
Desde el punto de vista de las fuerzas catalanistas, quizás el dato más llamativo fue la inoperancia política de las dos formaciones, ERC y Democràcia i Llibertat (la heredera de CiU). En el pasado, cuando ninguna de las formaciones estatales disponía de mayoría absoluta, CiU –con González y Aznar– y ERC –con Zapatero– tuvieron un papel determinante para configurar las mayorías de gobierno; a cambio, eso sí, de importantes contrapartidas para la ampliación del autogobierno en Catalunya.
Una situación que fue hábilmente manejada en beneficio propio por Jordi Pujol, actualmente convertido en un paria de la política catalana. Sin embargo, ahora, cuando el voto positivo, negativo o la abstención de los 17 diputados de ambas formaciones valdrían su peso en oro, la apuesta secesionista les condena a la inoperancia, rayana en la marginalidad.
Esto se evidenció de modo patente en los discursos de Joan Tardà y Gabriel Rufián (ERC), donde ambos sólo propusieron la ruptura con España y que adoptó un tono patético en la intervención de Rufián, quien hizo de su condición de charnego el argumento supremo de la supuesta victoria del independentismo. Ello a despecho del escaso apoyo a la secesión en los distritos de las clases trabajadoras castellanohablantes, a pesar de su presencia como cabeza de lista de ERC y entonando un alegato de fuerte sabor etnicista.
Por su parte, Francesc Homs (DiL) intentó en las formas imitar los planteamientos negociadores del pujolismo, aunque su contenido le alejó de este propósito al reclamar un referéndum de autodeterminación a cambio del apoyo a Pedro Sánchez, un precio exorbitante, sabedor que éste no se lo puede pagar y donde lo único a negociar serían las condiciones de la separación. Si se nos permite la expresión coloquial, ERC y DiL ejercieron respectivamente el papel de policía malo y bueno del independentismo, como puedo apreciarse en el tono bronco de Tardà y Rufián o en las maneras suaves de Homs, pero en las que todos renunciaron a plantear propuestas para el conjunto del Estado y propugnando la separación, a la brava o negociada, de España.
Una actitud que contrastó con las tesis del PNV que, alejado de aventuras soberanistas, se mostró dispuesto a negociar e intervenir en la política española, aunque la participación de Ciutadans (C’s) –que ha propugnado la eliminación del Concierto Económico– en el eventual ejecutivo presidido por Sánchez y las ambigüedades del líder del PSOE imposibilitaron el apoyo de los nacionalistas vascos. Incluso, estas divergencias se apreciaron en la intervención de la representante de EH-Bildu, no sólo porque esta formación, a diferencia de la CUP, concurrió en las elecciones españolas, sino porque se mostró dispuesta a colaborar con un eventual gobierno de izquierdas en España. Acaso el triunfo de Podemos en Euskadi, donde le arrebató a la izquierda abertzale importantes segmentos de sus apoyos electorales, contribuye a explicar este cambio de posición.
Por una de aquellas paradojas tan habituales en la historia de nuestro país, el histórico papel de regeneración y modernización del nacionalismo catalán en España le ha sido arrebatado por la derecha por Ciutadans, una fuerza nacida en Catalunya pero surgida en radical oposición al catalanismo, y por la izquierda por En Comú Podem, que fue la fuerza más votada en Catalunya en las pasadas elecciones generales.
Esta parálisis ha provocado un gran malestar en importantes sectores económicos, sociales, intelectuales y políticos catalanes que perciben cómo la apuesta secesionista les está impidiendo influir en la política española en un momento de trascendental relevancia y donde las reivindicaciones catalanas en materia de infraestructuras o de financiación autonómica podrían haberse visto satisfechas.
Ausencia de alternativas
La cuestión catalana, junto con la crisis político-institucional y socioeconómica, es sin duda una de las grandes cuestiones que deben abordarse con urgencia. En este sentido llamó poderosamente la atención la pobreza, cuando no la ausencia, de alternativas por parte de los partidos estatales. El PP continuó encastillado en el inmovilismo y en el recurso a la defensa cerrada de la Constitución para preservar la unidad nacional que hasta la fecha sólo ha servido para incrementar los apoyos al secesionismo en Catalunya. El PSOE fue incapaz de concretar sus propuestas federalizantes, más allá de vaguedades y generalidades, con escasa credibilidad a este lado del Ebro. Por su parte C’s invocó la regeneración democrática de España como el factor decisivo para desactivar el crecimiento del independentismo, pero sus propuestas carecen de la mínima capacidad de seducción para esos sectores sociales para quienes la formación de Albert Rivera representa el rearme del nacionalismo español.
Únicamente Podemos, IU y Compromís ofrecieron una vía de salida mediante la convocatoria de un referéndum de autodeterminación. Ahora bien, esta propuesta carece de los apoyos necesarios en la Cámara, a la vista de la radical oposición de PP, PSOE y C’s; además precisaría de una reforma constitucional que dilataría en el tiempo su eventual celebración, cosa que no parece que los partidos independentistas estén dispuestos a aceptar.
Por tanto, todo parece apuntar a que la cuestión catalana continuará enquistándose. Especialmente cuando el choque frontal de trenes se aproxima cada vez más, derivado del programa de desconexión exprés impulsado por Junts pel Sí y la CUP que obligará a una respuesta contundente del gobierno español, esté en funciones o en ejercicio, esté liderado por el centro-derecha o el centro-izquierda.
La irresponsabilidad de la clase política española y catalana está propiciando un conflicto de imprevisibles proporciones y donde todas las vías de solución aparecen bloqueadas.