Presentación
La crisis financiera y económica que estalla en otoño de 2007 en Estados Unidos y después se difunde por todo el mundo lleva dos marcas en su rostro. La primera es testimonio de la extraordinaria expansión del capital financiero durante las últimas cuatro décadas. La segunda dice simple y llanamente, ‘lucha de clases’. Y ambas llevan un mensaje de gran importancia: la crisis se desencadena por fuerzas endógenas de un sistema económico que no tiene nada de natural.
Estas son las vertientes, íntimamente relacionadas, que se entrelazan en la obra de Elmar Altvater para pensar la crisis y la transición a un sistema económico justo y responsable con el medio ambiente. Su libro es una aportación fundamental para avanzar en el análisis de la economía capitalista en los comienzos del siglo XXI.
Es importante señalar que el trabajo intelectual de Altvater es otra contribución para romper con una cierta parálisis en los estudios de corte marxista. Ese embotamiento debe mucho a la crítica dirigida contra la teoría del valor de Marx a partir de la obra de Piero Sraffa. En efecto, desde finales de los años setenta se inicia un intenso debate sobre el problema de la transformación de valores en precios de producción y se redescubren las contribuciones de Ladislaus von Bortkiewcz y del economista ruso Vladimir K. Dmitriev. A partir de la obra de Sraffa una parte importante de este debate fue interpretada como muestra de que existe una contradicción fundamental entre la teoría del valor de Marx (expuesta en el Tomo I y II de El Capital) y la teoría de precios de producción (presentada en el Tomo III). En ese contexto los opositores de Marx pretendieron concluir que la teoría del valor de Marx (la teoría del valor como relación social históricamente de- terminada) era redundante. En muchas universidades el análisis de corte marxista pasó a la defensiva, justo en el momento en que el neoliberalismo desplegaba su triunfo ideológico. Se ignoró así que las leyes que Marx deriva de su análisis en términos de valor no pueden derivarse de un análisis inmediato en términos de precios y precios de producción. El enfoque de la teoría del valor de Marx y todo su desarrollo es necesario para rebasar el marco de la ilusión, la personificación de las cosas y de la reificación de las relaciones sociales de producción, esa religión de la vida cotidiana (Marx, 1974: 208).
La necesidad de pensar la crisis capitalista con un enfoque cercano a Marx es urgente. La gran mayoría de los análisis no ortodoxos sobre la crisis global atribuye el colapso a pequeños desajustes en la maquinaria capitalista o a problemas en el proceso de formación de expectativas. Así, por ejemplo, los seguidores de Hyman Minsky explican la crisis por el ajuste al alza de las expectativas de inversionistas y bancos durante los momentos de ‘tranquilidad’ o bonanza. Ese ajuste incrementa el riesgo y aumenta la fragilidad del sistema. Cuando por fin el mercado deja de ser consistente con esas expectativas sobreviene la crisis. Al fin de cuentas, la crisis sobreviene porque las subjetividades se equivocan y arrastran el sistema al colapso. Si este tipo de análisis tiene la virtud de dejar atrás un enfoque que descansa sobre el equilibrio y enfatiza la propensión hacia la inestabilidad, no puede integrar una visión en la que los conflictos sociales están en el corazón del sistema de producción capitalista. La crisis global exige la reflexión crítica basada en la aportación de Marx para avanzar en la transición hacia un sistema social y económico que deje atrás la explotación y la destrucción de la naturaleza.
A principios de los años setenta Estados Unidos se mantenía como la potencia capitalista hegemónica. Pero su posición preeminente comenzaba a debilitarse. En primer lugar, su balanza comercial ya acusaba un déficit crónico, lo que le obligó a abandonar sus obligaciones como pieza clave del sistema monetario internacional puesto en pie al terminar la Segunda guerra mundial. En agosto 1971 el entonces presidente Nixon ordenó al secretario del Tesoro interrumpir las ventas y compras de oro, lo que destruyó el sistema de paridades fijas en el marco de los acuerdos de Bretton Woods.
Ese acontecimiento abrió un amplio territorio de oportunidades para la especulación. Las variaciones en los tipos de cambio ofrecen la posibilidad de jugar con los diferenciales de tasas de inflación y de interés, así como de las expectativas de cambios en las paridades para obtener ganancias especulativas. El capital financiero que siempre se mantiene al acecho de este tipo de oportunidades (y que ya estaba desarrollándose en el mercado de euro-dólares) encontró en este nuevo espacio una gran oportunidad que no desperdiciaría, sobre todo en el contexto de una caída en la tasa de ganancia del capital invertido en los sectores reales de la economía.
A partir del final de la década de los sesenta comienza a evidenciarse un proceso de reducción en la tasa de ganancia de las principales ramas de la economía real en Estados Unidos y poco tiempo después, en varias economías europeas. La tasa de rentabilidad había alcanzado su apogeo en los años siguientes a la Segunda guerra mundial, pero por diferentes razones, la tasa de ganancia se estanca a finales de los años sesenta y principios de la década de los setenta. Aunque no existe un consenso en las interpretaciones sobre las causas de este fenómeno, lo cierto es que existe suficiente evidencia empírica para sostener que entre 1967 y 1977 se produce un estancamiento y caída de la tasa de ganancia en los sectores reales de las principales economías capitalistas.
Este proceso desencadenó dos respuestas. Primero, fue el detonador de una ofensiva en contra de todo aquello que representara una defensa de los intereses de la clase trabajadora. El objetivo del capital era la reducción de los costos salariales y para ello se utilizaron todos los medios a su alcance. La década de los años setenta es el escenario de un ataque sistemático contra sindicatos y centrales obreras con el fin de debilitar su capacidad de negociación y reivindicación salarial. Los datos a nivel mundial revelan que los salarios dejaron de crecer a partir de los años setenta (mientras la productividad del trabajo continuó creciendo, aunque a veces con un ritmo irregular). Por supuesto, el endeudamiento creciente se convirtió en el instrumento de las clases trabajadoras para mantener su nivel de consumo. El salario dejó de ser el referente para mantener la reproducción de la fuerza de trabajo.
La segunda respuesta fue la explotación de las oportunidades de ganancias especulativas que ahora ofrecía el mundo de tipos de cambio flexible. Frente al mal desempeño de la rentabilidad en los sectores reales de la economía, el capital buscó la solución fácil: la especulación financiera. Como Marx señala con toda precisión, la producción es un mal necesario para el capital y la especulación le permite tratar de realizar el sueño de cada capitalista, poseer la gallina de los huevos de oro. El nido en el que se alojaba esa gallina estaba ahora en los mercados del mundo y, en especial, en el espacio de los diferenciales entre tipos de cambio.
En esa década de los años setenta, la economía estadounidense experimentó la combinación de estancamiento económico y una relativa alza en la tasa de inflación. Lo primero se debió a la caída en la tasa de inversión, mientras que lo segundo se explica por diversos factores, entre los que destaca el aumento en los precios del crudo después de la guerra del Yom Kippur. Para combatir la tasa de inflación, la Reserva federal procedió a aumentar brutalmente la tasa de interés, lo que condujo a incrementos en el espectro de tasas de interés en el mundo financiero y a una recesión en las principales economías del planeta. El otro resultado de todo esto fue el colapso en los precios de materias primas, incluyendo el petróleo, lo que permitió detonar la crisis mundial de la deuda.
Para cuando la tasa de ganancia en los países ricos comienza a recuperarse a finales de los años setenta, las principales instituciones que habían permitido a la clase obrera mantener un significativo crecimiento de los salarios en términos reales ya habían sido fuertemente debilitadas. La década de los años ochenta, con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, vio la intensificación de la ofensiva del capital y, en muchos casos, la destrucción de importantes organizaciones del movimiento obrero. En el plano internacional, la crisis de la deuda permitió llevar la ofensiva en contra de las clases trabajadoras de las ciudades y el campo a través de los programas de ajuste estructural, verdaderos vehículos de conquista y pillaje para garantizar el sometimiento de pueblos y naciones. En el plano de los espacios nacionales el triunfo del capital financiero sometió a la política macroeconómica. De ahora en adelante, las prioridades de las políticas fiscal y monetaria estarían subordinadas a las necesidades del capital financiero.
Una de las falsificaciones históricas más sorprendente ha sido la presentación de la ‘globalización’ como una historia de éxito. En efecto, el proceso de liberalización comercial y de desregulación financiera desarrollado desde los años ochenta ha sido descrito por los medios y la prensa de negocios internacional como prueba fehaciente de que el capitalismo sin cortapisas es la mejor forma de organizar la producción, el comercio y las finanzas. La verdad es que, como hemos visto en estos párrafos, la globalización es la respuesta del capital a un proceso de rentabilidad menguante. Esa respuesta pasa por la necesidad de reducir los costos laborales y por la necesidad de aprovechar las oportunidades que le brindaba la destrucción del sistema de paridades fijas.
La globalización neoliberal tiene entonces su origen en el fracaso del capitalismo. No debe sorprender por lo tanto que el registro de su desempeño sea una larga lista de quebrantos y estropicios. Las tasas de crecimiento de todas las economías del mundo acusan una declinación a partir de la imposición de la globalización neoliberal. No sólo estamos hablando aquí de las economías de los países pobres, sino también de las economías más desarrolladas del planeta. La desigualdad y la pobreza en el mundo crecieron y se intensificaron. Y todo ese balance negativo era normal pues el objetivo de la desregulación financiera era eliminar obstáculos para la especulación y la rentabilidad del capital financiero.
La liberalización financiera no cumplió ninguna de sus promesas. Ni se canalizó más financiamiento a los países pobres, ni se incrementó la inversión productiva. Tampoco se redujo la tasa de interés, ni se contrajo el costo del servicio de la deuda en los países pobres. Una muestra de esto es la larga lista de crisis financieras que estallaron en todo el mundo, desde la debacle de las cajas de ahorro y préstamos (Savings and Loans) en Estados Unidos en los años ochenta hasta las crisis financieras en México, Brasil, Corea, Tailandia, Malasia, Indonesia, Rusia, Turquía y Argentina a lo largo de los años noventa.
Mientras tanto, el deterioro ambiental se recrudeció en el mundo. Los indicadores de esta destrucción abundan. El cambio climático, por un lado, y la extinción masiva de especies por el otro, constituyen los indicios más importantes de la degradación de la biosfera provocada por la actividad humana. Y esa marca se manifiesta también en dimensiones como la sobreexplotación de acuíferos, pesquerías y bosques. El impacto de la expansión del sector financiero sobre diversas dimensiones de la naturaleza es una de las causas de la acelerada destrucción ambiental. La tendencia hacia la ‘reprimarización’ de las economías de muchos países en el hemisferio sur, particularmente en África y en América Latina, es otra manifestación de la forma en que el capitalismo en su forma neoliberal contribuye a profundizar la destrucción de ecosistemas y la extinción de especies. Esa tendencia arranca con la imposición de los programas de ajuste estructural en economías fuertemente endeudadas y en las que la base de recursos naturales se convirtió en el único ‘activo’ para cerrar la brecha de divisas. Hoy, en el esquema del orden económico mundial neoliberal la reprimarización se ha convertido en el principal instrumento para salir de la crisis en países como Argentina y Brasil. El análisis de Elmar Altvater sobre las implicaciones de esta destrucción ambiental y el proceso de extracción de crudo constituye uno de los puntos culminantes de su reflexión sobre la evolución del capitalismo y la transición a otro sistema social.
Este libro de Elmar Altvater lleva como hilo conductor la gran pregunta sobre si las contradicciones internas acabarán por destruir al capitalismo o si será esto el resultado de un choque externo, tal y como podría producirse con el agotamiento de las fuentes de energía fósiles. La respuesta del autor es que la guerra del capital financiero en contra del medio ambiente es el reflejo de la actitud del capitalismo hacia el mundo natural. Para el capitalismo, la naturaleza es un objeto transicional en el paso de un valor a un plus-valor. En ese sentido, es también objeto de rapiña porque no interesa su supervivencia, ni la integridad de los ecosistemas. La única función de la naturaleza es servir de soporte a procesos de valoración que son indiferentes a la debilidad o fortaleza de la vida silvestre o a la supervivencia de especies. Desde esta perspectiva, el choque que puede representar el agotamiento de las fuentes de energía fósiles es también un choque interno, es también resultado de las contradicciones que son parte esencial del capitalismo. De cara a la crisis ambiental de nuestro tiempo, es de gran importancia la recomendación que se desprende del trabajo de Altvater: el trabajo de nuestra vida consiste en hacer que el mundo que tenga más probabilidades de convertirse en el mundo real del futuro sea un mundo de justicia, sin explotación y de armonía con la naturaleza.
Presentación de Alejandro Nadal al libro de Elmar Altvater El fin del capitalismo tal y como lo conocemos.
Libros relacionados: