Bemoles

Bebé escucha música sentado en tocadiscos
Una, que tiene los oídos hechos a las sencillas tonadas que podían interpretarse con el viejo aulos o la flauta de Pan, se siente aturdida por el estruendo que sale de algunos autocares de turistas que vienen a visitarme a Giza. Para mí es simple “ruido y frenesí, que nada significa”, pero veo que los que lo escuchan, cuando el estrépito disminuye o cesa y pueden hablar entre ellos, lo llaman “música”.

Hubo un tiempo, más o menos por la época en que el tunante de Edipo escapó a mis garras, en que “música” era todo aquello que promovían las Musas. De manera que quien no sabía leer, por ejemplo, carecía de música, al igual que el que no sabía bailar, o declamar en el teatro, o el que desconocía por completo la historia de la que venía (como cualquier estudiante de secundaria de hoy día, a quien la palabra “ayer” no le dice absolutamente nada y para quien —¡oh infeliz!— la vejez empieza a los veinte años). Y es que las musas, que se suponía que moraban en la cima del monte Parnaso, insensibles a las no infrecuentes nevadas invernales, tenían el empeño de alegrar la vida de los mortales con el arte en sus diversas formas.

Como soy una antigua y añoro aquellos tiempos en que campaba a mis anchas por caminos, calles y plazas rodeadas de edificios cuyas dimensiones se ajustaban con frecuencia a la proporción áurea y en los que era difícil distinguir el trino de los pájaros de los melismas de una flauta, nunca entenderé por qué hoy día se ha estirado tanto el concepto de arte hasta incluir en él ruidos como los que menciono más arriba, tazas de váter enmarcadas, edificios con el tejado hacia dentro pero sin sistema de recogida del agua de lluvia o representaciones teatrales de un drama rural en que el decorado representa una planta siderúrgica.

Louis Armstrong toca para su esposa delante de la Esfinge en 1961.

Louis Armstrong toca para su esposa delante de la Esfinge en 1961.

Tengo entendido que hubo una época dorada en que la música sensu stricto (la patrocinada por la vieja —pero siempre joven— Euterpe) alcanzó cotas de riqueza melódica, armónica y tímbrica altísimas, en que la parca monodia dio paso a la exuberante polifonía y la gama de instrumentos de todo tipo (metal, madera, tecla, cuerda y badana) se ampliaba cada día.

Todavía —dicen— se interpreta esa música, pero cada vez se oye menos (nunca, por descontado, sale de un autocar de turistas) y parece confinada a ciertas salas de concierto, teatros de ópera o emisoras de radio especializadas. Las tiendas que la vendían en forma de disco cierran una tras otra porque los aficionados a escucharla ven constantemente reducido su número y se extinguen inexorablemente junto con los ecos de aquellas brillantes armonías.

Los que todavía saben algo del arte de la música (aunque sigan siendo bastantes, su número relativo se reduce día a día) utilizan, para escribirla, una notación curiosa y, para mí, bastante enrevesada (en mi época dorada la música se transmitía de viva voz y carecía de escritura propiamente dicha). Me hace gracia, sobre todo, el signo que emplean para indicar un salto descendente de medio tono (en realidad, salvo con ciertos instrumentos, nunca se consigue bajar medio tono exacto, sino un poquitín más, por una tendencia natural del oído humano). A ese signo, una especie de b minúscula, le han puesto de nombre “B moll» o bemol (que viene del latín y quiere decir algo así como “Si blando”, porque procede de la escritura de la nota Si —B, en muchos países— rebajada medio tono, rebaja que al parecer se compara con un “ablandamiento”).

Pues bien, lo que encuentro gracioso del asunto es que, para decir que algo es muy complicado, una de las expresiones que utilizan algunos (incluso muchos que no saben nada de música) sea “esto tiene muchos bemoles”. Quien primero dijo eso tenía sin duda conocimientos musicales y sabía que para escribir una pieza en cierta tonalidad (la de Do rebajada medio tono) había que ponerle un bemol a cada nota (para simplificar, basta ponerlos todos al principio del pentagrama, pero aun así, se complica bastante la escritura y la lectura). Y digo que es gracioso porque tan complicado como eso es hacer la operación inversa y escribir una pieza en tonalidad de Do pero subida medio tono, con lo que hay que marcar todas las notas con el signo correspondiente, llamado sostenido. De manera, pues, que consideráis complicado “rebajar” un poco el tono y no así “subirlo” otro tanto. ¿Por qué?

Como desde que estoy confinada en Giza no encuentro incautos que se atrevan a responder a mis preguntas (los turistas se limitan a fotografiarme, cosa que me pone de los nervios, porque desde que se me rompió la nariz no me gusta cómo quedo), me veo en la tesitura (palabreja, también, de origen musical) de buscar la respuesta por mí misma. Y, de momento, no la encuentro.

 

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