Reiteraba recientemente el politólogo chino Yan Xuetong, decano en Qinghua del Instituto de Relaciones Internacionales Contemporáneas y Doctor en Ciencias Políticas de Berkeley California, en la revista estadounidense Foreign Affairs que su país no tiene ambición alguna de desempeñar un papel de liderazgo en los asuntos de seguridad global. Su afirmación venía a cuento del papel de China ante la guerra en Ucrania que no solo ha abierto un intenso debate con las potencias occidentales críticas con Moscú sino también en la propia China, entre quienes apuestan por una equidistancia próxima al Kremlin, aunque evitando quedar atrapado entre Washington y Moscú, y quienes abogan por un cambio de estrategia del suficiente calado como para abordar un hipotético retorno a la normalidad en la relación con los EEUU.
Aunque la proyección del creciente poder de China se manifiesta en cada vez más dominios, lo cierto es que la economía sigue centrando sus preocupaciones esenciales y ello afecta muy sensiblemente a las relaciones estratégicas con sus socios principales. Es por eso que, como asegura Yan, China quiere desempeñar un papel importante, acorde con su estatus actual, en la configuración de las normas económicas internacionales, pero no así en otros aspectos donde, por el momento al menos, la asimetría sigue dominando por más que se sobredimensionen sus expectativas.
El planteamiento actual de China se ubica bien lejos de los asertos del maoísmo como aquel de “cuanto más pobre tanto más revolucionario”. Por el contrario, la clave de la estabilidad, el progreso y la paz radica en el desarrollo, la otra cara de la seguridad. No es casual, por ello, que las autoridades chinas presentaran en mayo de este año la que llaman Iniciativa de Seguridad Global (ISG), que se suma a la anterior Iniciativa de Desarrollo Global (IDG), ambos señalados como “bienes públicos” internacionales.
La conciencia acerca de los impactos de los problemas relacionados con la seguridad global en el propio desarrollo de China y el temor a una agudización extrema en los próximos años, a medida que se intensifique el conflicto por la hegemonía entre EEUU y China, aconsejarían tomar la iniciativa, planteando nuevos desarrollos de la idea central del xiísmo en este sentido: la comunidad de destino compartido. Este principio, incorporado a la diplomacia china, sugiere procurar el desarrollo y la promoción de la cooperación de beneficio mutuo como también de los intereses comunes de los pueblos del mundo. Una de sus premisas es que no existe un único modelo de desarrollo que sirva a todos los países y que la elección de cada cual debe ser respetada por los demás. Igualmente, que cuando un país persigue sus intereses debe respetar las preocupaciones legítimas de los demás. La integración de intereses es una demanda para el desarrollo equilibrado de la sociedad internacional. Y ello afectaría tanto al desarrollo como a la seguridad.
Presentada en el Foro de Boao para Asia el 21 de abril de 2022 por el líder chino, Xi Jinping, la ISG apunta a los siguientes tópicos. Primero, postula el abandono de la mentalidad de Guerra Fría, a cada paso más presente en las relaciones internacionales como un instrumento recurrente de creciente importancia para hacer perdurar la actual hegemonía estadounidense. Lleva implícita la condena de las prácticas de desvinculación, corte de suministros y máxima presión, y los intentos para fraguar «pequeños círculos» o provocar conflictos y confrontación mediante lineamientos ideológicos.
Segundo, aboga por una seguridad común, integral, cooperativa y sostenible. Esta visión fue planteada hace ocho años, en la Cumbre de Shanghái de la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Construcción de Confianza en Asia. Es un concepto de seguridad rico en connotaciones, y enfatiza el respeto y la garantía de la seguridad de cada país, coordinando el mantenimiento de la seguridad en áreas tradicionales y no tradicionales, promoviendo la seguridad de varios países y de las regiones a través del diálogo y la cooperación, poniendo igual énfasis en el desarrollo y la seguridad para lograr una seguridad duradera. Es el concepto central de la propuesta y, en la visión china, la clave fundamental para construir un mundo universalmente seguro.
Tercero, reafirma la vigencia del principio de persistir en respetar la soberanía y la integridad territorial de todos los países, no intervenir en los asuntos internos de los demás y respetar el camino de desarrollo y el sistema social elegidos de forma independiente por cada país; persistir en acatar los propósitos y principios de la Carta de la ONU, oponerse al unilateralismo y desechar la política de grupos y la confrontación entre bloques; persistir en tomar en serio las razonables preocupaciones de seguridad de todos los países, atenerse al principio de la indivisibilidad de la seguridad, construir una arquitectura de seguridad equilibrada, efectiva y sostenible, y rechazar la búsqueda de la seguridad propia a expensas de la de los otros países.
Cuarto, asumiendo un enfoque integral y de múltiples frentes, promueve la solución de las discrepancias y disputas entre países de forma pacífica mediante diálogos y consultas, apoyando todo esfuerzo a favor de la solución pacífica de las crisis, rechazando el doble rasero y repudiando el abuso de las sanciones unilaterales y la jurisdicción de brazo largo; y persistiendo en defender una respuesta conjunta a las disputas regionales y los problemas globales como el terrorismo, el cambio climático, la ciberseguridad y la bioseguridad.
Esta propuesta se fundamentaría en la visión de aportar una “solución china” al problema de la gobernanza de la seguridad global, que trascendería la teoría de la seguridad geopolítica occidental, en palabras del ministro de asuntos exteriores Wang Yi. Hasta seis ejes incorporaría esta propuesta:
— Defender firmemente la autoridad y el estatus de la Organización de las Naciones Unidas y practicar conjuntamente el verdadero multilateralismo;
— Permanecer comprometidos con la dirección general de promover las conversaciones de paz y trabajar conjuntamente por soluciones políticas a asuntos críticos;
— Coordinar los esfuerzos para hacer frente a las amenazas a la seguridad, tanto en los ámbitos tradicionales como en los no tradicionales y trabajar conjuntamente para mejorar el sistema de gobernanza de la seguridad mundial;
— Tener en cuenta tanto el desarrollo como la seguridad y promover conjuntamente una fuerte recuperación de la economía mundial;
— Esforzarse por construir un nuevo marco de seguridad regional y salvaguardar conjuntamente la paz y la estabilidad en Asia.
Por su parte, la Iniciativa para el Desarrollo Global propuesta por China, tiene como objetivo hacer un llamado a la comunidad internacional para que preste más atención a las cuestiones de desarrollo, fortalezca la cooperación internacional para el desarrollo y acelere la implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
Más de 100 países han apoyado la iniciativa y más de 50 países se han unido al Grupo de Amigos que abogan por su implementación en la ONU. Cabe imaginar que el mismo esquema de adhesión se pretenderá en el caso de la seguridad.
De la teoría a la práctica
La propuesta china llega en un momento de claro agravamiento de las tensiones internacionales, no solo por la guerra en Ucrania sino por los diferentes síntomas que emergen como preludio de crisis mayores que importa prevenir y evitar.
Un buen ejemplo de ello es la enrarecida atmosfera que podemos apreciar en varios asuntos recientes que tienen a China como protagonista. Es el caso del acuerdo de seguridad entre China y las Islas Salomón, que ha hecho saltar las alarmas en Canberra y Washington, tanto que por sus implicaciones de largo alcance para la seguridad en la región Indo-Pacífica no han dudado en significar como el cruzamiento de una «línea roja». Ello a pesar de que en los últimos lustros, no ha habido el más mínimo interés por parte de Estados Unidos en el archipiélago. Ni siquiera ha desminado una pista del aeropuerto que sigue inutilizable por las bombas que lanzaron contra los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. China lo cambia todo.
El Informe sobre el Poder Militar de China de 2019, emitido para el Congreso de Estados Unidos en mayo de ese año, asegura que, además de haber desplegado misiles de crucero antibuque y misiles tierra-aire de largo alcance en las Islas Spratly (Islas Nansha, para los chinos), el Ejército Popular de Liberación (EPL) también tiene una base militar en Yibuti, en el Cuerno de África, y estaba considerando establecer otro puesto de avanzada en Pakistán.
El Washington Post también publicó en 2019 un informe sobre una supuesta base militar china secreta en el este de Tayikistán. Ese país comparte frontera con Afganistán, Uzbekistán, Kirguistán y otras naciones de Asia Central que limitan con China.
Por su parte, la revista estadounidense National Interest publicó un artículo en febrero del año pasado en el que se planteaba una mayor preocupación por las actividades del EPL en el Ártico, e informaba de que China estaba considerando el despliegue de submarinos en el Océano Ártico.
Todos estos acontecimientos demostrarían a Washington que no todo y no solo es economía y que las ambiciones militares de China van mucho más allá de la región de Asia-Pacífico y que Beijing se está realmente preparando para llevar a cabo una expansión exterior.
El objetivo estratégico de la construcción de bases militares en el extranjero por parte del EPL sería extender su capacidad de proyección de fuerzas de largo alcance a todos los rincones del mundo, ya que Beijing pretende obtener el dominio del desarrollo regional.
Esa supuesta ambición de China de establecer una red global de bases militares, que Beijing niega recordando las más de 800 bases militares a disposición del ejército estadounidense en todo el mundo, no sólo ha llevado a Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Australia y otros estados a unir fuerzas para resistir la “amenaza china”, sino que también ha centrado la atención de la comunidad internacional en la importancia geoestratégica de Taiwán, convertido en un eje no sólo de la seguridad regional del Indo-Pacífico, sino de los intereses de seguridad global.
Esta realidad quedó patente en un comentario de la Secretaria de Estado británica de Asuntos Exteriores, de la Commonwealth y de Desarrollo, Liz Truss, durante el discurso anual de Mansion House en el Banquete de Pascua del Lord Mayor en Londres, el pasado mayo: «La OTAN debe tener una perspectiva global, preparada para hacer frente a las amenazas globales», dijo Truss. «Tenemos que adelantarnos a las amenazas en el Indo-Pacífico, trabajando con nuestros aliados como Japón y Australia para garantizar la protección del Pacífico, y debemos asegurarnos de que democracias como Taiwán sean capaces de defenderse”.
Una hoja informativa sobre las relaciones bilaterales entre Taiwán y EE.UU. publicada en el sitio web del Departamento de Estado de EE.UU. se actualizó recientemente para eliminar las afirmaciones de que reconocía la posición de «una sola China», y que EE.UU. no apoya la independencia de Taiwán. En la versión actualizada, se ha eliminado la declaración que mencionaba a Taiwán como parte de China, y el documento se abre ahora con la declaración «como democracia líder y potencia tecnológica, Taiwán es un socio clave de EEUU en el Indo-Pacífico».
No sin cierto cinismo, el Departamento de Estado como el Instituto Americano en Taiwán han explicado los cambios haciendo hincapié en que la política estadounidense hacia Taiwán no ha cambiado. Pero no es difícil interpretar esta nueva redacción como una quiebra de una legalidad internacional sustentada en los tres Comunicados Conjuntos China-EEUU que sirven de fundamento a sus relaciones bilaterales, y quizá una respuesta al acuerdo sellado por Beijing con las Islas Salomón.
Echando más leña al fuego, la Directora Nacional de Inteligencia, Avril Haines, decía el 10 de Mayo, que desde este año hasta el 2030, Taiwán se enfrentará al mayor peligro de invasión china, pues China continental está fortaleciendo cada día más su ejército para ser capaz de enfrentarse a una posible intervención militar estadounidense y controlar Taiwán. Sin embargo, Haines señala también que Beijing preferiría no adoptar medidas militares para controlar la isla “rebelde”.
Las tensiones entre Beijing y Washington solo podrían aumentar en vista de un posible cambio de postura del país norteamericano hacia el principio de una sola China. Según Yan Xuetong si alguna cosa puede provocar que Beijing decida «aliarse con Rusia», esto sería si «Estados Unidos proporciona apoyo militar para la declaración de independencia ‘de iure’ de Taiwán». ¿Es lo que buscan la Casa Blanca y el Pentágono?
Atendiendo a dicha dinámica, todo son excusas para aumentar el poder militar y las dinámicas adyacentes. Tokio, por ejemplo, va a revisar su Estrategia de Seguridad Nacional y ha propuesto un aumento sustancial del gasto en defensa – posiblemente hasta una cantidad equivalente al 2 por ciento del PIB, frente al 1 por ciento – y el desarrollo de la capacidad de atacar emplazamientos de lanzamiento de misiles en el territorio del enemigo. En Washington, el Ministro de Defensa japonés, Nobuo Kishi, y el Secretario de Defensa Lloyd Austin, se comprometieron recientemente a defender el “orden internacional basado en normas” en una reunión celebrada en el Pentágono. El AUKUS, el QUAD, la Alianza “Cinco Ojos” formarían parte de un mismo escenario llamado a arrastrar inexorablemente a China a un conflicto capaz de doblegar su evolución ascendente.
Conclusión
La pandemia de COVID-19 lleva ya tres años y las llamas de la guerra se han reavivado en Europa, lo que presenta retos importantes para la paz y el desarrollo. Para proseguir la senda de la modernización, China necesita estabilidad y cuanto mayor sea la incertidumbre, sus expectativas se ven afectadas sensiblemente. La negativa a asumir un rol subsidiario en el sistema internacional o a renunciar a un proyecto soberano de perfil propio, agravará la tensión con los poderes hegemónicos globales.
Hasta ahora, China se ha apoyado en el sistema internacional para hacer progresar sus intereses hasta el punto de postularse como líder del impulso de la globalización económica. Tanto la IDG como la ISG se inspiran en la Carta de la ONU. Y es por eso también que sus rivales estratégicos abogan por la defensa de “un orden internacional basado en normas” que oblitera y subalterniza una legalidad que ya no garantiza per se su posición hegemónica.
En ese marco de rivalidad estratégica global, las propuestas sugeridas por China tienen en gran medida como fundamento la idea westfaliana de la supremacía de los Estados en las relaciones internacionales. Abogando por una competición basada en el respeto mutuo y la no injerencia, la denuncia de los riesgos de una nueva guerra fría parece llamada a caer en saco roto.
La superación de las viejas formas de pensamiento que han llevado a la inestabilidad constituye un ejercicio de responsabilidad que redundaría en la mejora de la seguridad global. Pero todo indica que el rumbo de las cosas es otro.
Tras la crisis ucraniana, en China crece el convencimiento de que Estados Unidos intentará abrir un segundo frente de batalla y extender la guerra a la región del Asia-Pacífico. La nueva estrategia Indo-Pacífico de EE.UU. «amenaza con reconfigurar el entorno estratégico de China en caso de que no logre cambiar el sistema chino», afirmó el ministro de Asuntos Exteriores Le Yucheng.