La repetición de las elecciones generales ha generado una situación inédita. Del aluvión de encuestas, muchas de ellas interesadas políticamente, se desprende una tendencia a la polarización del electorado en torno a PP y Unidos Podemos como opciones claramente definidas en el eje derecha/izquierda.
Esto ha provocado un profundo estupor en las fuerzas situadas en el espacio central del espectro político, PSOE y Ciudadanos, que esperaban beneficiarse electoralmente de su fallido pacto de gobierno. De confirmarse este pronóstico se rompería con uno de los axiomas del sistema de partidos surgido de la Transición, según el cual las mayorías de gobierno oscilaban en el espacio del centro derecha/centro izquierda que, en el conjunto de España, representaban PP y PSOE, en Catalunya CiU y en Euskadi el PNV. De este modo uno de los efectos de la triple crisis socioeconómica, político-institucional y territorial que atenaza al país sería el relativo vaciamiento de este espacio centrista hacia las polaridades del espectro ideológico.
Otra de las consecuencias de este hipotético resultado electoral consistiría en aumentar la desigualdad en la relación existente entre los partidos tradicionales y las fuerzas emergentes. En efecto, si la coalición entre Podemos e Izquierda Unida, según todas las encuestas, desplazaría al PSOE de su posición como segunda fuerza política estatal, no ocurriría lo mismo con Ciudadanos, que incluso podría perder apoyos electorales en favor del PP, que concentraría el voto útil de la derecha. Esto significaría una grave descompensación en el tradicional sistema de partidos, denominado bipartidista, una de cuyas patas entraría en barrena.
El tema principal en estos comicios repetidos radica en la política de pactos, ya que los programas políticos y los liderazgos son sobradamente conocidos. En esta cuestión trascendental, los socialistas son los que pueden llevarse la peor parte, y también, aunque en menor medida Ciudadanos, derivado ello de su ambigüedad cuando el electorado exige claridad. No puede negarse que el PP ha sido claro a este respecto al insistir en su propuesta de gran coalición constitucionalista a tres bandas. Del mismo modo, Unidos Podemos ha sido diáfano al insistir en su propuesta de un pacto de gobierno de izquierdas con el PSOE con el apoyo parlamentario de los nacionalistas vascos y catalanes. Por el contrario, C’s no excluye la posibilidad de un acuerdo constitucionalista a tres bandas, pero pone como condición la retirada de Mariano Rajoy, lo cual complica extraordinariamente la viabilidad de este pacto. Por su parte, el PSOE se ha negado reiteradamente a aceptar las ofertas de la coalición izquierdista, lo cual puede ocasionar que se incremente el desplazamiento de parte de sus votantes hacia la formación liderada por Pablo Iglesias. Especialmente cuando circulan análisis, como el de Iñaki Gabilondo, o declaraciones como las del ex ministro Jordi Sevilla, que apuntan hacia una abstención del partido socialista para facilitar la investidura de Rajoy –o su eventual sustituto– al frente del PP. Si en el caso de Gabilondo se trató de un pronóstico, en el de Sevilla fue la expresión de la orientación política de la cúpula del partido.
En este país, tan rico en paradojas, podría darse la circunstancia de que la suma de Unidos Podemos y PSOE rozase la mayoría absoluta, pero que los socialistas, ante la tesitura de tener que investir a Iglesias como presidente de gobierno, prefiriesen dar luz verde, mediante su abstención, a un ejecutivo de PP y C’s. Esto supondría el inicio de la pasokización del PSOE, al ceder a la coalición izquierdista el monopolio de la oposición de izquierdas. La situación incluso podría ser más letal para los socialistas si Unidos Podemos, a pesar del sorpasso, ofreciese a Pedro Sánchez la presidencia del gobierno, a cambio de ostentar los ministerios de mayor peso en el hipotético ejecutivo, y el líder socialista se negase.
El escenario catalán
Si en España todo parece apuntar a que el PSOE pagará los platos rotos de la repetición de los comicios, en Catalunya todo indica que el principal damnificado será Convergència, que ahora ha renunciado a ocultar sus siglas, como ocurrió el 20D, bajo la denominación de Democràcia i Llibertat. Ello a pesar que su cabeza de lista, Francesc Homs, ha dado muestras de retornar a la senda pactista con su propuesta de crear una comisión en el congreso para estudiar la “cuestión catalana”, en un intento de capitalizar el voto de los sectores moderados del catalanismo cuyo referente era Unió, una formación en peligro de extinción y que no se presenta a estos comicios.
Lenta, pero sostenidamente, parte del electorado convergente está emigrando hacia ERC, que se está consolidando como la fuerza hegemónica del movimiento independentista. Un proceso favorecido por la crisis interna de la CUP y la dimisión de seis de los quince miembros de su Secretariado Nacional, vinculados al sector Poble Lliure, el más partidario a mantener el acuerdo de legislatura con Junts pel Sí. Esta anunciada crisis interna favorece que un sector de votantes de la CUP, que no concurre en estas elecciones, acabe apoyando a ERC como voto útil secesionista, en detrimento de En Comú Podem.
La campaña electoral en Catalunya está siendo dominada por el duelo entre En Comú Podem, que venció en los pasados comicios, y ERC, a quien todas las encuestas otorgan la segunda posición pero con tendencia al alza. Ahora bien, el aspecto más relevante se producirá si, como ocurrió el 20D, las fuerzas independentistas continúan perdiendo apoyos electorales. En el debate celebrado el domingo pasado en TV3, el cabeza de lista de ERC, Gabriel Rufián, acorraló a Xavier Domènech, líder de En Comú Podem, con la pregunta si el referéndum de autodeterminación era una línea roja en sus eventuales pactos con el PSOE, extremo que Domènech no supo o no pudo aclarar. En este punto, En Comú Podem está atravesado por parecidas contradicciones a las que en su día se enfrentó su socio de coalición, ICV, donde conviven federalistas e independentistas, lo cual les obliga a complejos equilibrios internos que se resuelven en una calculada ambigüedad para no malquistarse con ninguno de los dos sectores. Particularmente cuando los independentistas de esta coalición salieron del armario, si se nos permite esta expresión coloquial, a través de un manifiesto pidiendo el voto útil de los secesionistas para la formación liderada por Domènech.
Así, pues, será relevante observar si ERC recorta la diferencia con la marca catalana de Podemos o ésta aún se destaca más como primera fuerza política catalana en el Congreso de los Diputados.
El voto de la ciudadanía del próximo domingo despejará algunas de las incógnitas planteadas en estos repetidos comicios.