que ingresó el año pasado y el Ingreso Mínimo Vital. Solo que ya ni ingresa la miseria que ingresó el año pasado, así que lo que ahora tiene, lo que pasará a engrosar las estadísticas de los IMV finalmente aceptados, es la diferencia entre el mínimo y la miseria, un puñado de euros que más que una ayuda son un insulto.
TRES: LA GENTE
La gente no tiene la culpa de ser pobre. Yo sé que lo sabéis, lo dijisteis muchas veces ante las cámaras y en el Parlamento, lo defendisteis a capa y espada ante los de “la paguita”. Hablabais de derechos sociales, llevabais la propuesta de un sistema de protección social mejor en vuestros programas. Disputabais el sentido común neoliberal en debates y notas de prensa.
Pero el sentido común neoliberal se os coló en las prácticas. Os diseñó los formularios y los plagó de trampas. Os coló la ficción de que se pueden garantizar derechos sociales sin una administración pública fuerte bien provista de trabajadores. Le metió un buen bocado al presupuesto. Y abocó a quienes se quedan siempre afuera, al mismo via crucis burocrático de siempre. Una inflación de discurso, meses después de aprobada la medida, ha estallado como estallan todas las burbujas que no se sostienen sobre las condiciones materiales reales de la gente.
Y sí, son peores, son muchos peores, los que hablaban de la paguita, los que desde las comunidades autónomas agudizan el impacto de vuestro fracaso con sus propias políticas anti-pobres. Pero cuando no hay dinero en la cuenta ni comida en la nevera se pierde un poco la capacidad de distinguir entre lo malo, lo peor y lo terrible.
CUATRO: LA HISTORIA
Estabais haciendo historia. Vosotros lo decíais, nosotras lo reproducíamos, mucha gente lo creía. Pero no se puede decir que algo es histórico antes de que sea un hecho. Sabemos que gobernar es difícil, que el Estado licua rupturas y grandes giros, que las derechas tiran hacia su lado los marcos de lo posible con saña y eso impone siempre regateo a la baja de los derechos de quienes no tienen poder. Sabemos que hay una distancia entre los programas electorales y la rigidez institucional. Que implementar nuevas medidas que han de ser coordinadas por distintas administraciones es difícil.
Más fácil hubiese sido contener el triunfalismo, ser honestos con las dificultades, controlar tanto hype, no abarrotar las redes sociales, los medios, y las expectativas de la gente, de discursos grandilocuentes que luego no se iban a sustentar en los hechos, en lo material. A la gente no le gusta seguir de pobre. Pero menos le gusta que le tomen por idiota.
CINCO: LOS DAÑOS
Es verdad que estáis haciendo algunas cosas para mitigar el impacto. Lleváis haciendo algunas cosas desde que en las primeras semanas tras su implementación, la gran medida histórica fuera noticia por reproducir la misma historia de siempre. Duele sin embargo pensar que, de todas las cosas en las que podíais haber fracasado, fracasarais tanto en esto. A ratos se siente, como periodista, un cierto vértigo al criticaros, un no querer hacer sangre con el gobierno de coalición sabiendo la ciénaga facha, neoliberal y torpona que aguarda en la oposición. Pero esto no va de no hacer daño al Gobierno de manera que se hunda y la gente sea la más dañada, esto va de que dejáis a tanta gente huérfana de alternativas.
Que con este fracaso se asienta la normalización de que siempre habrá gente cuya existencia pende de un hilo y que el Estado no estará ahí para hacer de red. Que un Estado que sabe que nadie tiene la culpa de ser pobre y legisla sobre esa premisa es una utopía. Un Gobierno que entiende que es su responsabilidad poner los medios para que la incertidumbre no se coma las vidas, y ponga todo lo que esté en su mano para que esto se cumpla.
Con este fracaso, la máxima de no dejar a nadie atrás palidece. Y entre quedarse atrás porque unos no entienden que a la gente se le dé subsidio (aunque su vida haya sido fuertemente subsidiada por padres, empresas y partidos políticos), y quedarse atrás porque el Gobierno que dijo que no iba a abandonarte te pone cien mil impedimentos para acceder a ayuda, hay diferencias. O no. Depende de cuánto apriete el hambre, la incertidumbre y la soledad.
Artículo publicado originalmente en El Salto.
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