Amor y capital. Karl y Jenny Marx

Diseño de Adrian Parr con Karl y Jenni Marx
Me encontré por vez primera con la historia de la familia Marx en las últimas páginas de una revista en Londres. El artículo trataba de diversas celebridades londinenses y una frase me llamó la atención. Decía que, de las tres hijas supervivientes de Marx, dos se habían suicidado.

Hice una pausa en la lectura a mitad del artículo pensando que no sabía prácticamente nada de la vida familiar y personal de Marx. Para mí era una gran cabeza en lo alto de un enorme pedestal de granito en el cementerio de Highgate, y un corpus de textos teórico de centenares de libros. Nunca había dedicado ni un minuto a las mujeres que le cuidaron día a día mientras él dedicaba sus esfuerzos a crear una teoría que iba a revolucionar al mundo, ni a la vida privada del hombre cuyas ideas contribuyeron a producir el socialismo europeo y a propagar el comunismo desde Rusia a África, desde Asia al Caribe.

Amor y capital. Karl y Jenny Marx

Charles y Jenny Marx Longuet en Ramsgate en 1880, cuando el nuevo gobierno francés decidió conceder una amnistía a los antiguos communards, y Charles se preparaba para regresar a Francia y reanudar su vida allí.

Empecé a leer en busca de su historia, y lo que encontré fue que todos los aspectos de la filosofía de Marx, todos y cada uno de los matices de sus palabras, habían sido diseccionados, y que se habían escrito docenas de biografías desde todas las perspectivas políticas posibles, pero en inglés no había ni un solo libro que contase la historia de la familia Marx. Ni un solo texto entre los muchos volúmenes sobre Marx se centraba en las vidas de su esposa Jenny y de sus hijos y de los otros dos miembros de la ‘familia’, Friedrich Engels y Helene Demuth. Encontré varias biografías de Jenny Marx y de la hija menor de Marx, Eleanor, pero ni un solo texto contaba el agridulce drama que había sido la historia de su vida ni contextualizaba el impacto que sus luchas habían tenido en la obra de Marx. Decidí intentarlo yo.

Empecé reuniendo las miles de páginas de cartas que los miembros de la familia Marx se habían escrito unos a otros y con sus amigos y colaboradores durante más de seis décadas. Muchas de ellas estaban en archivos de Moscú y nunca habían sido publicadas en inglés. También utilicé cartas escritas por parientes y amigos más lejanos en las que hablaban de los Marx.

Leyendo esta multitud de documentos cronológicamente, contemporáneamente, empecé a oír a los diversos personajes hablando unos con otros mientras se sucedían los acontecimientos a su alrededor. Pude escuchar sus diálogos cotidianos: durante veinte años Marx y Engels se comunicaron por carta casi a diario, y las mujeres Marx fueron igualmente prolíficas. El cuadro que fue emergiendo gradualmente era el de una familia que lo había sacrificado todo en nombre de una idea que sería conocida como ‘el marxismo’, pero que durante sus vidas existía solamente en la mente de Marx. La exteriorización de sus ideas se vio continuamente frustrada.

La historia que descubrí era la historia de amor entre un hombre y una mujer que no dejó de ser apasionada y absorbente pese a las muertes de cuatro hijos, a la pobreza, la enfermedad, el ostracismo social y la traición final, cuando Marx engendró al hijo de otra mujer. Era la historia de tres mujeres jóvenes que adoraban a su padre y que se dedicaron a su gran idea, incluso a costa de sus propios sueños, incluso a costa de sus propios hijos. Era la historia de un grupo de personajes brillantes, combativos, exasperantes, divertidos, apasionados y en última instancia trágicos atrapados en las revoluciones que arrasaron la Europa del siglo XIX. Era, por encima de todo, la historia de unas esperanzas truncadas por el encuentro con el baluarte de una realidad amarga, personal y política.

 

Amor y capital. Karl y Jenny Marx

Jenny Marx en Brighton, Inglaterra, en 1864, donde celebró su nueva vida de comodidades de su familia tras recibir unas herencias que les proporcionaron más dinero del que jamás habían poseído.

En las palabras de los propios Marx encontré también que muchos de los detalles que han aflorado en las biografías escritas durante los últimos 125 años habían sido a menudo cambiados o malinterpretados, a veces por razones políticas, a veces por razones personales. Esto es lo que pasa siempre con las figuras polémicas, pero me atrevo a decir que nunca más que en el caso de Marx.

Algunos de los ejemplos son bien conocidos: inmediatamente después de su muerte en 1883, sus seguidores trataron de esterilizar su historial, eliminando las referencias a su pobreza, a sus borracheras, incluso al hecho de que tuviese un seudónimo –el Moro– con el que era conocido desde sus días universitarios.

Más tarde, durante la Guerra Fría y de nuevo después de la caída del muro de Berlín, su biografía se convirtió en un episodio más de la batalla ideológica entre el Este y el Oeste. Los detalles de su vida, y por extensión los de las vidas de sus familiares, iban cambiando en función de si quien los contaba estaba describiendo a un santo comunista o a un iluso pecador. A menos que uno supiera desde qué capital estaba escribiendo un autor, no resultaba inmediatamente aparente qué versión de la vida de Marx le estaban ofreciendo.

Los detractores de Marx a menudo le menosprecian como un burgués que vivió rodeado de lujos mientras pretendía luchar por la clase obrera. Estas acusaciones surgieron muy pronto –en vida del propio Marx– y le siguieron hasta el siglo XX con los esfuerzos que se hicieron para desacreditarle a él y a su obra.

Por otro lado, quienes querían mantener a Marx encaramado en lo alto de un pedestal socialista se esforzaron durante años negando que él fuese el padre de Freddy, el hijo de Helene Demuth. En los archivos de Moscú había cartas en las que miembros del partido discutían sobre el nacimiento de Freddy, pero cuando Stalin supo de su existencia por David Ryazanov, el director del Instituto Marx-Engels, lo consideró como un asunto insignificante y ordenó a Ryazanov que “ocultase [aquellas cartas] en lo más profundo de los archivos”. Las cartas no serían publicadas hasta cincuenta años más tarde.

A lo largo de los años han aparecido otros muchos ejemplos de errores y de falsedades, y muchos de ellos, como los ya citados, han sido descubiertos por los estudiosos y en gran parte corregidos. Pero otros, desgraciadamente, siguen repitiéndolos como si fuesen hechos, no solo los biógrafos de Marx sino también los de sus colaboradores. Yendo a las fuentes, las palabras de los propios actores principales –especialmente de las mujeres Marx, cuyas cartas parecen haber sido pasadas por alto por muchos investigadores– he tratado de clarificar algunos de los misterios que quedaban por resolver. (Por supuesto, sabemos que el propio Marx fue muy flexible con los hechos cuando lo creyó necesario, lo que significa que cuando reconoce que una cosa es verdad no tiene por qué serlo necesariamente. En estos casos he tratado de dejar claro que su versión de los hechos no era del todo fiable.)

Amor y capital. Karl y Jenny Marx

Frederick Demuth, el hijo de Karl Marx y Helene Demuth, nació en 1851.

Por rica que sea la historia de la familia Marx, descubrí que también proyectaba luz sobre el desarrollo de las ideas de Marx, ya que se desarrolló en el marco del nacimiento del capitalismo moderno. El sistema capitalista del siglo XIX maduró al mismo tiempo que lo hacían las hijas de Marx. A finales de siglo, las batallas que ellas libraron a favor de la clase obrera no se parecían en nada a las que había librado su padre a mediados de siglo. Las de Marx fueron relativamente insulsas, las de sus hijas se habían vuelto despiadadas. De hecho, este aspecto de la historia se fue haciendo más evidente a medida que avanzaba la historia.

Amor y capital. Karl y Jenny Marx

Desde 1882 hasta su muerte en 1911, Laura Lafargue vivió discretamente con su esposo en Francia, traduciendo las obras de su padre y las de Engels al francés, y obsesionada por la muerte de sus tres hijos.

Cuando inicié este proyecto el mundo era muy diferente. Eran pocos quienes cuestionaban el sistema capitalista dominante, que se encontraba en medio de uno de sus periódicos ciclos de expansión. Pero a medida que iba pasando del trabajo de investigación al de redacción, la creencia en la infalibilidad del sistema empezó a tambalearse, hasta que, a consecuencia de la crisis financiera que alcanzó su punto culminante en otoño de 2008, académicos y economistas empezaron a cuestionar abiertamente los méritos del capitalismo de libre mercado y a considerar en voz alta cuál podría ser la alternativa. En estas circunstancias, los escritos de Marx parecían aún más clarividentes y más convincentes. En los albores del capitalismo moderno, en 1851, Marx ya había empezado a anticipar precisamente este resultado. Sus predicciones de una revolución inminente eran inevitablemente erróneas, la visión que tenía de una futura sociedad sin clases era probablemente más que utópica (por mucho que él sostuviese lo contrario), pero sus análisis de la debilidad del capitalismo se estaban cumpliendo inquietantemente. En consecuencia, fui más allá de mi propósito inicial –contar simplemente la historia de la familia Marx–, incluyendo también muchos aspectos de la teoría de Marx y una descripción más completa del desarrollo del movimiento obrero de lo que había planeado inicialmente.

Pero, a fin de cuentas, no creo que la historia de la familia Marx hubiese sido completa sin estos elementos. Esta fue la vida que vivieron; comieron, soñaron y respiraron la revolución política, social y económica. Esto, y un ab sorbente amor por Marx, fue la malla de acero que los unió.

Plutarco, al escribir poco antes de morir en el año 120 de nuestra era las biografías de los grandes hombres de Roma y Atenas, decía que la clave para entenderlos no había que buscarla en sus conquistas militares o en sus triunfos públicos, sino en su vida personal y en su carácter, hasta el menor de sus gestos o de sus palabras. Yo creo que leyendo la historia de la familia Marx los lectores llegarán a entender mucho mejor a Marx de la forma en que sugiere Plutarco.

También confío en que al hacerlo podrán valorar mejor a las mujeres en la vida de Marx, a las que, debido a la sociedad en la que crecieron, se les asignó sobre todo papeles secundarios. Creo que su coraje, su fuerza y su inteligencia han sido relegadas a un segundo plano durante demasiado tiempo. Sin ellas, no habría existido Karl Marx, y sin Karl Marx el mundo no sería como lo conocemos.

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