A medida en que la guerra en Ucrania avanza y se agrava, aumentan las voces que reclaman una mediación china en el conflicto. Por lo general, esa petición se basa en el argumento de la proximidad de Beijing a Moscú y que, por tanto, sería quien mejor en condiciones está para influir en Vladimir Putin, haciéndole “entrar en razón”. Lograr la paz en Ucrania sería para China, sin duda, un gran éxito diplomático que ayudaría a realzar y elevar su estatus internacional y mejorar su imagen. Esto nadie lo pone en duda. Pero precisamente esas mismas razones hacen improbable que alguien en particular se lo ponga fácil.
De entrada, China rehúye la petición. Y puede que esto no sea una opción coyuntural sino de principio. En primer lugar, no está claro que Zhonnanghai tenga tanta influencia en el Kremlin. Es verdad que hay una “cuasi-alianza” basada en intereses mutuos pero cada cual perfila y tiene muy en cuenta los suyos propios. En segundo lugar, fijando su posición de partida ante el estallido de la guerra, la diplomacia china se ha movilizado desde el primer momento para apoyar los esfuerzos de pacificación ya sea a través de fórmulas bilaterales y multilaterales. En tercer lugar, Beijing se esfuerza por transmitir una imagen de neutralidad al dialogar con las principales partes –que no las únicas- del conflicto y poniéndose a disposición de la comunidad internacional para procurar una evolución de la guerra hacia el pronto retorno de la paz. Por el momento, no se ha comprometido a unirse o acoger ninguna conversación de paz.
En suma, la opción de China: pedir moderación, implicarse en la ayuda humanitaria a las víctimas, etc., pero ¿puede hacer más? ¿hay una “solución china” para esta crisis?
Su idea de partida, la de desempeñar un papel constructivo, es calificada por muchos como “equilibrista”. Las insistentes insinuaciones de que practica un doble juego, dando, en la práctica, todo el apoyo al Kremlin, tanto para paliar el impacto de las sanciones occidentales como para asegurar su victoria en la contienda, pretenden minar su credibilidad, generar contradicciones y afear su posición ante la opinión pública. Pero las potencias occidentales no pueden desempeñar ese papel, tal como reconoció el propio Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, justamente por ser parte activa. Si queremos de verdad que China tenga un papel mediador en esto debiéramos reforzar su posición y no debilitarla exigiéndole, por ejemplo, la adopción de un mensaje contundente contra Rusia en coherencia con su defensa de la integridad y la soberanía territorial.
En primera línea de este propósito de erosión de la posición china destaca, sin duda, el papel de EEUU, nefasto también en esto aunque relativamente eficaz por el eco que siempre encuentra en la ingenua Europa. Washington presenta las “medias tintas” de Beijing, bendecidas por los menos, como un ejercicio de hipocresía, advirtiendo un día sí y otro también contra la cercanía auxiliadora de China a Rusia (aliviando las sanciones o incluso, dicen ahora, meditando la prestación de ayuda militar), a quien se vilipendia por ser “poco crítica” con Moscú. Si la equidistancia puede ser una ventaja decisiva para mediar, la Casa Blanca trata de minarla constantemente con veladas acusaciones de si estaba al corriente de la invasión, si le va ayudar a mitigar las sanciones, si contribuye a propagar la desinformación rusa, etc.
China, por ejemplo, se ha abstenido en la votación del Consejo de Seguridad de la ONU del 25 de febrero para condenar la invasión rusa, pero también ha adoptado medidas de protección de sus intereses, ya sea a través de la suspensión de operaciones de algunos bancos estatales, del BAII (Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras) o del NBD (Nuevo Banco de Desarrollo) de los BRICS o también rechazando facilitar piezas de repuesto a las aerolíneas rusas. Lo que no cabe esperar en ningún caso es que China secunde a pies juntillas las sanciones occidentales que considera “no basadas en el derecho internacional” a pesar de haber sido dispuestas por países que no dejan de acusarla de no respetar “el orden basado en (nuestras) reglas”.
Igualmente, ha dejado en claro que EEUU debe respetar los derechos e intereses legítimos de China en el manejo de los lazos con Rusia. Beijing no solo no se va a coordinar con nadie para imponer sanciones a Rusia sino que tampoco va a quedar de brazos cruzados si las potencias occidentales pretenden pasarle factura por ello. Por tanto, China vela por sus intereses. Y no es el único que lo hace, claro está.
Rusia, opción de Xi Jinping
La profundización de la relación entre Rusia y China en los últimos lustros es una de las características del mandato de Xi Jinping. Se trata de un giro estratégico de larga data, que podríamos remontar a 1989, con el reseteo de las relaciones a manos de Gorbachov y Deng Xiaoping. Desde entonces, han experimentado un fuerte pulo, acelerado en lo que llevamos de siglo XXI. La actitud de EEUU, a cada paso más confrontativa a medida que China mejora posiciones y que sus autoridades explicitan su rechazo de plano a cualquier propósito de pasar a formar parte de sus redes de dependencia, ha hecho el resto.
Es verdad que hoy, la relación China-Rusia está bajo la tensión por causa de la guerra. Beijing ha reiterado su disgusto con este escenario. Entre otros, supone añadir un desafío más al complejo entorno económico que debe afrontar y dificulta sus planes en ámbitos sobresalientes, ya hablemos de las expectativas de crecimiento como de su proyección en Europa a todos los niveles. Y esas son sus prioridades, que Moscú en modo alguno ha tenido en cuenta.
Se comprende por ello que haya quien desee hurgar al máximo en ese vínculo, agravando diferencias y contradicciones para calibrar su profundidad estratégica. China sabe que tendrá daños colaterales si se pone del lado de alguien en esta contienda. Lo evitará. Pero sobre todo, descartando cualquier distanciamiento de alcance de Rusia. Al menos, mientras Xi Jinping esté al mando, pues es una de sus más firmes apuestas en política exterior. Esta es una prioridad clara de su estrategia.
¿Hay otras visiones en Beijing? En las recién clausuradas sesiones anuales del Parlamento chino, el primer ministro Li Keqiang apeló de nuevo a resetear las relaciones con Washington, instando a la cooperación y a evitar un enfrentamiento con EEUU, enfatizando que las diferencias pueden superarse (a su favor, que el comercio bilateral creció un 30 por ciento el año pasado a pesar de la guerra comercial). Para Li, la principal prioridad de la política exterior china debiera ser recomponer la relación con EEUU.
Una crisis europea
En Europa crece la indignación por la guerra, aunque las responsabilidades quizá debieran repartirse mejor. Responder a la inquietud europea es un dato relevante para China en la medida en que ha dedicado muchos esfuerzos a hacer ver a Bruselas que no es de su interés un seguimiento ciego de las políticas de Washington. Hoy estamos en las antípodas de eso. Pero, aun así, en plena guerra también esto es perceptible: a Europa le conviene poner fin cuanto antes; y no está tan claro que a EEUU le interese lo mismo pues cuanto más se alargue el conflicto más se muscularán las dependencias interatlánticas y podrán abrirse brechas en el entendimiento sino-ruso.
En la conversación mantenida con el ministro español Albares, su homólogo Wang Yi reiteró este parecer, invitando a la UE a poner de su parte para establecer un diálogo equitativo. China también “comprende” a la UE y está en disposición de llevar a cabo una política constructiva, dice, que ponga fin a este drama.
Pero nadie se engañe, la solución pasa por EEUU (y la OTAN). Y en el reciente encuentro de Roma entre Jake Sullivan y Yang Jiechi no ha habido avances en los principales diferendos a pesar de su maratoniana duración (7 horas). ¿Puede China acceder a un cambio de postura en Europa si EEUU se aviene a alejarse de Taiwán? Los dos temas han sido objeto de debate en la reunión. Solo en el marco de un acuerdo más amplio que tenga en cuenta el respeto de los “intereses centrales” de cada parte podría pensarse en un giro de 180 grados. Sin embargo, la agenda de desencuentros no para de crecer. Congraciarse con EEUU es mucho más improbable aun que la guerra suponga un punto y aparte en las relaciones Moscú-Beijing. Pero no por eso vamos a ser testigos de una decisión incontestable de China de ponerse al lado de Rusia. Aunque “comprenda” sus razones y se vea ante la incómoda tesitura de hacer cuanto esté a su alcance para evitar su desplome. Un proceder de este tipo facilitaría a EEUU la plasmación de ese anhelado mundo partido en dos, decantándola del lado del “imperio del mal”.
China, por tanto, “no portará la bandera“ para el diseño de una salida a la guerra en Ucrania. Tampoco se desentenderá, pero no secundará las exigencias de alineamiento con las tesis occidentales y apoyará los esfuerzos de unos y otros para lograr la paz, empujando en esa dirección, apelando a la desescalada y, sobre todo, urgiendo soluciones integrales e inclusivas para lograr una seguridad europea equilibrada y garantista para todos.