Bolsonaro: servidor de EEUU y enemigo del pueblo

Bolsonaro servidor de EEUU

Y ahora en Brasil ha vencido Bolsonaro. Digámoslo sin perífrasis: con Bolsonaro ha ganado la fuerte y obscena alianza entre la extrema derecha y el neoliberalismo. Modelo Ucrania antiputiniana, para entendernos.

Nuestros soberanistas no lo han entendido, por supuesto, y piensan de forma bastante ilusoria que Bolsonaro es un aliado. En realidad, es un firme enemigo de la soberanía de su propio país, que de hecho ya ha regalado a la monarquía del dólar. Bolsonaro tiene una relación visiblemente servil con los Estados Unidos e Israel. ¡No sería de extrañar que se atreviera a sacar a Brasil de los BRICS! Tal es el grado de atlantismo del sujeto. Se parece más a Pinochet que al Che Guevara. Y es enemigo del gran patriotismo socialista de América Latina, de Fidel a Evo Morales. Bolsonaro parece ser la versión sin uniforme –al menos por ahora– de los regímenes militares atlantistas de los países latinoamericanos de los años setenta. Un nuevo Pinochet, en suma. Puesto ahí para garantizar la subalternidad de Brasil al Leviatán de barras y estrellas. El programa económico-político de Bolsonaro es inflexible y puede resumirse sin exageración de la siguiente manera: un liberalismo total en detrimento de las clases más débiles, condenadas a una competitividad pauperizante; y, en conjunto, un amplio paquete de beneficios para las clases dominantes, que son a las que Bolsonaro se dirige realmente.

Lo que nuestros populistas aún no han entendido –¿ingenuidad o mala fe?– es que el señor Bolsonaro no es un populista en el sentido europeo del término. A diferencia de nuestros propios populismos, que miran hacia arriba –el Siervo contra el Señor– el llamado populismo de Bolsonaro avanza en la dirección opuesta. Enfrenta lo alto a lo bajo, al Señor contra el Siervo, al autoritarismo contra la democracia nacional-popular. Un populismo al revés, entonces.

Ello beneficia la relación de poder hegemónico en lugar de socavarla. De hecho, ¿cuál es el sector electoral de referencia para el nuevo Pinochet de Brasil? No es la clase nacional-popular. No. Su sector electoral está firmemente situado entre las clases autóctonas ricas y cultas. Esto se revela, además, por las bromas penosas y las salidas patéticas dirigidas a los pobres y las clases más débiles. Bromas y salidas que a menudo rozan el insulto y la ofensa hacia las clases más débiles. Esto revela cómo el Sr. Bolsonaro quiere radicalizar en Brasil el ya considerable conflicto de clases. Radicalizándolo en beneficio del Señor contra el Siervo, por supuesto. Llevando a Brasil hacia el obsceno modelo atlantista del mercado desregulado y una indecente polarización de la sociedad. Bolsonaro, es cierto, también ha ganado porque fue votado por la gente a la que odia y que deberían tener interés en luchar contra él. ¿Por qué? Tal vez por su seductor encanto de caudillo. Tal vez porque, en medio de monstruosas contradicciones, la gente quería intentar, como el enfermo doliente que citaba Dante, refiriéndose a Florencia, cambiar de bando para acostarse en el lecho de su propio dolor.

En fin, Bolsonaro –aspecto no insignificante– ha cambiado, a lo largo de su vida política, al menos siete u ocho veces de partido. Una figura camaleónica, por lo tanto, cuya faceta más permanente es sin duda su adhesión neoservil a las políticas Made in USA y su proclamada fe en la religión del libre mercado desregulado.

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Foto de portada: Bolsonaro saluda la bandera de EEUU en un mitin.

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