- El punto de partida para un diálogo fructífero entre ciencia y religión en nuestros días debería ser este: La ciencia es lo mejor que tenemos desde el punto de vista del conocimiento físico-biológico y lo más peligroso que hemos creado desde el punto de vista ético[1].
- Esta ambivalencia, o doble valor contradictorio, de la ciencia se ha hecho más aguda en nuestra época porque, en sus áreas más avanzadas, la ciencia se ha fusionado con la tecnología hasta formar un complejo único, lo que llamamos tecnociencia o complejo científico-técnico. La biotecnología es el mejor ejemplo actual de esa fusión.
- Si se admite este punto de partida, entonces lo más sensato sería que la ciencia institucionalizada admitiera modestamente su ambivalencia y reconociera humildemente sus limitaciones. Por ejemplo, declarando que ignoramos e ignoraremos[2] en muchos ámbitos esenciales del conocimiento y en particular en aquellos ámbitos que más tienen que ver con los hábitos o comportamientos humanos susceptibles de ser calificados de buenos o malos.
- Y por la misma razón, si se admite este punto de partida, las religiones deberían renunciar a disputar con la ciencia en el plano del conocimiento físico y biológico. Las religiones deberían admitir que esa es una batalla perdida hace mucho tiempo y autolimitarse al ámbito de los comportamientos humanos, al ámbito de la ética.
- Todos los conflictos históricos entre ciencia y religión se han debido a la desmesura de las religiones institucionalizadas, a su pretensión de meterse en camisa de once varas disputando con la ciencia en todos los planos del conocimiento. Eso ocurrió ya en la Grecia clásica cuando la religión de Asclepios disputaba con la medicina (tendencialmente científica) hipocrática[3]. Y volvió a ocurrir, en la edad moderna, a propósito de las teorías de Copérnico, Galileo y Darwin[4], que no eran, dicho sea de paso, personas antirreligiosas, sino personas que querían separar los planos en discusión, a pesar de lo cual fueron fueron denigrados por las religiones institucionalizadas (la protestante, la católica y la anglicana).
Resulta ridículo en este sentido el que el Vaticano haya mantenido durante décadas y décadas un premio para el que demostrara que Galileo y Darwin estaban equivocados. O que todavía hoy en día algunas religiones pretendan que hay que enseñar en las escuelas, en plan de igualdad, el mito creacionista y la teoría evolucionista[5]. Eso desacredita a cualquier religión a los ojos de la razón.
- Ahora bien, en todas las religiones (institucionalizadas en iglesias o no) hay un saber, que podemos llamar sapiencial, sobre los hábitos y comportamientos de los seres humanos en comunidad a partir del cual se expresan mandamientos, consejos o normas éticas que tienen mucho valor porque son resultado, por lo general, de observaciones largamente repetidas y de reflexiones psico-sociológicas muy notables. Observaciones y reflexiones así se pueden encontrar tanto en las tres religiones del Libro (judaísmo, cristianismo, islamismo) como en otras que están a caballo entre lo que llamamos religión y lo que llamamos filosofía.
Este saber sapiencial merece ser conservado, conocido y enseñado, con total independencia de que las personas que lo conservan o a las que se enseña, crean o no crean en los dogmas o doctrinas básicas de esas religiones, por ejemplo, en la creación divina, en la transmigración de las almas, en la resurrección de la carne o en la existencia de la santísima trinidad.
Digo que conviene conservar este saber no sólo por razones históricas, o sea, porque esta o aquella religión haya sido en el pasado parte de nuestra tradición cultural, sino también por una razón más decisiva y actual: porque en lo que hace a las conductas, comportamientos y hábitos humanos, las ciencias, lo que llamamos “ciencias humanas” o “ciencias sociales” no han avanzado lo suficiente como para que se pueda afirmar sin duda que nuestro conocimiento, en este ámbito, es definitivamente mejor que el sapiencial para la vida práctica de los humanos.
- En este ámbito las religiones no tienen por qué entrar en conflicto con la ciencia. O mejor dicho: no hay conflicto de importancia. La prueba de ello es que muchos de los grandes científicos modernos y contemporáneos han leído y apreciado mucho esos textos y hasta se han considerado religiosos aceptándolos, sin percibir que hubiera contradicción entre ellos y sus propias aportaciones al conocimiento del mundo físico o biológico. Einstein es el caso más conocido en el siglo XX. Y Einstein pasa por ser el gran científico del siglo[6]. Pero lo mismo se podría decir de una pléyade de científicos actuales.
- En el ámbito de las conductas, hábitos o comportamientos humanos susceptibles de valoración ética el conflicto no se da hoy entre religión y ciencia, sino entre religión y filosofía. Lo que llamamos bioética es precisamente el campo de batalla en ese sentido[7]. Se disputa entre una ética de base religiosa y una ética de base filosófica agnóstica o atea[8]. Esto no quiere decir que los científicos permanezcan al margen de esa batalla. Como seres humanos, igual que los demás, tienen opinión al respecto, y no pueden sustraerse a la reflexión sobre las consecuencias éticas de lo que descubren o inventan[9].
Pero lo importante en este punto es que la ciencia no puede decidir en la disputa. Puede, a lo sumo, sugerir que hay bioéticas que no se aguantan desde el estado actual de los conocimientos en genética, en biología, en neurología, en psicología, etc[10].
[1] Véase FFB, La ilusión del método. Ideas para un racionalismo bien temperado, Barcelona: Crítica, 1991 (existe una reedición en edición de bolsillo en 2004, con nuevo prólogo autor).
[2] Referencia al lema-consideración de Emil du Bois-Reymond. De él se hablaba en el editorial del primero número de mientras tanto.
[3] Véase FFB, Para la tercera cultura, El Viejo Topo, 2012, pp. 395-401.
[4] Pueden verse textos de FFB sobre estos autores, preparados para sus clases de Metodología e Historia de la ciencia de los años noventa, en el Arxiu FFB (Universitat Pompeu Fabra. Biblioteca/CRAI de la Ciutadella)
[5] Sigue ocurriendo, salvo error por mi parte, en algunos estados usamericanos.
[6] Uno de los científicos (y filósofos) más estudiados por el autor. Etre sus aproximaciomes, FFB, Albert Einstein. Ciencia y conciencia, Retratos de El Viejo Topo, 2005.
[7] Véase FFB “Sobre tecnociencia y bioética” (Partes I y II), Revista de Bioética del Conselho Federal de Medicina de Brasil, vol. 8, nº 1, Brasilia, 2001, pp. 13-27, y vol. 8, nº 2, Brasilia, 2001, pp. 187-204.
[8] La posición filosófica del autor.
[9] Véase FFB, “¿Hay que dejar la ciencia en manos de los científicos?”, Conferencia UNED, Barbastro, 22 de noviembre de 2007, Biblioteca UPF.
[10] Véase FFB, Ética y filosofía política, Barcelona: Edicions Bellaterra, 2000.