QUERIDOS AMIGOS ISRAELÍES, POR ESO APOYO A LOS PALESTINOS
Es difícil mantener la propia brújula moral cuando la sociedad a la que perteneces –tanto los dirigentes como los medios de comunicación– adopta una posición de superioridad moral y espera que compartas la misma furiosa ira con la que reaccionó ante los acontecimientos del pasado sábado 7 de octubre. Sólo hay una forma de resistir la tentación de unirse a ella: si en algún momento de tu vida comprendiste –incluso como ciudadano judío de Israel– la naturaleza colonial del sionismo y te horrorizaron sus políticas contra la población indígena de Palestina.
Si has alcanzado esta conciencia, entonces no dudarás, incluso cuando mensajes venenosos presenten a los palestinos como animales, o “animales humanos”. Estas mismas personas insisten en describir lo ocurrido aquel sábado como un «Holocausto», abusando así de la memoria de una gran tragedia. Estos sentimientos son transmitidos, día y noche, tanto por los medios de comunicación como por los políticos israelíes.
Es esta brújula moral la que me llevó, y a otros en nuestra sociedad, a apoyar al pueblo palestino de todas las formas posibles; y esto nos permite, al mismo tiempo, admirar el valor de los combatientes palestinos que tomaron el control de una docena de bases militares, derrotando al ejército más fuerte de Oriente Medio. Por otra parte, personas como yo no podemos evitar cuestionar el valor moral o estratégico de algunas de las acciones que acompañaron a esta operación.
Como siempre hemos apoyado la descolonización de Palestina, sabíamos que cuanto más durara la opresión israelí, menos probable sería que la lucha de liberación fuera «estéril», como ha ocurrido en todas las luchas de liberación justas del pasado, en cualquier parte del mundo.
Esto no significa que no debamos tener en cuenta el panorama general, ni siquiera por un minuto. Se trata de un pueblo colonizado que lucha por sobrevivir, en un momento en que sus opresores han elegido un gobierno decidido a acelerar la destrucción, de hecho la eliminación, del pueblo palestino, o incluso su propia reivindicación de ser un pueblo.
Hamás tenía que actuar, y rápido. Es difícil expresar estos contraargumentos porque los medios de comunicación y los políticos occidentales aceptaron el discurso y la narrativa israelíes, por problemáticos que fueran. Me pregunto cuántos de los que decidieron vestir el Parlamento de Londres y la Torre Eiffel de París con los colores de la bandera israelí entienden realmente cómo se interpreta en Israel este gesto aparentemente simbólico.
Incluso los sionistas liberales, con un mínimo de decencia, leyeron este acto como una absolución total de todos los crímenes que los israelíes han cometido contra el pueblo palestino desde 1948; y por tanto, como carta blanca para continuar el genocidio que Israel está perpetrando ahora contra el pueblo de Gaza.
Afortunadamente, también ha habido varias reacciones a los acontecimientos de los últimos días.
Como en el pasado, amplios sectores de la sociedad civil occidental no se dejan engañar fácilmente por esta hipocresía, ya manifiesta en el caso de Ucrania.
La mayoría de la gente sabe que, desde junio de 1967, un millón de palestinos han sido encarcelados al menos una vez en su vida. Y con el encarcelamiento vienen también los malos tratos, la tortura y la detención permanente sin juicio.
Estas mismas personas también están familiarizadas con la horrible realidad que Israel creó en la Franja de Gaza cuando selló la región, imponiendo un asedio hermético, a partir de 2007, acompañado de la implacable matanza de niños en la Cisjordania ocupada. Esta violencia no es un fenómeno nuevo, ya que ha sido el rostro permanente del sionismo desde la fundación de Israel en 1948.
Precisamente gracias a esta sociedad civil, mis queridos amigos israelíes, su gobierno y sus medios de comunicación acabarán equivocándose, ya que no podrán arrogarse el papel de víctimas, recibir apoyo incondicional y salir impunes de sus crímenes.
Al final, a pesar de la parcialidad inherente a los medios de comunicación occidentales, la imagen global saldrá a la luz.
La gran pregunta, sin embargo, es la siguiente: ¿serán ustedes, mis amigos israelíes, capaces también de ver con claridad este mismo panorama general? ¿A pesar de años de adoctrinamiento e ingeniería social?
Igualmente importante, ¿serán capaces de aprender la otra lección importante –que se desprende de los últimos acontecimientos– de que la fuerza por sí sola no puede lograr el equilibrio entre un régimen justo, por un lado, y un proyecto político inmoral, por otro?
Pero hay una alternativa. De hecho, siempre la ha habido:
Una Palestina desionizada, liberada y democrática de río a mar; una Palestina que acoja de nuevo a los refugiados y construya una sociedad que no discrimine por motivos de cultura, religión o etnia.
Este nuevo Estado tomaría medidas para corregir, en la medida de lo posible, los males del pasado en términos de desigualdad económica, robo de propiedades y negación de derechos. Esto podría anunciar un nuevo amanecer para todo Oriente Medio.
No siempre es fácil atenerse a la propia brújula moral, pero si apunta al norte –hacia la descolonización y la liberación–, lo más probable es que nos guíe a través de la niebla de la propaganda venenosa, la política hipócrita y la inhumanidad, a menudo perpetradas en nombre de «nuestros valores occidentales comunes».