La epidemia del coronavirus es un velo que oculta los grandes cambios políticos y económicos que están sucediendo y que surgirán cuando las sucesivas ondas de la pandemia dejen un momento a la reflexión. Uno de estos detalles insignificantes, perdidos en la vorágine de lo inmediato, se produjo el 29 de febrero. Ese día, en Doha, capital de los Emiratos, los EEUU reconocían al Emirato Islámico de Afganistán firmando el «Acuerdo para llevar la paz a Afganistán». Han sido necesarias casi dos décadas para que las tropas norteamericanas, finalmente derrotadas, abandonaran el país. Detrás dejan miles de muertos y heridos norteamericanos, unos centenares de españoles muertos y lesionados y decenas de miles de civiles asesinados.
De la importancia del acuerdo para los estadounidenses da prueba el hecho de que fuera el propio Secretario de Estado Mike Pompeo el que firmara por parte estadounidense; en cambio por parte talibán firmó un personaje de segunda línea, un hombre “escaparate”: el Mullah Baradar. Estaban ausentes los representantes del gobierno afgano (en realidad hay dos gobiernos tras unas elecciones no reconocidas por los perdedores). El tratado fue finalmente ratificado por el Consejo de Seguridad de la ONU el 10 de marzo.
Los caudillos talibanes estuvieron ausentes en la declaración conjunta EEUU/Afganistán. Los talibanes salen como ganadores, exigieron y lograron el no-reconocimiento de la legitimidad del gobierno afgano. El tratado, al margen de que los talibanes impidan que grupos terroristas se instalen en su territorio (según la ONU los talibanes siguen siendo un grupo terrorista), lleva aparejado un cronograma para la retirada de las tropas occidentales, unos 31.000 efectivos[1]. Se firmó también la liberación y excarcelación simultánea de miles de prisioneros. El gobierno afgano ejerce de convidado de piedra, pero se niega a cumplir los pactos firmados. El país tiene en este momento dos presidentes autoproclamados, Ashraf Qani y Abdulá Abdulá, los dos se acusan mutuamente de pucherazo electoral. El documento también recoge que con posterioridad a la retirada norteamericana se iniciarían las conversaciones de paz. Vista la situación actual ya podemos predecir, no es preciso consultar la bola de cristal, que estas conversaciones no se llevarán a cabo porque el gobierno de Kabul colapsará. Inteligentemente se abstuvieron los talibanes de firmar ninguna cláusula que les privara del recurso a la violencia para lograr sus objetivos. Será otro acuerdo fallido, los contendientes se aprestan para reanudar muy ponto las hostilidades. EEUU siempre ha sostenido que el grupo talibán estaba formado por militantes y terroristas extranjeros sin apoyo popular. La realidad es que el grupo se ha demostrado indestructible, evidentemente eso no se consigue si no se posee una base social amplia que provea de combatientes y recursos.
El tratado en realidad no dice nada de los otros actores militares presentes en el país, los mercenarios norteamericanos (unos 13.000 según estiman las fuentes) y un segundo actor futuro importante, como son los militantes del Estado Islámico. Derrotados en Siria, fueron transportados, según los servicios de inteligencia rusa, iraní y siria, al escenario afgano. Durante años el gobierno sirio ha venido denunciando que muchos dirigentes de esta organización terrorista eran evacuados en helicópteros de EEUU y Reino Unido hacia destinos desconocidos[2]. Algunos aparecieron en Libia combatiendo bajo las órdenes de Turquía, otros en Europa, y la mayoría desaparecieron. Curiosamente en la misma medida que el ISIS perdía posiciones en Siria aumentaba sus actividades en Afganistán: según el comandante del Distrito Central de Rusia Alexandr Lapin, la actividad militar del ISIS se había multiplicado en un 80% desde el último trimestre del 2018. Este informe no es fruto de una mente conspiranoide, sino que fue presentado como documento de trabajo en el Consejo de la Estructura Antiterrorista de la Organización de Cooperación de Shangái (OCS). La unión ISIS / mercenarios podría asegurar la producción y el suministro de opio. Los talibanes se oponen al menos formalmente, y de ahí los choques con los militantes del ISIS, presentes ya en no menos de 24 distritos fronterizos con Pakistán.
La política criminal de los EEUU en ese país es la causa del resentimiento de la población hacia los ocupantes occidentales. El gobierno afgano es visto como un títere apuntalado con las bombas estadounidenses y de los otros países de la OTAN, entre ellos el nuestro.
Wikileaks fue capaz de filtrar cerca de 94.000 cables cifrados donde se exponían públicamente los crímenes e intereses de las fuerzas ocupantes, que no eran evidentemente instaurar la democracia (más allá de la pantomima electoral). Mientras Julian Assange languidece en una prisión británica de máxima seguridad por exponer los crímenes de guerra estadounidenses en Afganistán e Irak que ahora investiga y denuncia la propia ONU. Políticos, periodistas, “formadores de opinión” han enmudecido, todos callan, tienen miedo de irritar al patrón. Esta conspiración de silencio alcanza no solo las ideas o los “medios” sino a los propios organismos internacionales. La Corte Penal Internacional, muy desprestigiada por el caso Milosevic (cuando tuvo que reconocer que el expresidente yugoslavo no era culpable de los crímenes de los que se le acusaba), ahora ha decidido no investigar los crímenes de guerra de EEUU.
Las caretas caen, el horror se manifiesta. ¿Cuándo amanecerá?
Notas
[1] Aproximadamente unos 14.000 norteamericanos y 17.000 de otras nacionalidades.
[2] En 2019 se creía que ya había unos 6.000 yihadistas en suelo afgano.
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