Finalmente, al parecer, las reticencias de algunos países europeos, influyeron significativamente en que el nuevo concepto estratégico de la OTAN no incluyera a Rusia y China en el mismo saco, diferenciándose entre amenaza y desafío, respectivamente. Eso no quiere decir tampoco que a China le pueda ir mejor en lo inmediato con Europa. Con Estados Unidos es claro que más bien no, pero incluso Alemania pondera una estrategia más dura en relación a Beijing, su primer socio comercial desde 2015.
¿De qué va a depender el tránsito de desafío a amenaza? Paradójicamente, de la observación de una fórmula sugerida por China hace ya algún tiempo: lo que llama el respeto a los intereses centrales de cada parte. El problema es que la intersección de intereses en algunos casos es peliaguda. Para EEUU y Occidente, es palpable que todo pasa por preservar la hegemonía global del orbe liberal. Lo podemos disimular de muchas maneras, pero, a fin de cuentas, en eso estamos ante la hipótesis de que en una década China pase por delante a EEUU en su poder económico. Es cosa de tiempo que esa dimensión se traslade a otros dominios. Los intereses centrales de China abarcan aspectos sustanciales, desde la preservación de su sistema político a la integridad territorial, lo que afecta, muy especialmente, a Taiwán. Un activo para el entendimiento, por supuesto no cosa de coser y cantar, es que esta China no tiene vocación mesiánica.
Lo que resulte del diálogo en curso entre EEUU y China es clave. La UE, compra, en lo fundamental, la narrativa de Washington. La comunicación estratégica está mejorando. Y el diálogo económico también se ha iniciado. No obstante, la atmosfera de psicosis persiste. La ansiedad que se vive en EEUU es palpable en declaraciones como las del jefe de la NASA, Bill Nelson, al alertar de que China quiere reclamar nada menos que la Luna como suya, o cuando se especula con el interés de una empresa china que ha comprado unas hectáreas de tierras de cultivo en Dakota del Norte. El insistente recurso a las amenazas a la seguridad nacional evidencia una visceralidad preocupante. Otro tanto podíamos decir de 5G y Huawei. Lo que realmente pudiera inquietar a EEUU no es que esos equipos espíen para China sino que dificulten a EEUU espiarnos a todos nosotros, cosa que también hace, como bien sabemos. Ante cualquier inversión de China en un puerto, allá donde sea, surge la especulación de si más temprano que tarde será una base militar. La exageración argumenta la respuesta.
¿Será posible el entendimiento? China dice que sus intereses centrales son irrenunciables. ¿Hay espacio para un acomodamiento que evite una repetición de la guerra fría? Las sombras que se han proyectado en la cumbre de la OTAN son de una gravedad extrema. El recuerdo de la guerra fría es el de la amenaza nuclear, la carrera armamentística, etc. A China, a priori, este escenario no le interesa en absoluto, pero no se desentenderá si de ello depende su supervivencia. Por tanto, debe tomarse en serio.
La lógica china actual sigue primando el desarrollo sobre cualquier otro interés. La participación en la globalización constituye aun el corazón de su estrategia de apertura al exterior y por más que enfatice el consumo interno y otras dinámicas autónomas, descarta cualquier apuesta por el desacoplamiento. No es el caso de EEUU, que parece preferir partir en dos la economía mundial antes que aceptar que China se ubique en la cima.
Para muchos países, especialmente en el mundo en desarrollo, hartos de las promesas incumplidas de los más desarrollados, China no representa una amenaza sino una oportunidad. En la víspera de la cumbre de la OTAN, el G7 ha vuelto a prometer miles de millones de dólares para competir con China. Pocos creen que lleguen a estar disponibles algún día. Hay siempre liquidez para el gasto militar pero a menudo escasea para la inversión en desarrollo. Esa es la realidad. Y China, poco a poco, por más que se intente deteriorar su imagen con acusaciones acerca de la trampa de la deuda o similares, se ha ganado la simpatía de muchas capitales que encuentran en ella otra opción. Y tampoco olvidan los duros planes de ajuste impuestos por el FMI para acceder a sus préstamos…
La OTAN ha dejado un espacio abierto para el entendimiento con China. Puede malograrse si persistimos en una visión unilateral que haga gala de un chovinismo más que cuestionable. La estrategia Indo-Pacífico de EEUU, con sus AUKUS y QUAD y otros muchos mecanismos de presión, justifican el sentimiento de cerco que se respira en Beijing. China es un país enorme en muchos sentidos y cuenta con un proyecto político que hoy le provee de estabilidad y solidez en magnitudes superiores a las que puede ofrecer EEUU, un país fragmentado y sumido en la incertidumbre. Las capacidades de China no son ilimitadas pero dispone de recursos y propuestas para seguir incrementando su influencia global.
El minucioso trazado acupuntural de los puntos de divergencia y convergencia en la relación China-EEUU constituye un ejercicio necesario para desactivar las amenazas, gestionar los desafíos y, sobre todo, priorizar la cooperación.