Escribo estas líneas, como ciudadano de Catalunya, desde la más profunda tristeza y preocupación así como desde la más amarga impotencia y desolación.
Lamentablemente de todas las opciones posibles, los acontecimientos se están desarrollando por su peor lado. Las máquinas nacionalitarias están funcionando a pleno rendimiento con su ominoso lenguaje de odio y exclusión, ahondando en una fractura social que tardará años en cauterizarse. De manera asfixiante, apenas queda espacio para quienes nos negamos a alinearnos con ninguno de los nacionalismos en liza, abandonados en una inhóspita tierra de nadie y expuestos a recibir las agresiones de ambos bandos en lucha.
La movilización independentista está consiguiendo, en la funesta lógica acción/reacción, reavivar al nacionalismo español en una dinámica infernal en las que se cavan unas profundas trincheras donde las banderas se utilizan como enseñas de la confrontación y el palo está presto a sustituir a la tela de colores. Hace años que los distritos habitados por las clases medias están plagados de esteladas, mientras que en los barrios obreros no se veían banderas españolas. Ahora éstas empiezan a proliferar en los barrios como un síntoma inquietante del enfrentamiento civil en ciernes. Además, todo parece apuntar a que la manifestación convocada por Societat Civil Catalana, con el apoyo del PP y Ciudadanos y bajo la égida del nacionalismo español, puede ser masiva en respuesta a las movilizaciones independentistas: estelada contra bicolor.
Carles Puigdemont parece decidido a proclamar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI), sin escuchar las advertencias de Felipe VI, del Parlamento Europeo y de voces tan autorizadas de la burguesía catalana como el académico y exconseller de Economía Andreu Mas-Colell o de Josep Oliu, presidente del Banco Sabadell. La DUI, como advirtió el monarca, desencadenará la contundente respuesta del Estado, bajo la forma de aplicación del artículo 155 de la Constitución o, quizás aún peor, de la Ley de Seguridad Ciudadana que desarrolla el artículo 116 de Carta Magna que prevé los estados de alarma, sitio y excepción. Unas medidas que podrían provocar la movilización nacionalista en una espiral de violencia de imprevisibles consecuencias. Si en el 1-O hubo heridos, ahora podría haber muertos.
Justo al borde del abismo se multiplican las iniciativas desde diversos ámbitos para mediar entre ambos gobiernos, pero desafortunadamente no parece que ninguno de estos intentos pueda tener éxito. La violencia policial desencadenada el 1 de octubre, producto de la irresponsabilidad de los Mossos d’Esquadra y de la incalificable torpeza de quienes dirigían el operativo de seguridad en Catalunya, provocaron una reacción de repulsa que cristalizó en la jornada de huelga general y Aturada de País, en la que insólitamente coincidieron sindicatos y la patronal de la pequeña y mediana empresa, bajo los auspicios de la Generalitat. Ello constituyó un gran éxito político y mediático para el movimiento secesionista, logrando las imágenes que andaba buscando y que el gobierno español le proporcionó en un alarde de estulticia política
Sin embargo, desde el anuncio del president Carles Puigdemont de proclamar el próximo lunes la DUI, el movimiento independentista está perdiendo apoyos de sectores progresistas no independentistas y las simpatías entre la opinión pública internacional provocadas por la represión policial. De modo que empieza a percibirse con claridad que esto no va democracia y de derechos civiles, sino de un movimiento nacionalista cuyo objetivo final es la independencia y que para ello está dispuesto a utilizar todos los recursos legales o ilegales, democráticos o antidemocráticos.
A veces da la impresión de que en este conflicto está todo dicho y que se han vertido todos los argumentos a favor y en contra de la secesión; de manera que ahora sólo resta medir las fuerzas de ambos bandos en confrontación. Durante más de veinte años me he dedicado desde las páginas de El Viejo Topo a analizar fría y racionalmente la evolución del conflicto nacionalitario en Catalunya. Ahora debo confesar que me siento absolutamente desbordado por una situación donde todo parece apuntar a que las tensiones y los agravios largamente contenidos estallen de forma violenta. Siento la impotencia del profeta que predica en el desierto y de Casandra, la heroína troyana condenada por los dioses a adivinar el futuro y no ser creída por nadie.
Estamos en la cuenta atrás para esta terrible explosión y no se atisba en el horizonte nada que pueda detenerla.
Vuelves a acertar en la descripción de los hechos y en el análisis de sus causas pero tu última afirmación está errada; la cuenta regresiva ya terminó después de prolongarse durante cuarenta años de connivencias, colusiones y chantajes mutuamente consentidos; de «esto es una jugada indigna» y la impunidad con la que unos y otros han saqueado las arcas públicas. Cuarenta años mercadeando con la soberanía a cambio de poder e impunidad, mientras se ignoraba toda agenda social.
La codicia de unos y la ineptitud de otros ya ha provocado la explosión.